Luis G. del Valle
El cielo seco y el gobierno impasible

Conforme avanzan las semanas y los días, el problema de la sequía se agranda. Las notas periodísticas dan cuenta del ansia de las aguas en el norte del país, de la baja de las presas, de la caída drástica de la producción de granos. Las noticias comentan que en parte de Chiapas y Yucatán ya llovió.

Pero hay una zona del país, la de la vertiente del Golfo de México, tradicionalmente verde todo el año, parte sierra, parte huasteca, en la confluencia de estados de Veracruz, Hidalgo y Puebla, donde el ecosistema se apoya en la humedad que provocan los nortes marinos, durante los meses de febrero a abril. La lluvia fina, acompañada de nieblas prolongadas, acoge la siembra del maíz llamada tonalmil que es el cultivo de invierno primavera. La zona está habitada en su mayor parte por los indígenas nahuas, tepehuas, otomíes y totonacos, que logran sembrar en laderas vertiginosas, solamente para la autosubsistencia.

Este año no llegó un solo norte. Los ancianos de las comunidades indígenas no recuerdan sequía semejante. Da miedo. Es un castigo de Dios, dicen. El gobierno de Veracruz reportó cerca de 700 incendios en la región.

La resequedad ha ido agotando los manantiales. Las laderas de pastos siempre húmedos y verdes ahora están cubiertas de una siniestra capa de color café oscuro. La hierba cruje bajo los pies descalzos de las mujeres otomíes que día y noche vagan hacia pozos cada vez más lejanos de sus comunidades para acarrear una cubeta de agua. Los nahuas, ya cortan con el machete las cañas de las milpas que amarillean desde abril con las mazorcas vacías. Con la faja del mecapal enredada al hombro, los tepehuas suben y bajan cerros buscando vanamente algo de maíz en las plazas de los domingos. El kilo de maíz, racionado, se vende a cinco pesos.

La obsesión de los campesinos es el agua para beber, el agua para el ganado y el maíz para un taco embarrado con chile.

Hay hambre, pues. Hambruna, porque el hambre se extiende por las cañadas...

Más siniestra que la paja seca que cambió el color de las montañas es la ausencia del gobierno. El clamor es para que al menos se arrime algo de abasto de maíz o de minsa a las comunidades. Pero las voces no se oyen. Los funcionarios se protegen con el pretexto de la incomunicación y de la lejanía de los pueblos. Los teléfonos rurales, tan propagandizados por Telmex, están todos descompuestos.

Hace tres semanas, las comunidades otomíes y tepehuas esperaban respuesta a un pedido de emergencia al almacén de Diconsa. No ha llegado ni un solo kilo de maíz ni de minsa. El Ejecutivo está ausente de las necesidades de los campesinos e indígenas. El INI, Sedeso, Sagar, DIF, parecen haberse desvanecido en preocupaciones mayores, como son el buscar consensos forzados para apoyar la iniciativa de ley gubernamental sobre los derechos de los indios. O, tal vez, se ocupan en elaborar cifras del desastre o en ocultarlo detrás del humo de los incendios. Llegan, eso sí, esporádicamente, los seis sobrecitos de papilla, para los niños sorteados por el Progresa.

Ciertamente no podemos culpar al Ejecutivo de la sequía, ni de los daños que ésta ha causado. Pero sí debemos urgirle su obligación de mirar por el abasto de alimentos a nivel nacional. Sobre todo los alimentos básicos de la inmensa mayoría de la población: maíz, tortilla, frijol. Recordemos que Diconsa pasó a ser propiedad de la Secretaría de Desarrollo Social. Es parte del gasto público --no sabemos si es público sólo por lo publicitado--. Pero hace más de un mes que Diconsa no cumple con sus compromisos ordinarios de abasto en maíz y minsa. Esto es un reto para Esteban Moctezuma en su segunda vuelta.

Pero más escandaloso es que el Ejecutivo quiera echarnos una deuda de más de 552 mil millones de pesos (La Jornada, 3 de junio 98, pág. 18) en atención a banqueros e inversionistas privilegiados por el Fobaproa, y se manifieste ciego, sordo, inexistente para la gran mayoría del país. Al parecer la única respuesta que tiene para el pueblo es subir la tortilla; pues su dios, el Mercado, así se lo ha mandado ante el desabasto. No importa que, al menos por omisión de Sedeso, el desabasto sea provocado.

Insistimos: el sistema neoliberal es excluyente. Fobaproa manifesta con claridad meridiana que los beneficios se privatizan e individualizan en unos cuantos; el costo se socializa. Pero Fobaproa manifiesta las preocupaciones del Ejecutivo; el desabasto de maíz, manifiesta su profundas despreocupaciones.