Astillero Ť Julio Hernández López
Las encuestas y los estudios de opinión se han convertido en los años recientes en sustitutos de la sensibilidad política de muchos de los gobernantes. Validos de tan avanzados instrumentos de medición del ánimo colectivo, cada vez más hombres del poder toman decisiones trascendentes confiados en el carácter científico (casi infalible) que asignan a tales maniobras indagatorias del sentir público.
La recurrencia a dichas encuestas y estudios de opinión no es mala en sí (por el contrario, puede ser un apreciable esfuerzo por disponer de más elementos de juicio a la hora en que la persona responsable de tomar decisiones políticas valore distintas facetas de un problema y, juzgándolas, resuelva tomar acciones o emitir declaraciones), salvo cuando se convierte en un amuleto supersticioso o en un referente esclavizador.
Por desgracia, el uso mitificado de esos recursos se ha extendido a lo largo y ancho de la red del poder. En la inmensa mayoría de las oficinas donde se toman decisiones importantes hay carpetas que contienen resultados, tendencias e interpretaciones derivadas del trabajo de las prósperas compañías especializadas en estudios de opinión pública.
El poder de las encuestas
Los poderosos de la antigüedad consultaban a los oráculos y los magos; los de ahora a las inertes páginas de las carpetas engargoladas en las que los datos relevantes de las encuestas son destacados con marcadores de colores.
Hoy, prácticamente es imposible entrar al análisis de algún tema importante en el despacho de un hombre poderoso sin que sus dichos sean respaldados con los datos y resultados de encuestas y demás armamento demoscópico. Cifras, porcentajes, universos consultados, márgenes de error, son ingredientes sustanciales del tejido oratorio con el que el poderoso pretende justificar sus decisiones pasadas y futuras. Las ya tomadas, demostrando que la gente reaccionó bien y aprobó lo hecho o dicho; las venideras, blandiendo resultados de encuestas como plataforma válida de despegue.
Sin embargo, como en todo proceso humano, hay rangos variables de error y de manipulación. Quienes durante largos años se educaron en la escuela de la política directa, y prefieren conducirse con base en las percepciones que les da el diálogo frontal, suelen tener criterios distintos a los tecnócratas fanáticamente entregados a la adoración de las encuestas. En todo caso, astutos, los políticos mandan hacer también sus estudios de opinión, como quien se manda hacer un traje a la medida, e incursionan así en la guerra de los datos frente a los tecnócratas.
Según diversas versiones que corren abiertamente en el ámbito político, muchas de las decisiones tomadas en Los Pinos (no sólo ahora, sino desde el salinismo: es más, la esencia operativa y analítica es la misma) provienen tanto de la interpretación de un amplio sistema permanente de encuestas (que permitiría leer con cuidado el pulso de la nación respecto a diversos temas y momentos) como de una especie de gabinete de análisis integrado con jóvenes especialistas (que diariamente sugeriría al máximo poder las acciones, declaraciones, gestos, iniciativas y propuestas supuestamente más convenientes).
Las ratas inmundas y el ecosistema
Haya sido a sugerencia de tal gabinete de opinión y de la lectura de su sistema de encuestas, o por propia decisión, el presidente Ernesto Zedillo se vio colocado en una circunstancia incómoda el jueves recién pasado, cuando visitó el estado de Morelos y se pronunció por la erradicación de las ``ratas inmundas'' que por aquellos lares tenían sus madrigueras.
Atenido a una simple lectura del ánimo morelense, cualquier grupo de analistas de gabinete hubiese considerado altamente recomendable que el Presidente de la República se manifestase como lo hizo en las tierras hasta hace apenas unos días gobernadas por Jorge Carrillo Olea. Con el tono y el contenido de sus declaraciones, el titular del Poder Ejecutivo federal estaría colocándose en el rumbo del sentir mayoritario y ello, indudablemente, le acarrearía importantes bonos de popularidad.
Por el contrario, la sensibilidad política (que suele ir entrando en un proceso de atrofia que es proporcional a la adicción a las encuestas) hubiese aportado elementos de juicio que habrían matizado las palabras presidenciales.
Porque sucede que las ``ratas inmundas'' fueron durante largos años (y lo hubiesen seguido siendo, de no haberse dado la ejemplar lucha cívica morelense en su contra) parte de la fauna privilegiada del ecosistema político vigente (en el que la subsistencia de las especies depende del mantenimiento de hábitos y costumbres que, cometidos por unos, benefician a otros, aunque sea indirecta e inconscientemente) y porque la agresiva escoba oratoria de hoy no fue, durante años, ni siquiera un asomo de amago contra las entonces encumbradas ``ratas inmundas''.
De las palabras a los hechos...
Pero, además, la terrible sentencia presidencial contra los sucios roedores abona la sensación de que el grado de virulencia verbal corresponde no al emprendimiento de serias acciones encaminadas a realizar los propósitos del personaje declarante sino, en realidad, a una incapacidad real (acaso a una desesperación) que lleva a elevar la voz y los conceptos para generar una imagen que de alguna manera compense la falta de hechos ciertos.
El estado de Morelos, como lo demuestran las noticias recientes, continúa teniendo secuestros y las ``ratas inmundas'' siguen vivitas y coleando (y, como toda ama de casa sabe, tales animales simplemente cambian de escondite -¿de entidad federativa?- si no son verdaderamente exterminados y protegidos a conciencia el lugar de donde han sido erradicados).
Pero, además, el problema no son dos, tres, diez o cien ratas inmundas (por más que fuesen gobernadores, procuradores, jefes de las policías estatales o coordinadores de grupos antisecuestros, y se les hiciese renunciar) sino todo un ecosistema. En muchos otros estados del país hay también ratas inmundas, y los mexicanos tienen que soportar diariamente (mientras no se cansen y entonces decidan organizarse y luchar como en Morelos) la terrible perversión de los aparatos de administración y aplicación de la justicia.
Convertir el drama cotidiano de la inseguridad, la delincuencia, la impunidad y la corrupción, en meras frases virulentas pero ineficaces, es también una forma de agresión y, en ese sentido, el inusual tono utilizado en Morelos, y los conceptos pronunciados (que en algunos pasajes prefiguran una voluntad individual deseosa de aplicar sus criterios por encima de los propios cauces institucionales), podrían estar deteriorando más que magnificando la imagen presidencial.
Aunque, bueno, es muy probable que los genios de las encuestas y los estudios de opinión, y los sesudos integrantes de los gabinetes de análisis, reporten a la superioridad un impresionante impacto positivo logrado luego del discurso de Morelos y recomienden mantener a flote la popularidad a base de esas dosis discursivas etéreas.
Astillas: La luna de miel entre el gobernador panista de Chihuahua, Francisco Barrio Terrazas, y el candidato priísta a relevarlo, Patricio Martínez, ha llegado a su fin, pues el tricolor ha sido acusado de tener decenas de propiedades inmobiliarias que no se justifican con los cargos e ingresos tenidos antes, lo que le ha hecho revirar contra el blanquiazul y sus autoridades.
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