Arnaldo Córdova
Nuestra relación bilateral
Después del escandaloso ridículo en que culminó la llamada operación Casablanca, montada, según se dijo, durante tres años, sigilosa y encubiertamente, tanto que hasta a los mismos gringos sorprendió, hizo bien el presidente Zedillo, luego de unos iniciales momentos de desconcierto, en protestar como se debía ante la arbitrariedad de las autoridades policiacas estadunidenses al desplegar su investigación secreta. Las evidencias de que actuaron al margen de los convenios de cooperación y que abusaron de la confianza del gobierno mexicano, llegando incluso a intervenir teléfonos en territorio nacional, están siendo reconocidas por la prensa norteamericana y hasta por algunos funcionarios de aquel país.
Lo más llamativo de dicha ``operación'' fue, sin duda alguna, el objetivo de la investigación: funcionarios de medio y bajo nivel de la banca mexicana presuntamente involucrados en el blanqueo de dinero malhabido. Se trataba de una presa fácil. Extraña que los sabuesos estadunidenses se hayan tardado tres años en descubrir a esos pobres diablos. Hay, además, la sospecha de que fueron ``inducidos'', porque cayeron en los garlitos que los mismos investigadores del vecino país les tendieron. Todo eso lo notamos nosotros desde el primer momento, basados en las revelaciones de las propias autoridades estadunidenses. Ahora lo saben a ciencia cierta ellas mismas, y su gran prensa se pregunta, con toda razón, por qué no investigaron a sus lavadores del narcodinero.
El New York Times y el Miami Herald, proporcionando un dato que se antoja muy conservador, en el sentido de que, de unos 300 mil millones de dólares que se lavan en el mundo cada año, se sospecha que en Estados Unidos se hace en una tercera parte, demandaron que se investigue el blanqueo de dinero proveniente del crimen organizado en las instituciones bancarias de ese país. Aun cuando la cifra mencionada fuera cierta, que no lo creo, en México, se calcula, se lavan unos 10 mil millones de dólares fruto del delito. Hay quien ha dicho que en Norteamérica se vuelve legal hasta 90 por ciento del dinero producido por el delito. Eso podría equivaler, nada menos, a unos 270 mil millones de dólares anuales.
La operación Casablanca se antoja montada con fines aviesos. Su objetivo, a todas luces, podría haber sido demostrar que la banca mexicana, como acusó hace un par de años el jefe de la DEA, Thomas Constantine, está involucrada en el lavado de narcodinero. Siendo como ha sido siempre una banca ineficiente y corrupta, no era difícil demostrar que estaba metida en el tráfico de dinero ilegal. Las revelaciones de la investigación cayeron como una bomba en los altos círculos del gobierno mexicano. Poco a poco, se vino sabiendo que dicha ``operación'' había violado no sólo las leyes mexicanas, sino, además, los mismos tratados de cooperación signados entre las dos naciones. Ahora los gringos no saben qué hacer con su estúpida acción y han dado más que suficientes motivos para que el gobierno mexicano se cubra a sí mismo, al igual que a sus corruptos banqueros y, de paso, los exponga como unos idiotas que ni siquiera saben investigar.
Da risa el sólo pensar que los osados y temerarios agentes encubiertos estadunidenses pusieron en alto riesgo sus vidas al dedicarse durante tres años a tirar anzuelos para corromper a ineptos e ingenuos funcionarios bancarios mexicanos de bajo nivel que, finalmente, cayeron en la red. Lo que todavía falta por discutir es si no fue un acto violatorio de la legalidad a que ambos países deben atenerse, nacional e internacional, y, sobre todo, de derechos humanos, el que se haya invitado a los presuntos implicados a francachelas en territorio norteamericano, en las que luego fueron aprehendidos.
La protesta oficial del gobierno mexicano ante el de Estados Unidos fue un acto debido, pero no nos ahorra el ridículo en que hemos caído ante todo el mundo, de nueva cuenta, después del affaire de los extranjeros en Chiapas. Los estadunidenses, como siempre, nos quedan a deber muchas explicaciones que, por supuesto, jamás nos darán y que el gobierno mexicano, por lo demás, nunca sabe cómo pedir o, incluso, cómo exigir, ya que está en nuestro derecho. Ahora sólo nos cabe esperar que nuestros representantes, al menos, sepan comportarse a la altura de la gravedad del momento en la próxima reunión binacional que deberá llevarse a cabo en la capital estadunidense el 10 y el 11 de junio próximos.