BANQUETE BOCELLIANO
Pablo Espinosa Ť A la sombra de la bella voz en flor.
En vivo, uno de los frutos más hermosos de la Tierra que laten hoy: la voz de Andrea Bocelli en su línea de canto perfecta, emisión límpida, pureza de sonido, una magnificencia cónica que, así pequeña, sale de su garganta y se convierte en un haz de luces cuyos contornos los perciben los sentidos todos, pues trátase de un fluido canoro que apela no sólo al sentido del oído: pueden percibirse, palparse, los contornos de su cono sónico, aquilatar el olor del dulce, irresistible pathos que lo anima, esa rara sensación de melancolía que emerge hacia colores optimistas siempre, de una voz nacida de la naturaleza y que ha hallado en la era fonográfica y en la época de los conciertos masivos su aposento idóneo. Puede verse, si uno cierra los ojos, la belleza de su canto. En las entrañas, en la epidermis que se eriza levemente, retumba el poderío de una voz pequeña pero majestuosa.
Chiquita pero bonita.
Agasajo a los sentidos
El arte de Bocelli, percibido en vivo, constata lo que en discos era previsible: trátase de una voz pequeña pero llena de gracia como un avemaría. Su debut en México ocurrió la tarde del domingo en el Auditorio Nacional, repleto de aficionados atraídos por el ``fenómeno Bocelli'' y que hallaron, a cambio de una puesta en vivo de los grandes éxitos que han magnificado los mass media, un recital pletórico de bel canto. Si esperaban la encarnación de un mega star, como lo llaman en el show biz, recibieron, mejor, un regalo de los dioses: música tocada por la gracia divina.
Durante 110 minutos, el tenor toscano cantó 17 partituras, tres de las cuales a dúo, cuatro de ellas de regalo. Un agasajo a los sentidos.
La Orquesta Sinfónica de Xalapa, dirigida por el huésped italiano Marcelo Rota, refrendó, desde su primera intervención y a lo largo de todo el programa, su valía: trátase de una de las tres mejores (con la OFUNAM y la Filarmónica de la Ciudad) orquestas mexicanas. A ella encomendados como parte estructural de la velada, pasajes orquestales de Bellini, Bizet y Mascagni sonaron tersa, elegante, espléndidamente, en una nueva confirmación en nuestro país de la máxima mahleriana: no hay malas orquestas, lo que hay son malos directores. Gran orquesta, la Sinfónica de Xalapa, gran trabajo el de Francisco Savín, su titular.
La premier bocelliana significó otro refrendo: la gran estatura artística de la soprano mexicana Olivia Gorra, quien hizo demostración plena de sus capacidades en siete intervenciones, tres de ellas a dúo con Bocelli, desde el inicial clásico de Puccini: O mio bambino caro, de la ópera Gianni Schicchi (una de las improntas con las que el público masivo, aun el no operístico, reconoce, por ejemplo, a Maria Callas), pasando por el Aria di Vilia lehariana, un momento sublime con pasajes de La Boheme, para culminar en el dúo que todos esperaban: la celebérrima Con te partiró, con el reto enorme que significaba el imaginario colectivo, es decir: la canción más famosa de Bocelli que el público masivo conoce mediante el disco (canción que se escucha en los lugares más insospechados) en voz de Bocelli con la soprano Sarah Brightman. O séase: la inefable comparación que establece el público cuando en vivo quiere oír las canciones como suenan en el disco. En general, independientemente de haber superado con creces empresa tan riesgosa y relativa, la soprano Olivia Gorra triunfó de manera absoluta. Gran soprano habemus.
Intérprete de su tiempo
Una soprano de tales capacidades operísticas, junto a un tenor decidido por el bel canto que emprendió tal camino artístico desde exitosísimas melodizaciones pop, bien podría opacar a éste. No fue el caso porque precisamente tales cualidades artísticas de Olivia Gorra incluyen la maleabilidad, el trabajo de equipo: a dúo, la voz brillante, de gran fuerza de la soprano rindió frutos paralelos y complementarios con las cualidades maravillosas del tenor toscano.
Además de ventear las ánimas, airear los espíritus, acariciar los sentidos con su ramillete de piezas clásicas de bel canto, el gran Bocelli incluyó en sus cuatro piezas de encore tan sólo dos de las canciones tan celebradas por la gente que colmó el butaquerío: Macchine da Guerra, el track séptimo de su disco más vendido, Romanza, con la proverbial intensidad con la que arroba el alma, especialmente en la que entona, en las alturas de su línea de canto, la frase ``me fai tanto male'' y suelta un latigazo en notas altas que deja tendidas por los suelos las reticencias que los puristas pudieran tener hacia un cantante que emite oro molido desde sus mismísimas entrañas.
La selección de partituras bocelliana contextualiza el rumbo decidido: piezas transitadas por tenores legendarios, el último de los cuales es referencia obligada para Bocelli: Pavarotti. Por supuesto que nada tiene que ver la potencia de don Pava en su contundente manera de fascinar con fragmentos tan célebres en él como la Serenata Mattinata (con la que incluso ha bendecido el rap, en una versión rapeada a dúo con Giovanotti), la voz de Bocelli, en cambio, aposenta su magia en la empatía que establece con el escucha, que entra en una suerte de éxtasis instantáneo en cada remate, cada final en las alturas, que es culminación al recorrido de por sí cuasi etéreo que establece Bocelli en el deslumbrante horizonte de su fenomenal línea de canto.
Si 24 mil personas verán en vivo en México a Bocelli, atraídos por un fenómeno de masas, por la fiebre de consumo, se llevan a casa una limpiadita de alma gratis: con voces como la de Bocelli en la escena de la masificación de la cultura que vivimos, queda demostrado que todo se ha jodido, menos la posibilidad del gusto musical del monstruo de mil cabezas.
Bocelli en vivo. El recital de un tenor de la era fonográfica, para micrófono, no para la ópera. Un tenor, en ese sentido, de su tiempo.