La Jornada Semanal, 24 de mayo de 1998



Thom Jones

cuento

El aniquilador

El sentido de fragmentación y orfandad que trajo consigo la posguerra dejó atrás la prosa simbólica y los temas míticos de los predecesores. Aquí, la influencia de Salinger es patente en el tono y la mirada cínica de la voz que exhibe, sin quererlo, la fragilidad de un mundo que se oculta en la autocomplacencia. Jones es autor de The Pugilist at Rest (1993) y Cold Snap (1996).

Creo en la filosofía del rock'n roll. Como ``no la busques muy bonita, porque al rato se le quita, busca amor''. Digo, ¿quién puede refutar eso? ¿Puede Immanuel Kant refutar eso? ¿Cómo puedes refutar eso? De veras. Cualquiera sabe que eso es cierto, incluso un tipo superficial como yo. Para mí casi todas las mujeres son bonitas. Tienes que hacerlas sentir especiales, hacerlas pasar el mejor día de su vida y ¿qué mujer no se ve bien en el mejor día de su vida?

No me malinterpretes, yo sólo voy con las realmente hermosas, pero la cosa se da en ciclos, como si las fases de la luna afectaran mi estilo, o algo. Digo, puedo salir con la certeza de que tengo una póliza de garantía para coger y regresar a casa vacío, sobre todo en estos precavidos tiempos del sida. Cuando paso por un periodo seco, tampoco me presiono demasiado; tienes que tomarlo con calma y saber tus limitaciones. Debes saber qué quieren y cómo tratarlas. Tienes que hacerlas venir a ti y bajo ninguna circunstancia puedes involucrarte emocionalmente. Quiero decir, el juego es de ellas cuando lo haces, cuando empiezas con los nombrecitos de cariño, a saber su color favorito y ella comienza a saltarte con todo tipo de aniversarios. Un poco de eso y cuando te enteras ya eres papá, con toda esa responsabilidad encima. Tienes que darles ese tonito de que no te importan y trabajarlo. Dales algo de James Dean o Montgomery Clift, o un poco de Rodolfo Valentino, y cuando se dan cuenta de que no vas a caer, te desean mucho más y entonces la victoria es tuya. Es muy simple. Es sólo cuestión de estilo. Y en esta época de Prince y Michael Jackson, retomar el estilo de los viejos maestros repunta en originalidad y sabor. Renta películas viejas. Mira algo de Jimmy Cagney y verás a lo que me refiero.

Como sea, pasaba por un periodo seco. (No son malos si son cortos, pero empiezas a pensar sobre tu vida y todo eso cuando duran y no hay que clavarse en este tipo de cosas por mucho tiempo. Pueden hacerte miserable.) Estaba pasado, caliente y buscando una señal.

Cambié mi territorio un poco y empecé a rondar la librería estatal a la hora de la comida. Es un buen lugar: muchas mujeres; trabajadoras estatales recorriendo toda la gama, desde asistentes de investigación a abogadas. Ahí puedes encontrar chicas jóvenes, frescas, y como una cosa lleva a otra, en la segunda tarde divisé un buen prospecto, una chica de ojos cafés, estatura promedio, buena figura, sin anillo de compromiso, de unos treinta, casi perfecta, prefiero a las rubias, pero ella está bien.

Bajo la cabeza como si estuviera leyendo, pero en realidad la observo a través de unos lentes oscuros Porsche desde mi posición estratégica junto al catálogo. Llevo puesto un traje italiano de mil doscientos dólares y me paro ahí envuelto en un aire de elegancia europea con cierto toque de malicia audaz, una irresistible especie de carisma psicópata. Esperando el contacto. Ella levanta la vista una o dos veces, y, luego, ¡lotería! Me da la mirada. Un minuto más tarde sube a los estantes, sección de filosofía, y pienso, Filosofía, qué interesante, sabes, esto es un poquito diferente. Me gusta, voy a confiar en mi instinto y seguirla. La sigo escaleras arriba y ella lo sabe. Los dos revisamos libros un rato, a unas filas de distancia y entonces ella comienza a seleccionar algunos. Ya que lleva los brazos llenos, la intercepto doblando una esquina y ¡blam! me estrello contra ella. Y entonces la hago de James Dean haciendo de Montgomery Clift haciendo de Rodolfo Valentino haciendo un Garfield.

Aprendí a hacer Garfields de niño, mirando el Show de Garfield el Ganso en la televisión. Lo que haces es poner cara de asombro y saltar hacia atrás al mismo tiempo, como si algo te hubiera sorprendido o espantado. Fraser Thomas, el conductor del programa, era una especie de dignatario que hablaba con Garfield, de verdad, y cuando Fraser Thomas decía algo que asombraba a Garfield, el ganso, que era mudo, abría el pico, arqueaba el cuello y daba un salto hacia atrás, toda esta acción en un solo movimiento.

