La muerte, que ronda en todas partes, también deja huecos en el teatro. Cuando se trata de enfermos terminales, como sería el caso de María Elena Martínez Tamayo o de la entrañable Lidia --científica reputada, a quien conoció el medio artístico a través de su esposo Ludwik Margules-- la sensación es de que, por fin, encontraron el descanso aunque subsista la sensación de pérdida. Pero cuando es repentina y se lleva a un hombre joven del que se esperaba la madurez de su obra, y me estoy refiriendo a José Enrique Gorlero, la sensación de pesar se aúna a la estupefacción de amigos y discípulos. No voy a hablar de José Enrique, que ya lo hizo en nuestras páginas de manera inmejorable y conmovedora Raquel Peguero, sino de una escenificación en la que toma parte su hijo Matías, el excelente iluminador que ya camina con paso seguro e independiente en el sendero en que se inició junto a su padre, lo que es un modo soslayado de recordar al Gorlero recién desaparecido.
Perla Szuchmacher y Larry Silberman --de origen argentino, como los Gorlero, y que también desarrollan su actividad en México desde hace bastantes años-- se han dedicado a hacer un teatro infantil muy inteligente a través de su Grupo 55, con temas difíciles como el machismo o la violencia, que desde luego entrañan un motivo de reflexión aunque ellos no intenten ninguna obvia moraleja. Qué tanto inquiete las mentes de los espectadores, es la gran pregunta de todo teatro de ideas, no sólo el infantil, pero habría que apostar junto a ellos a que los niños acudan a sus espectáculos con padres o mentores inteligentes que puedan razonar con las criaturas acerca de lo visto. Un hecho muy claro es que los dos autores y directores utilizan el humor y la gracia en sus obras que juegan con mucho con la imaginación de sus espectadores. Entiendo que Perla y Larry se basan en ejercicios de improvisación de sus actores sobre un tema hasta lograr un diseño preciso y casi milimétrico para texto y montaje, rigor que se auna a la diversión constante.
En Inútil presentarse sin cumplir los requisitos, obra en un acto para tres actores, tres sillas y nueve puertas, los autores utilizan el mismo esquema de sus obras infantiles para encarar otro público, esta vez de adolescentes y adultos. Muy sencilla, muy exacta y muy inteligente, la propuesta se dirige sobre todo a los jóvenes porque sigue teniendo el mismo basamento ético que cuando se dirigen a infantes, envuelto en el mismo humor (que el humor es ético y es crítica social resulta algo ya muy sabido). Larry Silberman y Perla Szuchmacher tratan en esta ocasión temas tan terribles como el desempleo y la manipulación que el poder hace de los más débiles, llevándolos a una competitividad, lo que ya se advierte en todos los órdenes de la cada vez más darwiniana sociedad en que vivimos. Y aunque los autores detestan las moralejas y dejan aquí también su obra abierta, los mayores desearíamos que los muchachos que acudan a verla sean capaces de reflexionar en lo que se les dice, más allá de las risas que la escenificación arranca.
Dos hombres y una mujer jóvenes, solicitantes de empleo, se ven envueltos en una realidad verdaderamente kafkiana en la que nunca conocerán a su empleador, aunque muchas de las respuestas se les dan a través de las nueve puertas, ya sea a base de movimientos de las mismas o bien de letreros colocados en ellas. Los tres están delineados: el joven con aspiración de ``ejecutivo'', la muchacha culta e ingeniosa, el primerizo en las lides del empleo, cuyo desaliño contrasta con el aspecto de los otros dos. Los solicitantes pasan por los estadios de desconfianza mutua, camaradería, atroz competencia. Esto, en cuanto a la relación entre ellos, pero lo mismo ocurre con las puertas que traspasan y a las que identifican con el patrón; un momento, entre cómico y doloroso, ejemplifica: cuando la segunda puerta se entreabre por debajo ante la abyección que demuestran y se vuelve a cerrar cuando preguntan por prestaciones o seguridad social. O las explicaciones que los otros dos dan al novato acerca de los cuestionarios a que puede ser sometido. Toda la brutalidad de estos nuevos tiempos modernos, en que, por momentos, el empleador es visto como otro posible Big Brother.
En la escueta e ingeniosa escenografía de Philippe Amand, con los diseños de iluminación de Matías Gorlero y de vestuario de Edyta Rzewska, y la música de Mariano Cossa, se desenvuelven los tres muy aptos y graciosos actores Carmen Mastache, Gustavo Muñoz y Salomón Reyes en esta escenificación disfrutable para los adultos, pero dedicada a los muy jóvenes que ojalá tengan ocasión de verla.