Aristegui y Solórzano: los medios narran el caos desde el caos
Elena Gallegos y Arturo García Hernández /I Ť Razonar hoy es impopular. Este es uno de los desafíos que afrontan los medios masivos de comunicación que en la actual circunstancia de confusión social y falta de credibilidad institucional, por un lado hacen de Ministerio Público y hasta de tribunales, y por el otro, viven el riesgo de someter su proyecto periodístico a la dictadura del rating: están ``inmersos en el caos narrando el caos''.
Carmen Aristegui y Javier Solórzano, conductores del noticiario Blanco y Negro, que desde enero de 1995 transmite Multivisión, hacen un diagnóstico de las contradicciones y dilemas de la tarea informativa. Impulsores de lo que en su momento se consideró una forma innovadora de ofrecer noticias por televisión, convienen en que en esta coyuntura de cambio irreversible los medios, ``testigos y protagonistas'', están obligados a revisar sus controles de calidad y tienen la ineludible responsabilidad de cuidar más lo que dicen y cómo lo dicen.
-En esta situación, ¿cúal es el papel de los medios?
-Ahora que hay una crisis de credibilidad pasmosa, espantosa -valora Carmen- en las instituciones, los partidos y otras formas de organización tradicional de la actividad política; los medios, para bien o para mal, se convierten a veces hasta en jueces, en ministerios públicos, en opinadores, que no sólo reproducen información sino que generan opinión y mensajes que tienen un efecto real. No podemos soslayar el hecho de que si alguien dice algo en un medio de comunicación, por más estúpido que parezca, lo escuchan millones. Hay una influencia verdadera.
``Se ha dado también una especie de sustitución, un traslape de funciones, en relación con otros actores sociales. La mescolanza es feroz y sólo se resolverá cuando el concepto de República esté operando cotidianamente. Cuando haya división de poderes, cuando el Ministerio Público haga su chamba, cuando los jueces recuperen credibilidad. En fin, cuando se reacomoden las piezas de nuestro proyecto de nación'', prevé Carmen.
-Parece muy obvio -acota Javier- pero la crisis de la sociedad es también la crisis de los medios. No es una cuestión de dinero, es un asunto ideológico, político, moral, ético.
-¿Pero estamos realmente contando al país?
-Yo creo que nos falta organización -admite Carmen-, estamos en el caos contando el caos. Somos un reflejo de lo que pasa en la sociedad y no hemos encontrado la forma de segmentar la realidad de tal modo que tenga cierta coherencia. Tal vez es una pretensión absurda en este momento, quizá tendríamos que reconocer que hay que vivir el exceso para después vivir los equilibrios. Esto es natural cuando vienes de una circunstancia tan cerrada, monolítica y constreñida.
-Hay 40 millones de pobres -interviene Javier-, yo me pregunto: de esos, ¿cuántos tienen acceso a los medios? Y los medios, ¿cuánto tienen qué ver con ellos? Este es un país en el que se escenifican muchos divorcios. Uno de ellos, el de los medios con la realidad. Los medios tienen que ver nada más con la clase política. Los periódicos les hablan sólo a unos. En México también en esto tiene que haber una reconciliación.
-¿Hasta qué punto el rating está definiendo el contenido de los noticiarios?
-El rating -responde Javier- va de la mano de la perversidad. Lo que sucede hoy con el rating es que se están peleando algo más que la información. Si se estuviera peleando el proyecto periodístico de nación, todos estaríamos en lo correcto. Pero me parece que sí se puede encontrar la fórmula idónea para hacer compatible el contar todo lo que está pasando y lograr mayores audiencias, sin recurrir sólo al escándalo
``Nosotros hemos tenido ratings muy altos cuando entrevistamos al subcomandante Marcos, a Mario Ruiz Massieu y a Marcela Bodenstedt. Debemos entender que el asunto del periodismo no es un asunto de escándalos sino de información e investigación sistemáticas''.
