La Jornada Semanal, 7 de junio de 1998
Naief Yehya practica el placer de narrar por narrar (Hemingway dixit) en esta historia llena de ``misticismo, aventura, tragedia y por supuesto filosofía''. La humanidad latinoamericana que se mueve en el mundo anglosajón se inclina en el cuento de Yehya por la forma de una comedia que vaya más allá de ``las idioteces gringas'', una comedia negra que se llamará Donde dobla el placer para los estadunidenses y El crisol del olvido para los franceses cartesianos en busca de lo pintoresco.
Irigoyen me invitó a ayudarlo en la filmación de la que sería su última película.
-Ibarra, tenés que ayudarme -dijo sin antes saludarme ni preguntarme por mi esposa ni mucho menos por mis hijas.
-¿Irigoyen? ¿Eres tú?
Irigoyen aparecía y desaparecía cuando le daba la gana. Sólo me llamaba cuando necesitaba algo. Nunca me invitó a su casa. Había sido compañero mío de la facultad y ambos éramos evidencias de que la universidad sí ofrecía movilidad social. El había llegado exiliado a México sin un peso y se había hecho rico, yo venía de una familia medianamente acomodada y desde que terminé la carrera no había ganado nunca más del salario mínimo. Le comenté a mi esposa de la nueva oportunidad de trabajo que se me acababa de presentar.
-No me gusta para nada ese Irigoyen, nunca puede saludar. Es un majadero. ¿Y tú qué sabes de eso de hacer películas? Si ni siquiera te gusta el cine.
Años atrás Irigoyen me invitó a ayudarlo en un negocio de bienes raíces. Compró a mi nombre unos terrenos localizados sobre minas de arena abandonadas, luego se los revendió a un amigo suyo que trabajaba en la secretaría de pesca. Me dio un puñado de billetes y no volví a saber de él hasta que me llamó para prevenirme de que habían apresado a su amigo y que lo mejor para mí era esconderme por un tiempo.
-No te preocupés. Vos sabés cómo son esos agentes federales: se cansan pronto de buscar fugitivos y archivan los casos.
Vivimos durante un año en casa de mis suegros. Aunque nunca me fueron a buscar, hasta la fecha todavía me escondo en el clóset cada vez que alguien toca a la puerta de la casa. Nunca le conté nada a mi esposa.
Al día siguiente me encontré en un Sanborn's con Irigoyen. El ya me estaba esperando.
-No sabía que hicieras películas -comenté.
-Voy a hacer la última, para esto te necesito. Te pedí jugo de naranja, café y pan tostado.
-Gracias -dije-. ¿Y de qué se va a tratar tu película?
-Conocí a un hombre fascinante en Cuba. El tipo mantuvo una relación incestuosa con su madre durante más de diez años, mató a un policía de un solo golpe y durante quince años fue el negociador en jefe del cártel de Medellín. El hombre no le tiene miedo a nada, es abiertamente anarco y ni el mismo Fidel se atreve a tocarlo.
Detuvo su narración, se le llenaron los ojos de lágrimas. Miró al techo, se limpió los ojos rápidamente y se puso a leer otra vez su periódico. Yo me quedé esperando a que terminara de contarme o a que llegara el desayuno que él me había pedido. Pasaron varios minutos y no sucedió nada.
-¿Y entonces?
-Eso es todo -dijo levantando brevemente la vista.
-¿Pero y la película qué?
-Aún no estoy seguro. Yo creo que voy a hacer un poco de cinema verité. Aunque quizás termine haciendo un documental poderoso y emotivo.
-¿Y yo qué voy a hacer en todo esto? -no me atreví a reconocer que no tenía la menor experiencia cinematográfica.
-Te quiero como asistente de director, tú te ocupás de resolver los problemitas que aparezcan y me cuidás a la estrella.
Mi desayuno nunca llegó.
Al día siguiente fuimos al aeropuerto a recibir a quien sería la estrella de la última película de Irigoyen. De pronto se apareció frente a nosotros un maletero empujando una silla de ruedas en la que viajaba un hombre sin piernas ni brazos. Yo me hice a un lado pensando que querían pasar, pero Irigoyen se tiró de rodillas frente a la silla y abrazó al tripulante.
-Comandante, qué enorme placer me da volverlo a ver -se puso de pie y me señaló-. Le presento a mi asistente.
No pude ocultar mi sorpresa. No supe qué decir. Me quedé callado. Sonreí.
-El va a estar a su disposición para todo lo que necesite.
