INFORMADORES ANTE EL MICROFONO
Arturo García Hernández y Elena Gallegos Ť Joaquín López Dóriga ha conocido la cumbre del éxito profesional; ha transitado los pasillos del poder; carga un cúmulo de experiencias como la guerra de Vietnam, la muerte de Franco o el golpe de Estado contra Salvador Allende; conoce el sabor del olvido; cometió ``¡todos los pecados felices!'' de la juventud; ha ejercido el oficio en el México de la verdad oficial y en el de la apertura. En el camino aprendió que los reporteros no pueden ni deben ser amigos de los presidentes: ``la cercanía con el príncipe es más lo que aparenta ser que lo que es''.
Desde que salió ``a la calle'' a buscar noticias -en el convulsivo verano de 1968- ha tratado y visto pasar a seis presidentes. Por eso puede hablar del ``rencor'' y ``desprecio'' de Gustavo Díaz Ordaz hacia los periodistas; de la ``tormentosa'' relación de José López Portillo con los medios; de la distancia con que los miró Miguel de la Madrid, y de cómo Carlos Salinas de Gortari sedujo no sólo a los periodistas ``sino a todo un país''.
Hace veinte años, para irse a Imevisión (hoy Tv Azteca) abandonó Televisa, donde fue discípulo predilecto de Jacobo Zabludovsky, frente al cual protagonizó un episodio aislado de lo que mucho después sería la llamada ``guerra de los ratings''. Hoy, con Chapultepec 18, regresó a la televisora de la familia Azcárraga pero no se atreve a considerar ese retorno como un ``triunfo personal'': ``No me perdonaría decirlo así. Soy muy gitano. ¡No vaya a ser de mal fario!''
El poder y la apariencia
-Fuiste desde muy joven una figura de la televisión y eras para muchos un ideal a alcanzar, ¿qué significó para López Dóriga tener tanto poder entonces?
-Poder aparente. Lo más importante de haberlo tenido entonces es que cometes los errores propios de eso... ¡De joven! La gran lección final es que esos pecados los tienes que cometer en esa etapa para no hacerlo de mayor porque ya no te da tiempo de reponerte.
-¿Cuáles fueron los pecados del joven López Dóriga?
-Casi todos... Todos los que se pueden cometer a los 27 años. No pecados capitales, no pecados mortales y sí, muchos pecados felices.
-¿Y la cercanía con el príncipe?
-La cercanía con el príncipe muchas veces es más lo que aparente ser que lo que es. Los príncipes no deben tener amigos.
-¿Tú lo aprendiste entonces?
-¡No! Yo lo he aprendido siempre. A los presidentes los he conocido, antes a unos y después a otros. Cuando están viviendo en Los Pinos, como que se abre un paréntesis. El príncipe no debe tener amigos ni debilidades. Nadie debe ostentarse como amigo del príncipe.
``Y hemos visto, puntualmente, cada seis años a los que lo hacen. Observamos cómo surgen con la nominación del candidato y cómo empiezan a palidecer con la llegada de uno nuevo. Hemos escuchado a personas decir: ¡No, hombre, yo lo conozco, yo soy su amigo! Y entonces sabemos que no es verdad. Los mitómanos nos quieren convencer de algo que no es cierto: la amistad del príncipe.''
-En este juego de apariencias, ¿qué tanto le conviene al periodista esa cercanía?
-La cercanía es importante siempre y cuando te produzca información. Tiene como límite otro tipo de relación. No quiero hablar de complicidad, pero rebasar el límite significa dejar de ser reportero, dejar de ser testigo de calidad para intentar convertirte en protagonista. Entonces corres la suerte de los protagonistas.
``Por eso no me canso de decir que el mejor oficio del mundo es el de reportero. Tiene la enorme ventaja de que eres testigo cercano y de calidad... Pero testigo. Tiene la enorme ventaja de que tú te quedas y ellos se van.''
-Cuando el presidente concentraba mucho poder era necesaria, hasta pragmáticamente, la relación del reportero con el poder, ¿sigue siendo así?
