Hermann Bellinghausen
Salida al Chino

1.- No son calles que uno pensaría que se pueden soñar, pero el deslizamiento por ellas naturaliza la sensación de sueño. Es posible, piensas.

De medieval le quedan al barrio las estrechas calles, amuralladas por altos edificios que parecen darse los brazos todo el tiempo de un lado al otro con saludos tendederos corredizos y banderas compartidas. De medieval le queda también un rústico monasterio bendecido alguna vez por San Francisco o San Jaime y hoy bajo la bendición, no menos santa, del graffiti post-todo y su azar indescriptible.

Como las descansadas señoras que salen por leche, los yonquis amanecen temprano, pero en un estado que no refleja reposo sino, por el contrario, una agudización extremada de los filamentos de cada nervio del cuerpo.

El adormilado fragor del puerto a pocas cuadras abraza, caliente y salobre, la claridad de las calles como hilos de este barrio que es, de momento, el mundo. Le llaman Chino por caprichos de la memoria. ¿Por qué no paquistano, marroquí o catalán? A saber.

Las suecas, las americanas, los alemanes y españoles trotan cerca, en el turistódromo de Las Ramblas, lejanos y bovinos, consumiendo, que es lo mismo que hacen los incendios y las fiebres.

2.- En la casa de los obreros, a media cuadra del parque que la municipalidad se obstina en volver distinguido, de cara al siglo XXI, de seguro, un don Gaspar sin procedencia, tan de aquí como los árboles de las esquinas, los escalones de piedra erosionada y los bares claroscuros, mastica tabaco y escupe memorias cascadas en un incomprensible castellano que lo mismo podría, sí, ser chino.

Dos gatos grandes como perros, peludos y perezosos, avanzan al balcón para mostrar de cerca a don Gaspar su desdén por él y por el mundo.

-La muy puta -celebra, al fin en lengua comprensible, y te llama a que te asomes, sibila de risa y apunta abajo su corrugada mano de uñas oscuras.

Admira la facilidad de la Bocacha para desplumar a un marino italiano a media calle, metiéndole una mano en la bragueta y otra en el bolsillo, sin que el hombre sienta la diferencia.

Don Gasat le aplaude, ``joder'', escupe un resto de tabaco, y verdaderamente se exalta, como cuando el Barsa mete gol (ese momento de grave religión).

Cuatro pisos abajo, a pocos pasos del bar de Emilio, la Bocacha oye la boruca del viejo, y con la mano que tenía en el bolsillo de la víctima, que se distrae en devorarle el cuello, alza el dedo medio en mensaje a las alturas, diciendo ``joderos'' a don Gaspar, y con la cartera del marino prendida por los otros cuatro dedos. Alcanzas a verle un paladeo de satisfacción. A ella.

Con un movimiento de ala de vampiro, deposita la cartera en su bolso. La Bocacha termina con su italiano, lo empuja levemente, como para no despertarlo, y se aleja limpiándose las babas de la nuca con un pañuelo.

3.- (Variación real a una foto de Marx Ellen Maré) En la explanada debió existir un edificio, o varios. Queda la caries de su baldío. Lugar donde ha caído una bomba. A ciertas horas los niños árabes juegan fútbol. A todas horas, la sensación desierta crece en el cascajo, los montones de basura, los girones de recuerdo. Pudo haber aquí un circo. Puede haberlo en el futuro.

Siempre puede haber un circo.

Ahora, en este hoy suspendido en el polvo del aire, se abrazan, como si les diera lo mismo, un muchacho y una muchacha. Llevan pesados abrigos de lana, a despecho de lo caliente que corre la noche, y él, en la mano izquierda, un ramo de claveles decapitados. A sus pies los pétalos parecen gotas de sangre. La muchacha, plácida en los brazos de su hombre, sostiene unas tijeras diríase que sagradas. Sus ojos verde claros en blanco contemplan el cielo como a una aparición.

El muchacho te mira, sonríe vagamente, y pone sus labios como tentáculos sobre los labios lívidos de su compañera y la besa sin dejar de mirarte ni que ella quite sus ojos del cielo, mientras te alejas de los amantes sobre su charco de pétalos de sangre, rodeados de soledad, hermosos sin que lo sepan ni les importe.

A veces la vida aparece escrita en chino.