Después de las declaraciones de José Antonio González Fernández en el sentido de que habrá que reformar la Ley Federal del Trabajo (LFT), algún funcionario de Concamin lanzó la tesis de que hacerlo es tarea exclusiva de los empresarios y de los representantes sindicales.
Independientemente de que habría que averiguar qué entiende la Concamin por representantes sindicales -- y me despierta sospechas tenebrosas de que se refiere a sus viejos cómplices en los Pactos y en tantas cosas negativas para los trabajadores--, lo que es evidente es que los señores de Concamin padecen de miopía escénica. O, para ser más claros, dejan asomar su deseo de que en la lucha obrero patronal, ya matizada por el espíritu chocarrero de la nueva cultura laboral, la concepción de la lucha de clases y del conflicto de intereses parezca historia antigua e irrepetible. Por el contrario --y ésa es una corriente dominante en el mundo-- quieren que los dejen solos, como en los viejos tiempos de la Revolución Industrial, sin tutelas a favor de los trabajadores y con el pleno ejercicio de la más ancestral explotación.
Me contaba Carlos de Buen Unna que en un programa de radio conducido con la gracia de Estela Livera, en el que compartió la charla con un representante de Concamin y con Manuel Fuentes, antiguo y muy eficaz litigante y hoy director de Trabajo y Previsión Social del gobierno del DF, se ratificó ese deseo de bilateralidad exclusiva. Pero Carlos y Manuel coincidieron, y Carlos lo dijo expresamente, que excluir a los partidos políticos de la tarea reformadora es olvidar que el Congreso de la Unión está integrado, precisamente, por representantes de partidos políticos. Y no creo que los representantes de Concamin ignoren que es en el Congreso donde se aprueban las leyes. Donde, además, están ya los anteproyectos.
El tema, indudablemente, deberá discutirse en foros de la mayor amplitud posible. Ya organizó uno con absoluta eficacia mi viejo y querido amigo Juan José Osorio, cuando un grupo de peligrosos laboralistas radicales exigimos de la Cámara de Diputados, vía desplegado en La Jornada, que se oyera en voz alta a quienes, cualquiera que fuera su ideología o su actividad, quisieran opinar de una reforma anunciada a la LFT. El foro se llevó a cabo, durante el mes de agosto de 1989, en la Cámara de Diputados cuya comisión laboral presidía Juan José y fue interesante: hay dos publicaciones al respecto por si alguien lo duda, que aquel compromiso de Carlos Salinas de Gortari de reformar la LFT, reasumido en su investidura, se convirtió en silencio ominoso. Las tareas se llevaban a cabo en el secreto pero el vendaval de opiniones convirtió la misteriosa tarea obrero-patronal, con todos los corporativismos imaginables, en algo imposible de caminar en silencio. El maestro Campillo Sainz, excelente secretario técnico de la comisión revisora se quedó, como tantos otros, en el desempleo.
Una reforma laboral interesa a muchos y no sólo a los supuestos protagonistas de las relaciones obrero-patronales. Desde luego que al Estado, de cuya estructura la materia laboral es parte fundamental. Pero también en la medida en que la economía tiene un mucho de responsabilidad estatal, supuestamente dirigida aunque me temo que no digerida por el Estado, interesa de manera absoluta a los órganos encargados de esa discreta disciplina. Por supuesto que además a los trabajadores y no sólo a los sindicatos. Y también a los patrones y no sólo a sus representantes cupulares.
Junto a ellos la academia debe desempeñar un papel fundamental, al menos de orientación técnica si es que algún especialista declara --y a ver quién le cree-- que es apolítico. Pero otro papel fundamental corresponderá a los litigantes, esa fauna de la que orgullosamente formo parte, que lucha en mil batallas por conseguir que se le reconozca la razón.
No deberá faltar la opinión de los jueces. Y tómese la palabra juez con cierta generosidad para que comprenda a funcionarios de las Juntas de Conciliación y Arbitraje que hay algunos aprovechables. No tanto los del Poder Judicial Federal a la altura de los Colegiados que de derecho laboral saben muy poco. Pero alguno habrá.
¡Nada de discriminaciones! La tarea es de todos nosotros.