-Hoy el poder del presidente, que así se ha encargado él mismo de hacerlo sentir, no es el poder que vimos antes. Finalmente si el poder fuera absoluto esta ya sería otra nación. No concibo que ningún presidente se haya propuesto, al mudarse a Los Pinos: ``¡voy a hacer la cosas mal!''. Los presidentes tienen como meta el sexenio y luego la historia. No creo que digan: ``¡No voy a hacer las cosas bien!'', lo que pasa es que no les salen. Y no les salen porque hay circunstancias que les impiden muchas veces pisar la banqueta.
``Los príncipes tienen poco contacto con la realidad, por dos motivos: por una distancia normal del cargo y por algo que se constituye en una razón de Estado: la seguridad. La enorme distancia que existe entre los príncipes y la realidad se trata de cubrir con ciertos puentes o también con una especie de interlocutores que son como el espejo de la Malvada: sólo les dice lo que quieren oír.
-¿Cuáles han sido las diferencias en las relaciones de la prensa con los presidentes?
-La gestión de Díaz Ordaz estuvo marcada por dos cosas: el conflicto de los médicos y, más que nada, el 68. Se dio una ruptura con los periodistas, con los escritores de los periódicos y con los periódicos. Siento que, en algún momento, hubo no sé si un enorme rencor o desprecio... Mmmmm. Dejémoslo en rencor.
``El presidente Echeverría, quien había vivido encerrado en el despacho del Palacio de Covián, como subsecretario primero y luego como secretario de Gobernación, observó el conflicto de Díaz Ordaz y observó a los medios, tuvo un acercamiento personal con un círculo de periodistas y se convirtió, de repente, en su propio jefe de prensa, lo que luego ocurrió con el presidente Salinas.
``El presidente López Portillo tuvo siempre una relación difícil, tormentosa, con los periodistas.''
-¿Qué la generaba?
-Las diferencias de opinión. Pero luego él ocupaba su enorme encanto personal, que sin duda lo tenía, para restañar aquello. Tuvo cinco jefes de prensa, pero su relación con los medios se descompuso irremediablemente al final de su sexenio.
``Y es que a los presidentes de México les salen muy bien los principios, pero de los finales ¡ni hablar! ¡Todos salen mal! Alguna vez yo sugerí que los sexenios fueran quinquenios pero como están las cosas habría que hacerlos de un año porque las crisis han ido adelantándose y no sólo eso, se han vuelto cada vez más graves.''
-¿De la Madrid, cómo fue con la prensa?
-Distante... Y Salinas fue su propio jefe de prensa. Tuvo como operador primero a Otto Granados y luego a José Carreño Carlón, pero el jefe de prensa de Carlos Salinas se llamaba Carlos Salinas. Yo a Salinas le pondría algo más: era un seductor.
-¿Hubo muchos seducidos?
-Sí, 90 millones de mexicanos... ¡Todo el país! Y que no me digan ahora que no. Este país sucumbió a la seducción de Carlos Salinas. Salvo contaditas excepciones y por un asunto de intransigencias personales, aunque al final el tiempo les dio la razón, este país sucumbió a aquella seducción como doce años antes había sucumbido a la de José López Portillo.
-¿Y Zedillo?
-Distante... Distante.
La charla con López Dóriga tiene lugar en su oficina del edificio de El Heraldo, en la colonia Doctores. Son pasadas las diez de la mañana y el periodista luce fresco, no obstante encontrarse despierto desde las cinco. Venía de afinar los últimos detalles de lo que fue el programa del regreso: una historia de banqueros, Delincuentes de cuello blanco. En los muros, decenas de imágenes resumen sus ires y venires. Destaca una fotografía en la que aparece cargando a su hija, la pequeña Adriana, quien acaricia la calva de Carlos Salinas.
Con un noticiario en Radio Fórmula, columnas políticas en El Heraldo y Upi, y ahora su programa en Televisa, López Dóriga asegura vehemente que para él los tres medios tienen la misma importancia: ``El encanto es el mismo, porque es el mismo oficio, la misma excitación de la noticia, en cuya persecución tú puedes dejar lo que sea.''
-Estuviste en la cima y luego te perdiste, ¿qué te pasó en ese tiempo?
