Jorge Camil
Desde el exilio
Mi primera impresión fue de incredulidad: ¿Carlos Salinas de Gortari, publicando un artículo editorial en El País? A pesar de mi asombro, intenté ser tan objetivo como fuera posible: de darle el beneficio de la duda. Pero la verdad es que, del artículo, no me gustó ni el título.
Vaya, ni la puntuación!: ``La globalización, ¿es inevitable?'' Yo hubiera preferido la reciedumbre de los dos puntos --en vez de la coma-- para introducir la crucial duda expresada en el título salinista (aunque dice María Moliner que hay una tendencia a ``huir'' de este signo, al tenerlo por excesivamente formalista). En fin --me dije--, criticar el primer signo ortográfico de un ensayo no es, precisamente, un síntoma de objetividad. Y así concluí, con absoluto desapasionamiento, que mi crítica ``objetiva'' no iba por buen camino.
En estricta justicia, el título me decepcionó: peca de timidez. ¿Salinas, el apóstol del libre comercio, el darling del neoliberalismo, dudaba ahora de la globalización? ¿Por qué no ``la globalización: ¡es inevitable!'' Así, con enjundia, con fanfarrias, con signos de exclamación, con la certeza de quien rompió todos los moldes para lanzarnos inermes hacia la furia del mercado. ¿El hombre que aniquiló a la pequeña y mediana industria --enfrentándola al poderío económico y tecnológico de las multinacionales-- nos viene ahora con remilgos? La timidez, empero, no se limita al título: permea la totalidad de una prosa inanimada que remeda el lenguaje comedido de los consejos de administración. Su prosa no tiene, definitivamente, la fuerza de quien llevó en sus manos el timón del Estado. Leyéndola, recordé una frase célebre de Janio Quadros, el locuaz ex presidente brasileño que resumió las diferencias entre el portugués y el español afirmando: ``el portugués es un español deshuesado''. ¡Ya está! --decidí--: así es la prosa de Salinas.
Ahora, al contenido. El ensayo es una presentación autocomplaciente de su gestión. Apoyado en dos estudios recientes de la CEPAL y de la OCDE --este último cita aparentemente al programa de Solidaridad--, Salinas concluye que su programa piloto --considerado por muchos analistas como el embrión de lo que sería un nuevo partido político-- redujo la pobreza, haciendo que 40 por ciento de los estratos más pobres aumentara su participación en el ingreso nacional en 6 por ciento en las áreas urbanas y 15 por ciento en las rurales. Al mismo tiempo, Salinas le atribuye a Solidaridad un ligero empobrecimiento de los ricos --¡vaya, los ricos también lloran!--: el 10 por ciento más acaudalado redujo su participación en el ingreso nacional en 6 por ciento en las áreas urbanas y más de 1 por ciento en las áreas rurales. Por otra parte, el ex presidente hace un panegírico de Joseph Schumpeter --``la introducción de innovaciones es la esencia del crecimiento económico''-- y aboga por un renovado consenso político ``para mantener la dinámica de cambio y apertura''. El autor hace una advertencia contra la globalización desprovista de propósitos sociales, económicos y políticos; o sea, la globalización asediada actualmente por la creciente ola de críticos de la apertura. Finalmente, Salinas está convencido que sólo mediante programas como el de Solidaridad podremos ``pasar de los círculos viciosos de la pobreza a los círculos virtuosos de la justicia'': la única frase con brío literario en todo el ensayo. ¡Lástima que tenga tan poco sustento en el contexto de la actual crisis financiera y ante la irremediable erosión de nuestra antigua clase empresarial!
¿Por qué ahora? ¿Por qué en El País? Y, finalmente, ¿por qué la apología a Solidaridad? El ``ahora'' tiene explicación en la efervescencia política de un país en plena campaña presidencial. Dejémonos de cosas. Ahí están los desayunos de solidaridad, ésta, sí, con minúscula, y los golpes a Cuauhtémoc Cárdenas en el propio PRD. En este contexto político, la apología a Solidaridad pudiera significar una invocación sotto voce, aunque con tintes peronistas, a la lealtad de los ``descamisados'' mexicanos. Lo deplorable, sin embargo, es que el llamado venga envuelto en la nostalgia del exilio. Por eso aparece publicado en un prestigiado diario español y con el tono precavido de quien, no habiendo conocido jamás la timidez en la silla presidencial, se sabe ahora en las arenas movedizas del agraviado electorado mexicano.
En una nota de pie de página el editor informa a los lectores --con la proverbial economía española del lenguaje--, ``Carlos Salinas de Gortari fue presidente de México''. Así, a secas.