Buena parte de la desmoralización de quienes creen en la omnipotencia del ``pensamiento único'' proviene del peso de los medios de comunicación de masas en la homogeneización del pensamiento y de las culturas, en la destrucción de las diversida- des. En efecto, hoy no es ya la escuela la formadora, ni tampoco la familia, la vida comunitaria ni los intelectuales. La televisión y la música que imponen y difunden los grandes grupos que controlan el ``entretenimiento'' son los informadores y los formadores reales de las mismas familias y de la juventud. Los pocos medios impresos ``de opinión'' libran sólo una batalla de retaguardia, como guerrilleros de la libertad de pensamiento, e influyen apenas sobre un ghetto de ``tomadores de decisiones'' que, en su inmensa mayoría, no son los que deciden, pues eso se hace en el extranjero y no en los cafés literarios ni en las oficinas gubernamentales.
Aparentemente no habría, pues, nada que hacer, ya que los medios de comunicación son fábricas masivas de analfabetismo, gigantescas máquinas que producen hamburguesas ideológicas, deformadoras del gusto, destructoras de la lógica, masacradoras de los valores éticos y comunitarios y llenan los cerebros de la mayoría con basura apisonada.
Hoy, como en el Medioevo la Iglesia, pero ahora en todo el planeta y con muchos más recursos, ellos cumplen un papel masivo de domesticación de las mentes, erradican el libre albedrío y la razón.
Sin embargo, los arrepentidos y los pesimistas olvidan dos cosas. La primera es que la Iglesia era mucho más potente que los medios actuales porque hundía sus raíces en la vida cultural comunitaria, en los viejos irracionalismos y las esperanzas milenarias.
No era sólo una técnica de dominación, con sus vitrales y sus ``comics'' en los frescos de las catedrales para enseñar historia sacra a los analfabetas, con sus cantos, sus ritos, sus luces, su incienso, sus procesiones y sus imágenes para golpear la imaginación y lograr un impacto estético (o sea, no racional). Era una organizadora totalitaria de la vida: los días, las horas, los trabajos, el tiempo estaban en sus manos, y la Iglesia dictaba el curso de las existencias de todos, garantizaba las treguas, frenaba a los potentes, daba refugio incluso contra los infieles. ``Cristiano'' era entonces, y en ciertos lugares lo es aún hoy, sinónimo de ser humano civilizado.
Los medios de comunicación actuales, en cambio, no entran en el subconsciente colectivo porque se oponen a las tradiciones culturales, porque chocan con las experiencias vitales comunitarias, porque difunden un irracionalismo frío y hunden todo en ``las heladas aguas del cálculo egoísta''.
Su individualismo y su hedonismo chocan con las necesidades de las mayorías, con su cultura, con una tradición judeocristiana de dos mil años y con las experiencias comunitarias de milenios anteriores al cristianismo, y no sólo con la escuela laica y los valores morales de la familia.
La segunda cuestión es que aunque la cultura de las clases dominadas es siempre la de las clases dominantes, eso funciona mal, porque en el medio están la resistencia popular profunda y no siemprevisible y también el hecho de que el caballo ve el mundo de modo diferente a quien lo ensilla. La gente, en efecto, lee entre líneas e interpreta a su modo la papilla de noticias deformantes que le propinan diariamente. Si no ¿por qué en países donde no se lee pero sí se ve televisión se vota por opciones democráticas que la ``caja idiota'' sataniza? Hay una cultura paralela que se forma colectivamente cambiando contenidos de la cultura hegemónica, en una acción cotidiana y molecular que no se encauza por los medios. Toda la hegemonía de la Iglesia no impidió su derrumbe, como toda la hegemonía romana no había podido impedir la subversión cristiana y toda la hegemonía religiosa, política, militar, cultural del Padrecito Zar no lo salvó de la revolución de un pueblo de analfabetas.
Lo único seguro es que no hay fin de la Historia (aunque puedan acabar la civilización y hasta el planeta si las cosas siguen así) y, por lo tanto, el pensamiento único ni es omnipotente ni eterno, y no lo son tampoco sus creadores y servidores.
Por consiguiente, hay que ver qué vías adopta la resistencia, qué caminos la creatividad libre, cuáles sendas la defensa de otra razón frente a la del capital, que engendra un mundo irracional de monstruos.