Las ocho grandes falacias reaparecen cuando confluyen -como sucedió hace unos días- circunstancias desafortunadas: la contingencia atmosférica en la ciudad de México, la dramática sequía que afecta a todo el país, los incendios forestales y la nube de bruma que se extendió de Centroamérica a Estados Unidos.
1.Sólo el viento y la lluvia pueden aliviar la contaminación atmosférica en el DF.
Se delega toda responsabilidad a factores naturales que no son regulares.
El viento es un importante auxiliar en la remoción de contaminantes, pero no es un fenómeno meteorológico que mantenga una presencia significativa y cotidiana. Muy al contrario. La zona metropolitana del valle de México está ubicada a 2 mil 240 metros sobre el nivel del mar y rodeada de altas montañas, lo cual restringe el movimiento de las masas de aire. Los paisajistas del siglo XIX, con el sólo ejercicio de la observación, lo plasmaron en la forma estacionaria que adquirían las nubes.
Cuando ocasionalmente soplan ráfagas de viento, éstas desplazan los contaminantes hacia las orillas de la ciudad, donde causan estragos sobre la vegetación y los cultivos. Desde 1944, investigadores californianos descubrieron que los gases oxidantes, dentro de los cuales destaca el ozono, tenían un efecto nocivo sobre las áreas verdes. En 1976 esto fue confirmado por el moteado de varias especies de pinos en el Ajusco y, en 1984, en el Desierto de los Leones, donde además se atribuye a esta misma circunstancia la muerte masiva del oyamel.
``La ubicación de las poblaciones forestales afectadas coincide con los sitios encajonados donde las formaciones rocosas obstaculizan el viento'', refiere María de Lourdes de Bauer, del Instituto de Recursos Naturales.
En cuanto a las lluvias, sólo se presentan de mayo a octubre (este año se retrasaron un mes) y no son la solución para todos los contaminantes. No consiguen aligerar sustancialmente las concentraciones de ozono ni de partículas menores a diez micras (PM10, la ``fracción respirable''). En cambio, sí arrastran en su caída partículas gruesas -como el polvo- y óxidos de nitrógeno. Pero al combinarse con los nitratos y sulfatos que flotan en el aire, las gotas se acidifican, es decir, la lluvia se torna ácida y daña la vegetación.
Por ello resulta prioritario reducir las emisiones a la atmósfera por parte de los 3 millones y medio de automotores, 30 mil industrias y 12 mil establecimientos de servicios, así como disminuir las zonas desforestadas. En conjunto, estas fuentes enturbian el aire capitalino con 4 millones 9 mil 630 toneladas de contaminantes al año; un promedio de 10 mil 985 toneladas diarias.
2. La situación no es de cuidado mientras no se decrete la contingencia ambiental.
Con base en investigaciones en varios países entre 1955 y 1975, la Organización Mundial de la Salud reconoció una serie de estándares máximos para la contaminación en el aire. Rebasarlos sería lesivo para la salud de la población. Tales límites los adoptó México y corresponden a los 100 puntos Imeca (Indice Metropolitano de la Calidad del Aire). Cualquier registro que supere este límite afecta a la ciudadanía, aunque no rebase los 225 puntos Imeca.
Humberto Bravo, decano investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, ha llamado la atención sobre la frecuencia con que algunos estándares se rebasan. La norma para el ozono, por ejemplo, establece que sus concentraciones no deben superar los 100 puntos Imeca por más de una hora en un lapso de un año. Pero en el DF esto ocurre casi mil horas al año, según registros oficiales y del propio centro.
3. Aunque dé inicio una contingencia, la situación es tolerable mientras no aumente la presencia de enfermos en centros de salud.
Salvo condiciones extremadamente críticas, es casi imposible medir los efectos de la contaminación en lapsos cortos. Una buena cantidad de especialistas han diferenciado entre los efectos inmediatos y los más graves, que son crónicos, pues se desarrollan por las repetidas exposiciones a contaminantes.
Esto ha sido corroborado por Demetrio Sodi Pallares, con grupos de 20 a 30 años. ``En los jóvenes que no fuman empieza a aparecer una mayor densidad en los pulmones formada por colágena. El ozono va a aumentar esa colágena cicatricial, aumentan los cilios pulmonares y se va estableciendo poco a poco una fibrosis pulmonar, que ya se ha observado experimentalmente como efecto del ozono en animales''.