Así que, como dije, intercepto a esta chica de ojos cafés al salir de la esquina con una pila de libros y me estrello contra ella, muy repentinamente, le doy el doble Garfield tirando los libros de sus brazos y ella exclama ``Hey''.

-Upa, lo siento muchísimo -digo-, espera, déjame ayudarte. ¡Qué tarado soy, qué perfecto imbécil!

De inmediato me doy cuenta de que huele bien, su aliento es dulce. Esto va bien, va bien, pienso, y ella parecía firme, esto va bien, muy bien. Mi corazoncito bombeaba el solo de batería de Wipeout, de los Safaris.

-Oye, de veras lo siento, pensé que estaba completamente solo aquí arriba; me asustaste al borde de la diarrea.

-Estaba haciendo ruido -dijo-. Soy ruidosa, no un ratón. La gente me escucha cuando camino en las bibliotecas.

-Estaba a mil kilómetros de distancia -digo yo, sobreactuando un poco a Columbo. Recojo sus libros y luego la encajono contra un estante y la miro directo a los ojos; grandes, bellos, brillantes ojos cafés-. Lo siento -le digo-, ¿qué es esto? -le digo-, ¡La crítica de la razón pura! - le digo-, tú no puedes leer esto -le digo-, eres mujer.

-¡Claro que puedo leerlo! -dice ella, enderezando la espalda.

-No me refiero a que no puedas leer a Kant. Lo que quiero decir es que las mujeres no se interesan mucho por la filosofía, es como una regla, mientras que los hombres no se interesan mucho por coser...

-¿Tú has leído a Kant? -me respondió fríamente.

-Claro -le digo-. Después de Kant, ¿qué más hay que decir? ƒl era lo mejor. La última palabra.

Empezó a suavizar un poco el tono. -Muchos están con Wittgenstein en estos días.

-Ese mequetrefe afeminado -respondí-. ``No pienses, observa''; la tontería del lenguaje, de los conceptos. Eso lo saqueó de los budistas, y déjame decirte algo, la prueba está en el relleno. Tipos como Wittgenstein, Nietzsche, Kierkegaard, eran debiluchos de cuarenta y cinco kilos. ¿Qué, no había pesas en esos días?

Se rió.

-¿Cómo puedes hablar del Superhombre o de volar entre águilas, cuando tienes bíceps de veinticinco centímetros?

Más risa de su parte en bajo profundo.

Le digo -Dime algo, ¿quién crees que ganaría? Maddison Square Garden, quince rounds, el Danés del Diablo o Wittgenstein el malhablado.

Rió. -Kierkegaard sufría de la espalda, Wittgenstein vencería- dijo. Tenía la risa más atemorizante que jamás había oído desde El exorcista.

Sabía que ante mí estaba una hembra alfa, una amazona. Esta chica era más ruda que un clavo. Una chica así puede sacarle la vuelta a un tipo normal. Cuando sales con una alfa, ellas creen que te fornican a ti; piensan que el hombre es el culito. ƒsta era Emily Bront‘ y buscaba a Heathcliff.

Bien, está muy bien, pensé: un lince estaría bien para cambiar, puedo hacerla de Heathcliff. Heathcliff sale solito.

Se llamaba Simone. Vino de París cuando era niña. Era abogada. Le gustaba Platón, le gustaba el ballet, tocaba el piano y el violín (¡bostezo!). Le gustaba pasear a caballo. Corría maratones y podía nadar cinco millas. Practicaba meditación zen.

Por mi parte, la llevé a una pelea por el título y a las carreras. Ella me llevó a ver El anillo de Wagner. Yo le hice leer Lucky Jim y A House for Mr. Biswas, ella me hizo leer Pale Fire. Había viajado por el planeta a lugares como Zanzíbar y Rangún, en Burma; podía retarme al trago y cuando jugábamos vencidas su brazo derecho podía doblar mi izquierdo dos de tres veces. Tenía fibra, espíritu, energía.

Y, como me lo imaginaba, era un lince en la cama, lo que hacía valer la pena soplarse la ópera y el ballet. Era magnífica.

Le puso nuevo lustre a mi andar, mis jugos fluían de nuevo. Caí en mi antiguo ritmo y comencé a soltarme y a chispear como antes. Empecé a recoger algo de acción simultánea -una güera danesa, una pelirroja de Irlanda, una divorciada, una chica casada, un par, de tiempo atrás (nunca rompas rudamente, es cruel e innecesario, y nunca sabes cuándo vas a querer tocar de nuevo una vieja melodía).

El hechizo seco había pasado, por fin volvía a conducir el balón, y cuando tienes a varias así, puedes relajarte y ser tú mismo. No tienes que andar aceptando ningún tipo de tonterías, porque tienes reservas.