-Como dice Javier -secunda Carmen-, el rating puede ser perverso si en función de él sacrificas un proyecto periodístico. Si en esa necesidad de responder a un mercado caes en lo que, en muchos sentidos, ha caído la televisión mexicana, que ha producido programas o productos efectistas, marcados por el amarillismo y la violencia. Es cuando puede ser perverso.
``Esas frases efectistas, esa manera de presentar las noticias, es impactante, pero a fin de cuentas si le rascas dos milímetros acaba no teniendo nada'', señala.
Enseguida Javier trae a colación la ya célebre disputa por las audiencias -es decir, por los anunciantes- entre Televisa y Televisión Azteca: ``Cuando observamos el fenómeno de cómo una televisora empezaba a equilibrar el rating con notas, lo primero que dijimos fue: ¡Qué bueno! Aunque después nos dimos cuenta de que estaban sustentando esa estrategia en hechos violentos y contando un país que no era. Además, el nivel de decibeles importado de la televisión de Miami, que allá puede dar muy buen resultado, aquí provocó reacciones diferentes de la sociedad. No digo que estoy en favor o en contra de los decibeles, simplemente aquí la respuesta fue distinta. Por eso luego nos tuvimos que decir: ¡cuidado, lo barato puede salir caro!
``Al paso de los días, tengo la impresión de que, con excepción de deportes, aprendieron más los aparentemente derrotados que los vencedores''.
Aristegui y Solórzano consolidaron su carrera en Imevisión, empresa estatal que, para ser privatizada, se transformó después en Tv Azteca. Ahí vivieron en carne propia las poco sutiles formas de que se vale el poder político para difunfir sus ``verdades''.
-Ocurrieron cosas muy interesantes en Canal 13 -rememora Javier-, a principios de los noventa existía una cerrazón brutal y un odio al PRD. Nosotros entendíamos que ese partido era una fuerza política que estaba creciendo y a la que debíamos darle espacio como se le daba al PAN. Entonces, para hablar del PRD, el pretexto era hablar primero del PAN.
``En una ocasión -cuenta- nos presentaron un video en el que aparece Cuauhtémoc Cárdenas con unos travestis en Veracruz. Estando al aire, sin previo aviso, empezaron a transmitir el video y simplemente ordenaron: ``¡Coméntalo!''.
Sin opción, Solórzano dijo frente a las cámaras: ``Bueno, este es un video que o se lo mandaron al ingeniero Cárdenas o los travestis, parte de la sociedad mexicana, lo apoyan, o no sé. Punto''. Por si fuera poco, minutos antes de que terminara la emisión, volvieron a transmitir el video. ``Cuando lo vi, repliqué: `yo no lo presento, háganlo ustedes'. Entró el video, nos despedimos del auditorio y nos fuimos.
``En ese momento tan especial -sigue- pasaron cosas muy divertidas: yo nunca decía `el presidente Salinas'. Para abreviar, lo llamaba `el licenciado Salinas', pero Carmen nada más se refería a él como `Salinas' y le pidieron que lo llamara `presidente Salinas'. Eso pinta lo que ocurría''.
La anterior es una anécdota que ilustra las restricciones del poder, pero también las hay de lo que pudieran llamarse los ``excesos''. Carmen recuerda: ``En uno de los aniversarios del asesinato de Luis Donaldo Colosio yo hablé de su equipo de seguridad. Hice una enumeración de los males que aquejaban a aquellos hombres. ¿Se acuerdan? El que no padecía Parkinson sufría de cataratas. Eran, a todas luces, físicamente deficientes para tamaña encomienda. Entonces aludí a Fernando de la Sota, jefe del Grupo Omega, quien había sido procesado por falso testimonio.
``Mi expresión fue: `¡Y tener como elemento de seguridad a un gorila como Fernando de la Sota!'. Terminé mi comentario y me dijo el productor que tenía una llamada telefónica. `Es Fernando de la Sota' .Tomé el teléfono, pero ni modo de decirle `muy buenas tardes señor gorila'. Así que le contesté: `¿Cómo le va señor?', y él me contó una historia que podía o no ser cierta. Me aseguró que era un hombre humilde, que sólo poseía una camioneta, que estaba pagando una casa en Satélite y cosas así. Yo le pedí que no me lo contara a mí sino al auditorio, pero no quiso. Puede ser que el hombre de verdad no sea un gorila (yo creo que lo es), pero es entonces cuando te planteas si eres o no el juzgador o si tienes los elementos suficientes para hacer una aseveración de esa naturaleza''.