Un caso paradójico es el de Jesús Kumate. Como secretario de Salud durante el sexenio pasado, rechazó sistemáticamente cualquier vínculo entre polución y daños graves a la salud, a pesar de que su neumólogo le diagnosticó cáncer de pulmón (Kumate no es fumador) y lo atribuyó al aire del DF.
4. La contaminación atmosférica sólo provoca dolor de cabeza e irritación de ojos y garganta.
El repunte de estas molestias es apenas la punta del iceberg. Múltiples estudios asocian aumentos en los índices de morbilidad y mortandad con los incrementos de la contaminación. Quienes resultan más afectados son los niños menores de 14 años, los ancianos, las mujeres embarazadas y las personas con afecciones respiratorias. Aunque las autoridades sanitarias se refieren a este sector como un ``grupo de riesgo'', en la ciudad de México lo integran 6 millones 126 mil personas, según el Censo de Población y Vivienda de 1990.
La extensa gama de afecciones derivadas de la polución incluye alteraciones en los mecanismos de defensa del aparato respiratorio, envejecimiento prematuro de los pulmones, hipertrofia de las glándulas mucosas, mayor reactividad bronquial y susceptibilidad a las infecciones, al igual que tos crónica con flemas.
Una vieja polémica gira en torno a la contribución del aire contaminado en el desarrollo de cáncer pulmonar, enfisema, fibrosis y otras enfermedades crónico degenerativas. No hay acuerdo al respecto, aunque todos reconocen que en las atmósferas urbanas se encuentran sustancias cancerígenas, como benzo(a)pireno, criseno, benzo(a)antraceno, dibenzo(a)pireno, benzofluorantreno, benceno y metales pesados como níquel y cromo asociados a partículas suspendidas.
Gran cantidad de estudios concluyeron que los aumentos de PM10 tienen relación con el incremento de la mortalidad. Así lo refieren investigaciones realizadas en Atenas (Grecia), Erfurt (Alemania) y las estadunidenses Detroit, Los Angeles, Utah, Filadelfia, Tennessee, Ohio y Birmingham. El llamado grupo Harvard, encabezado por D.W. Dockery, analizó otras seis ciudades de Estados Unidos y los resultados fueron los mismos.
En México, Margarita Castillejos ha logrado establecer una dramática relación entre mortandad de niños menores de un año y los incrementos de PM10. Un estudio efectuado de 1993 a 1995, analizando uno por uno los decesos infantiles en la zona suroeste del DF, le llevó a concluir: cada incremento de siete puntos Imeca en PM10 estuvo asociado en los siguientes tres días con un aumento de 5% en la mortalidad de niños menores de un año.
Aunque algunos estudios refieren que el organismo de los capitalinos está produciendo cantidades industriales de dismutasa de peróxido (un antioxidante natural) para contrarrestar las altas concentraciones de ozono (que es un poderoso oxidante), la evidencia científica señala que no se alcanza el equilibrio entre ambos elementos.
Dieter Schwela, asesor de la Organización Mundial de la Salud, estima que la contaminación del aire ocasiona cada año la muerte de 2 millones 400 mil personas en todo el mundo.
5. Si realmente se quieren resolver los problemas atmosféricos del DF es necesario efectuar inversiones exorbitantes.
En efecto, la modernización de industrias y empresas de servicios, la creación de un sistema de transporte público de gran capacidad y eficiente, la ``descarcachización'', son procesos costosos. Pero también existen una variada gama de alternativas menos onerosas.
Son los casos de la conversión del transporte público a gas natural (se ha sugerido aprovechar créditos blandos del Banco Mundial para fortalecer este servicio), así como incentivos fiscales para que las empresas incorporen, sustituyan o amplíen medidas ecológicas. De hecho, a partir de casos exitosos de empresas que han logrado mejoras radicales con poca inversión, las autoridades ambientales han comenzado a promover la ``ecoeficiencia''. Este concepto plantea que con pocos recursos (que se recuperan en dos o tres años) es posible hacer mejoras de alto rendimiento y que -de paso- mejoran el desempeño ambiental.
