En México no habrá democracia mientras prevalezca la grave injusticia social que nos embarga. Es una quimera pensar en la existencia de un consenso fincado en la desigualdad. Otra, creer que transitaremos hacia un régimen democrático por la sola vía política (sistema de partidos, elecciones limpias, división de poderes, etcétera). Una tercera, asumir que el estado de derecho consiste en contar los gobernados con un magnífico marco jurídico y someterse, al mismo tiempo, a lo que resulte de su infracción sistemática por parte de las autoridades constituidas. Quimera cuarta: la reforma del Estado -ya cuaresmal- sin una redistribución de la riqueza y sin inclusión de los mexicanos todos, tanto en los beneficios de ésta (alimentación, salud, vivienda, seguridad social, educación y cultura), cuanto en las decisiones políticas.
Asistí en días pasados a la presentación, en la Universidad Autónoma de Nuevo León, de El debate nacional. Se trata de una obra editada en cinco tomos que coordina Esthela Gutiérrez, donde participa todo un pueblo de autores -66- sobre muy diversos temas vinculados a la política, la economía y la sociedad en la perspectiva del próximo siglo.
En el curso de los comentarios a cargo de Enrique Semo, autor de obligada referencia; Eugenio Clariond Reyes, actual presidente del consejo de administración de IMSA y del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios; y René Delgado, editor del área política del diario Reforma, se insinuó o bien se hizo explícita la urgencia de que en el país lleguemos a un nuevo pacto social.
Hoy la atención está puesta en el proceso que desembocará en las elecciones del 2 de julio del 2000. Pero cualquiera que sea el resultado de ese proceso carecerá de futuro si la fuerza o fuerzas que lo hegemonicen no sientan las bases para un nuevo pacto social entre los mexicanos.
La exigencia de tal pacto se deriva de una realidad sólo negada por un puñado de demagogos y tiburones: la de un país profundamente lesionado por el despojo, la pobreza y la mutilación de toda esperanza de desarrollo.
De que el nuevo pacto germine o no depende todo lo demás que unos buscan con interés genuino y otros con inenarrables fingimientos: desde la paz digna y justa en las comunidades indígenas hasta la democracia y la justicia social.
No estrenaré originalidad alguna señalando las bases del nuevo pacto:
1. Los más ricos, empezando por los banqueros, deben disponerse -y en caso de que no sea así forzarlos a ello con la movilización social y la fuerza del Estado- a: a) adoptar una disciplina financiera en torno a la producción y a una competencia real (no robo disfrazado de los fondos públicos con la complicidad del gobierno, no usura y no ganancias desorbitadas a costa del empleo y el salario), b) empeñarse en cerrar la brecha entre los sectores marginados y los de mayores ingresos para incrementar el ahorro nacional sobre el doble eje de un alto poder adquisitivo de las masas y de la ampliación del mercado nacional, y c) otorgar prioridad a los programas de desarrollo educativo, tecnológico y científico. La banca debe ser considerada como una institución de interés público y sujetarla por tanto a un régimen ligado a la producción y el desarrollo, habida cuenta que comparte con el gobierno las líneas generales de la política económica, y hacer cesar su papel de garito elegante.
2. La construcción del consenso nacional para lograr la transición a la democracia y la reforma del Estado sólo será posible si se cumplen dos condiciones: la inclusión plena de la población en los beneficios de la riqueza producida y su participación política en el proceso.
3. El Estado de derecho -ajeno a las prácticas de nuestros principales gobernantes- resultará inviable sin la confianza en las instituciones. Estas han perdido todo prestigio, y para volverlo a ganar y potenciar es preciso que quienes las conducen den muestras indudables de institucionalidad y absoluto respeto a la ley. Con un pueblo descontento -el de México hoy lo está y en grado sumo- se puede hacer cualquier cosa menos crear consenso.
La fuerza política que más se acerque al establecimiento de estas bases será la que consiga la hegemonía, pero también la que se sostenga en el poder sobre una sociedad estable y con horizontes que no se agoten en un sexenio.