Asentí con la cabeza. Le di un billete de diez pesos al maletero y tomé su lugar. En el camino al aeropuerto, Irigoyen me había convencido de hospedar a la estrella en mi casa.
-Tenés que entender, es una persona dedicada, no quiero que esté solo en un anónimo cuarto de hotel -explicó.
Tan sólo olvidó decir que le faltaban cuatro extremidades.
Camino a casa no podía hacer otra cosa que pensar en cómo le haría para llevar al Comandante al baño. La estrella casi no hablaba y cuando lo hacía era casi siempre en monosílabos, los cuales parecían producirle una gran molestia.
-Pero, Irigoyen, esta persona necesita atención especial. Yo no puedo ocuparme de él -le dije al bajar del auto.
-Mirá, cuidálo sólo por hoy. Mañana mismo nos vamos al desierto a buscar locaciones y trabajar el guión.
Mi esposa y mis hijas optaron por encerrarse en cuanto me vieron llegar cargando al Comandante. Le ofrecí de cenar, le di la comida en la boca y luego, como me temía, lo tuve que llevar al baño. En el diálogo más largo que tuvimos esa noche me dijo que normalmente no necesitaba tanta ayuda pero últimamente había estado muy débil.
-Es la quimioterapia -añadió.
No quise saber más. Lo llevé a la sala donde le había preparado el sofá cama. Como mi esposa no quiso abrirme la puerta de la habitación, tuve que dormir en el tapete de la sala. La siguiente noche los tres estábamos acampando en algún lugar cerca de Real de Catorce. Una tarde Irigoyen me comentó que ya estaba elaborando un borrador del guión.
-Será una paráfrasis del Quijote.
-¿Y el Comandante qué va a hacer?
-El va a ser el Quijote.
-No creo que sea buena idea. Independientemente de cualquier cosa, no es un individuo muy expresivo.
-Eso es lo de menos, che. Yo me encargo, tú dejáme hacer. Además ya tengo un título fabuloso y eso es lo más importante. Mi última película se llamará El atardecer canela.
No dije nada y me fui a preparar algo de comer.
A partir de entonces el director y la estrella se sentaban frente a frente durante largas horas practicando muecas, repitiendo palabras, gimiendo, gruñendo y mirándose fijamente.
Pasó una semana y se acabaron los escasos víveres que trajo el director. Pero Irigoyen no tenía la menor intención de regresar sin un guión terminado.
-Tú te ocupás de resolverme los problemitas y yo me encargo de hacer una película.
-Pero no tenemos qué comer. Aunque sea dame dinero para ir a comprar algo al pueblo.
-No tengo nada. El dinero llegará hasta que Channel Four y la televisión española lo manden. Mientras, tú inventa algo, yo luego te recompensaré. Y ahora dejáme trabajar.
Gasté mi dinero, y los siguientes días comimos espagueti con mantequilla y sal en el desayuno, comida y cena. No hablábamos más de lo estrictamente necesario. El ambiente tenía un aire monástico que me hacía pensar que en realidad estábamos haciendo algo importante ahí. Desgraciadamente cada vez que hablaba con Irigoyen esa impresión cambiaba.
-¿Qué tal vas con ese guión del Quijote?
-Ya lo destruí. Estoy haciendo algo mucho mejor, una historia de ciencia ficción, en la que el Comandante es un extraterreste infinitamente sabio que llega a este destierro.
-¿Y luego qué pasa?
-Aún no sé, lo estoy trabajando. Pero ya sé que se llamará La leyenda del otro sol.
Al día siguiente ya estaba pensando en hacer un western y al otro una película de horror o una nueva versión de Martín Fierro.
-¿Pero qué hay del incesto con la madre, del policía que mató y del cártel de Medellín? Yo pensé que habías traído al Comandante para eso.
-Esas son frivolidades. ¿Sabés que le dicen el Tuco, el Tuquito?, ¿te imaginás lo que es vivir con un mote semejante?
-No, no me imagino -dije y me alejé.
Cuando se me terminó el dinero comencé a robarle latas a una familia que acampaba a un par de kilómetros de nosotros. El día en que fui a robarles y no los encontré, decidí por primera vez interrumpir uno de los ensayos.
-Irigoyen, ya estuvo bueno. Vámonos.
-Dejáte de boludeces que estamos trabajando acá.
-¡Hacer caras como pendejo no es trabajar! ¡Ya estoy hasta la madre! Yo aquí no veo cámara ni luces ni acción ni nada de película.
-Esperáte, che. Este proceso tarda.
-¡Ya no espero nada! Llevo semanas esperando, pasando hambres y todo para que tú sigas balbuceando ideas imbéciles que nunca van a llegar a nada.