En cuanto al transporte, la experiencia en la ciudad brasileña de Curitiba mostró cómo puede eliminarse el caos vial con el ordenamiento del transporte público. De ahí que la oficina mexicana de Greenpeace insista en la construcción de carriles exclusivos y confinados para autobuses de gran capacidad; de esa manera podría garantizarse que el servicio fuera rápido, seguro y confortable. Esto puede instrumentarse en las principales vialidades. Con el monto que requería la construcción del tren elevado que se planeaba de Santa Mónica a Bellas Artes (630 millones de dólares para un tramo de 20 kilómetros) se podrían crear 320 kilómetros de carriles exclusivos, con una flota de mil 56 autobuses biarticulados y mil 24 estaciones de ascenso y descenso. Con esta infraestructura podría darse servicio a 260 mil pasajeros por hora en cada sentido vial.
Quien crea que lo mejor es dejar las cosas como están desconoce los costos asociados a la mala calidad del aire. Dos economistas, Américo Saldívar y Adrián Barrera, calcularon los costos de la morbilidad, de la disminución en la capacidad laboral, de la mortandad y de la afectación en los cultivos por lluvia ácida: daños anuales por 400 millones de dólares. De ahí que los analistas internacionales sugieran que, al ponderar el saneamiento de la atmósfera, tan sólo se sopesen criterios de costo-beneficio.
6. Los índices de contaminación no bajarán mientras los propietario de automóviles viejos no renueven sus vehículos.
Cifras oficiales del gobierno del Distrito Federal estiman que un millón 300 mil vehículos tienen más de diez años de antigüedad. Sin embargo, buena parte del problema estriba en el creciente consumo de gasolinas y en el caos vial, donde automovilistas, taxistas, microbuseros, conductores de autobuses y camiones de carga se pelean los espacios.
Para lograr una reducción significativa en los índices de polución tendrían que instrumentarse medidas simultáneas sobre el parque vehicular, la industria, las empresas de servicios y las zonas desforestadas, buscando atacar los contaminantes que genera cada sector de acuerdo con el Inventario de Contaminantes.
7. El aporte de la industria a la contaminación del aire es insignificante.
Datos preliminares de la nueva versión del Inventario de Contaminantes del DF indican que en algunos casos la aportación del sector industrial es menor, pero no irrelevante, sobre todo por su efecto potencial sobre la salud de la población. En el caso de óxidos de nitrógeno, le corresponde 11%, en tanto 19% lo generan las dos termoeléctricas del valle de México (una pertenece a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro y la otra a la Comisión Federal de Electricidad). Estas últimas prometieron desde hace años sustituir la quema de combustóleo por gas natural, pero hasta ahora no han cumplido.
Respecto a las PM10, entre 15 y 20% corresponde a las industrias y de 30 a 35% al transporte (dos tercios al que usa diesel y un tercio al de gasolina). Al hablar de partículas todavía más finas, menores de tres micras de diámetro, aumenta la participación de la industria y el transporte.
Los giros industriales que más partículas finas generan son los de la fabricación de vidrio, las cementeras y el sector químico.
En cuanto a la producción de dióxido de azufre, el sector fabril es responsable de 57% de las emisiones.
Las empresas de servicios no se libran de culpa. A ellas corresponde 16% de las emisiones de dióxido de azufre y 39% de los gases de hidrocarburos.
A lo anterior habría que añadir que 37% de las emisiones del transporte corresponden a la flota vehicular de industrias y empresas de servicios.
8.No hay forma de prever condiciones climáticas como las que propiciaron la actual escalada de incendios forestales y la sequía.
En octubre pasado, el área que realiza diagnósticos de cambio climático en el Instituto Nacional de Ecología efectuó un pronóstico de lo que podría ocurrir en México durante 1998. El estudio resultó certero a grandes rasgos, respecto a la sequía, al déficit de lluvias y, en consecuencia, a la mayor propensión de incendios forestales. El responsable de esta área, Carlos Gay, considera que se trata de un ``experimento doloroso'', por la fidelidad con que se ha cumplido.
Aunque el estudio llegó a las manos de las más altas autoridades ambientales, Gay justifica que no haya orientado las políticas de este año, pues se trataba de un ejercicio académico, no sistemático. ``Un pronóstico no es una predicción. Que identificáramos escenarios no significa que esto lo pudiéramos usar en forma práctica. A futuro seguramente lo haremos, con un modelo perfeccionado y más minucioso, para que las circunstancias no nos agarren tan de sorpresa'', remata Gay.