-Pasó de todo. Pasa y pasó. Fueron días difíciles en los que finalmente hay un punto donde decides si sigues o te regresas. Pero no puedes regresar solo, necesitas a alguien que te dé la mano y al que además quieras tomársela y caminar. Cuando se da todo eso, regresas y regresas con todo. Con una gran ventaja: sabiendo más. No hablo de conocimientos enciclopédicos. ¡No! Sabiendo más de la condición humana, sabiendo más de las grandezas pero también de las debilidades. No puedes entender las unas sin las otras... He regresado sabiendo lo que quiero y sabiendo más cómo hacerlo. Y con las tentaciones probadas y superadas.
-De eso nuevo que entonces aprendiste, ¿qué se valía y qué no?
-No a las debilidades, porque... ¡Ya! Y sí a este oficio; pero con toda intensidad, con todo rigor. De un modo, en mi caso, hasta compulsivo.
-¿Las debilidades hicieron alguna vez a López Dóriga traicionar su oficio?
-No, no, no, al oficio no. Me hicieron daño en lo personal.
-¿Qué le entusiasma a López Dóriga hoy de la televisión?
-Lo primero es volver, volver como vuelvo. Yo creo que de las cuatro etapas, de las cuatro eras de la televisión que he vivido, ésta es en la que llego con el mejor equipaje profesional, personal, de salud, anímico.
-¿Tiene que ver que en la televisión haya mayor apertura ? ¿La hay realmente?
-Sin duda. La hay porque así como éste fue un país de un partido único, de una telefónica única, de una central obrera única, también lo era de un canal de televisión único, y era un país con un noticiero único. Hoy tenemos opciones, pero en el caso de Televisa, que es el que mejor conozco, hay una clara voluntad de abrirse, de abrirse toda. Y si en su momento el señor Emilio Azcárraga Milmo dijo ser un soldado del presidente y se declaró priísta, cuando México era el país del partido único, ahora Emilio Azcárraga Jean ha dicho que su partido se llama México.
Las enseñanzas de Jacobo
López Dóriga se manifiesta contra ``el protagonismo por el protagonismo'' de los periodistas. Considera que ``el periodista que se monta en el `yo digo', `yo opino', o `según yo', es como si subiera al púlpito o a la tribuna de la Cámara de Diputados. Deja de ser reportero. Yo sólo soy reportero. No soy comunicador. Comunicólogo, ¡menos! He escuchado que hasta hay ¡líderes de opinión!''
-Cuesta trabajo creer que no te asumas como líder de opinión porque en los hechos lo eres, ¿no?
-No, yo no. Jamás se me ha ocurrido ejercer un liderazgo y menos de opinión. Insisto, yo ni siquiera trato de influir. Yo cuento las cosas pero no busco crear una opinión ni desactivar otra ni comandar alguna más. Yo he escuchado decir a gente: ``y nosotros los líderes de opinión'', y les digo: ``a mí bórrenme de su lista'' porque no es cierto, no los hay.
-Durante mucho tiempo eso y no otra cosa fue tu maestro Jacobo Zabludovsky.
-Sí, se comentaba: ``lo dijo Jacobo''. Pero él nunca se asumió como líder de opinión. Eso lo debo decir porque así es. Es más, entonces ni se usaba esta etiqueta de líder de opinión. Jamás Jacobo pretendió hablar excátedra, con la infalibilidad de un Papa. De eso a la locura hay un pasito.
-¿Cuánto le debe López Dóriga a Jacobo Zabludovsky?
-Todo lo que sé en televisión. Con Jacobo empecé una parte muy importante de mi vida profesional. No sólo le debo todo lo que me enseñó, sino todo a lo que tuve acceso... Enviado especial en guerras, conflictos, golpes de Estado, muerte de líderes como Franco, muerte y elecciones de Papas. Las primeras giras presidenciales. El saber que este es el primer programa pero también que puede ser el último. Y tenerlo muy claro.
``El otro día le escuché a un actor decir que cada noche, después de tener teatro lleno, cuando se iba la gente él se desmaquillaba, se cambiaba y salía al lunetario para que no se le olvidara cómo se veía vacío.''