-¡Es mi última película y me voy a tardar en hacerla lo que se me dé la gana!
-Pues que te espere tu puta madre. Yo me voy y me llevo tu coche.
-No te llevas nada.
-Ya no me queda dinero.
-Pues hacéle como quieras -dijo y se volvió hacia el Comandante-. Sigamos trabajando.
-Tiene razón el compañero -dijo de pronto la futura estrella de cine.
-¿Cómo, usted también, Comandante? ¿Ya se rajó?
-Tengo hambre, estoy sucio.
-¿Pero qué es esto? ¿Se murió el espíritu? ¿Qué creen que esto es como un día de campo? Necesitamos trabajar, con calma y dedicación.
-Pues trabaja tú, nosotros ya nos vamos.
-...puta que te parió -masculló el Comandante.
-¿Qué, qué? Así me pagás, Tuco, hijo de perra.
-El coño de tu madre -ladró el Tuco.
Se estuvieron insultando un rato hasta que el Comandante le escupió el rostro a Irigoyen. A la mañana siguiente el director aceptó que teníamos algo de razón en nuestras demandas. Dijo que entendía nuestra angustia pero que finalmente se le había ocurrido una idea digna de su última película.
-Una comedia. Pero no de esas idioteces gringas, sino una comedia negra que será una reflexión amarga sobre la vida y la miseria cotidiana. Podés verlo como un regreso a Chaplin. Se llamará Donde dobla el placer. ¿No es un título cojonudo?
-¿Pero de qué hablas? ¿Y qué va a hacer ahí el Comandante?
-El va a ser el protagonista, un hombre con grandes sueños pero obvias limitaciones.
-Ahora lo que quieres son carcajadas a costa del Tuquito.
-Por supuesto que no.
El Comandante gruñía insultos y babeaba.
-Comandante, permítanos, ahora volvemos -le dijo Irigoyen al Tuco y me jaló del brazo.
Mientras caminábamos, Irigoyen me explicó una vez más la importancia emocional e intelectual que tenía para él su última película. Dijo que yo estaba trabajando en su contra y que ya había dañado el espíritu de cooperación entre él y el Comandante. Yo le dije que era un miserable vividor y que ya estaba hasta el gorro de que abusara de mí. Respondió que estaba perdiendo su tiempo tratando de convencerme, pero a pesar de todo me estimaba y apreciaba.
-¡Carajo, tú ni siquiera puedes saludar! -argumenté.
Discutimos largo rato. Finalmente me convenció de volver; me aseguró que la comedia que tenía pensada no sólo sería artística y de vanguardia sino que además también sería taquillera. Además me juró que iríamos a comer algo decente en cuanto arreglara la situación con el Tuco. Pero al llegar a nuestro modesto campamento no encontramos a nadie. El Comandante se había ido.
-¿Cómo se va a ir? -repetíamos los dos mientras lo buscábamos.
La silla de ruedas seguía ahí, así que supusimos que no habría llegado muy lejos. Nos repartimos la zona para buscarlo. A eso del medio día encontré a Irigoyen agotado y hambriento. No habíamos tenido suerte, ni siquiera habíamos encontrado huellas.
-¿Tú crees que se lo hayan robado? -me preguntó.
-No, qué va, a lo mejor encontró a alguien y le pidió un aventón -respondí, pero en realidad no podía sacarme de la cabeza la idea de que algún animal salvaje se lo habría llevado a su madriguera para devorarlo.
-Sí, es cierto. Eso ha de haber pasado. ¿Ya ves lo que provocaste?
No respondí. Lo seguimos buscando hasta eso de las cinco de la tarde. Pero estábamos hambrientos y cansados. Finalmente Irigoyen dijo que era mejor irnos. Mientras manejaba de regreso a la ciudad, me dijo:
-Es una tragedia. Pero tiene un lado bueno.
-¿Qué puede tener de bueno todo esto? -dije mientras imaginaba a una marabunta llevando al Tuco al hormiguero.
-Ahora sí estoy seguro de qué va mi última película. Tratará acerca de la desaparición del Comandante. Va a haber misticismo, aventura, tragedia y por supuesto filosofía. Se llamará El crisol del olvido. A los franceses les va a encantar la idea.
Era tarde, yo estaba muy cansado y tenía mucha hambre. El siguió describiendo su proyecto pero no oí más. Me quedé dormido y en mis sueños el Tuquito volaba en las garras de un águila en camino a un nido lleno de polluelos con los ojos cerrados y los afilados picos bien abiertos.