Para Carmen este es un conflicto permanente porque, ``si te vas al otro extremo, puedes causar una enorme decepción al auditorio si, por ejemplo, dices que no hay evidencias suficientes para señalar que Raúl Salinas de Gortari fue verdaderamente un transa. Es el típico caso de los odios encontrados y de una sociedad que personaliza su carga de rencores históricos en figuras públicas. Concentramos nuestros odios en los villanos favoritos. Ya no es nada más Salinas y su hermano, sino que tenemos a otros. Pronto Manuel Lapuente puede estar en esa galería''.
Sobre este punto, Javier advierte: ``Nunca sabemos si los malos son realmente malos y si los buenos realmente lo son. Dicho de otra manera, hay un conjunto de personajes a quienes de antemano se acusa porque la propia autoridad los acusó. El gran problema es cuando la autoridad no lo fundamenta y queda mal como quedan mal todos los que sistemáticamente retomaron la acusación y dijeron `aquél es narco' o `aquél es un tal por cual'.
``Yo quisiera ir al origen: ¿cómo podemos evitar equivocarnos? No podemos evitarlo cuando la autoridad dice que Raúl Salinas asesinó a Francisco Ruiz Massieu y está a punto de no poder probarlo. ¡Eso va a ser gravísimo socialmente! Para Raúl va a ser un éxito porque si no se lo demuestran quedará libre, será inocente y punto. Simpatías aparte''.
-Así las cosas, ¿cómo adquirir credibilidad?
-La credibilidad te la dará la oportunidad noticiosa. Renato Leduc afirmaba que todo se podía decir, que nada más era cosa de saberlo hacer. No es tan fácil. Sí creo que la batalla es por lograr mejores condiciones de expresión para poder decir todo y también por entender que lo que tú informas hoy puede ser maravilloso y excepcional, pero tiene un valor efímero. En esto a mí no me importa que sean de izquierda, de derecha o de centro, me da lo mismo. Lo que me parece sustancial es ser leal con la profesión y leal con un público que te ve a veces esperanzado.
-En un código de ética periodística, ¿cuáles son para ustedes los puntos ineludibles?
-Los principios básicos -apunta Carmen Aristegui- son equiparables a los de una sociedad, igual que el código de ética para los arquitectos, enfermeras o para cualquier persona en función de su trabajo. En el caso particular del periodista , me parece que lealtad es una buena palabra. Esto significa no traicionarte en el sentido básico de lo que supones es tu profesión, la honestidad, la transparencia, el no determinar contenidos por intereses externos, ya sea comerciales o políticos.
``Hay un código de ética que me gusta mucho, el del Washington Post, que tiene como eje rector la justicia. La justicia como concepto básico. Eres justo si no ocultas la información sustantiva de un hecho, si no distorsionas intencionalmente la información, si no haces tal o cual cosa por intereses ajenos. Por eso, el concepto de justicia puede regir muy bien lo que sería una aspiración ética de los medios de comunicación''.
-Me atrevería a decir -redondea Javier Solórzano- que esta es una cuestión de carácter social. Un código de ética para periodistas tiene que ver con un código de ética de una sociedad... Con la moral de una sociedad. ¡Cómo puede ser posible que un periodista no reciba chayo si gana diez pesos! ¡Cómo es posible que un periodista no reciba chayo si en la esquina lo para un policía y tiene que darle una mordida! Junto con el código de ética debemos pensar en cuestiones como salarios más dignos, que impidan prácticas desleales.
``Ojalá que los propietarios de los medios entiendan que si hay salarios más justos se van a evitar esas prácticas que todos repudian. Más de un diario, más de una televisora están haciendo importantes esfuerzos en este sentido.
``No hay que olvidar que el mejor periodismo pertenece a la sociedad y que el mejor periodismo está en la mejor sociedad''.