Las cosas iban tan bien, de hecho mi agenda estaba tan ocupada, que rompí con Simone. En realidad sólo dejé de llamar. La magia primera comenzaba a desvanecerse y es importante desaparecerse en este punto. No pueden soportarlo, ser rechazadas así nada más, antes de que llegues a conocer la auténtica y maravillosa persona que son. Es una jugada crucial y el cálculo exacto lo es todo.

Dejé pasar un par de semanas y me aparecí en un bar de viernes por la tarde que Simone había mencionado una vez. Me aparecí con Jeannie, la irlandesa, como si fuera una coincidencia, y ahí estaba Simone con un grupo de amigos del trabajo. Apenas nos habíamos sentado, al fondo y en el extremo más alejado del bar, cuando Jeannie dijo -No mires ahora, Herbie, pero esa chica de allá acaba de hacer uno de tus Garfields y luego nos lanzó la mirada más sardónica desde que Dios le dijo a Adán y Eva que empacaran y se largaran del Gran Jardín.

-Sé más precisa -le dije-, cómo calificarías el Garfield.

-Fue claramente un triple -dijo Jeannie.

Imaginé a Simone pensando algo en la línea de Andaba con ella desde antes, se pelearon, ahora volvieron, ¡sólo me estaba usando! Cuando finalmente me atreví a mirarla escurridizamente, Simone era el paradigma de la indiferencia, pero pude ver que su respiración era rápida, iracunda y apenas podía controlarla.

Estaba armando justo el tipo de intriga improvisada que podía encender un fuego de a deveras. Estaba cocinando verdadera pasión. (A veces hasta es mejor ser visto con una sin chiste, así se agrega ese sentimiento de qué-le-vio-a-ella-que-no-me-ve-a-mí.)

Jeannie y yo salimos pronto de ahí (nunca hay que forzarlo) y luego me mantuve a resguardo por un par de semanas para que pudiera digerir lo que había visto, hasta que finalmente la llamé, todo inocencia, antes de que perdiera la esperanza por completo y diera vuelta en la esquina de lo que sentía por mí. Le hablé y le propuse ir a montar a caballo. Hubo la pausa más fugaz y luego dijo, con acento francés -¡Chinga tu madre, pendejo, ve y chinga tu madre!- Clank.

Qué completa y absolutamente predecible.

En ocasiones como esta es importante volverse tradicional. Le mandé ramos de rosas, caramelos especiales, poemas (fusiles libres y fáciles de Byron, Shakespeare y Rimbaud). A diario durante una semana le mandé una estatuilla plástica de Jesucristo; un Jesucrito de los que bendicen los tableros de instrumentos de los tráilers. No sé por qué, no sé por qué se me ocurrió algo así, sólo lo hice pensando que si mantienes la misma cosa, una y otra vez, no importa qué tan descabellada sea, terminarás doblegándolas. Quiero decir, imagínala sola en su departamento con siete estatuillas de Jesucristo.

Resistió tres semanas, unos diez días más que el promedio, y después finalmente descolgó el teléfono.

-Hola, ¿cómo has estado?...

Inmediatamente estábamos juntos de nuevo, cenas a la luz de las velas, conversaciones íntimas y sensuales hasta el amanecer, paseos a caballo al estilo inglés, el sol y el viento en nuestros rostros, Heathcliff y Catherine, risa loca y pasión humeante, caliente y desaforada, pasión. Pasión de Cuerpos ardientes. Pasión como nunca la has probado, pasión.

Todo ese verano fluyó bien y el otoño y entonces agarré una gripa pero en serio, y Simone de repente se puso doméstica con caldo de pollo, vitamina C, zinc, aspirinas y esa manía Louis Pasteur de esterilizar el departamento. No era como Louis Pasteur, se volvió Louis Pasteur. Estaba resuelta a matar hasta el último germen del mundo. Desinfectante en aerosol. Cloro y amoniaco. Vajilla hervida. Cepillos de dientes al microondas. Hasta las almohadas metió al microondas. Entonces ella agarró un catarro y yo tuve que hacerla de enfermera.

¡Dios, ten piedad! ¡Qué lío! Enferma se veía del carajo. Quiero decir, se ven suficientemente mal en la mañana o cuando las ves sentadas en la taza del baño, pero no hay nada que te enfríe como cuando se enferman. Decidí deshacerme de ella de una vez y para siempre; había desentrañado todo su misterio, cada una de sus dimensiones, y aunque había durado más que el resto, ya había sido suficiente. Súmale ese perfeccionismo obsesivo-compulsivo; definitivamente, se había terminado para siempre. Quiero decir, Adiós, muñeca, ¿comprendez?

Cuando me disponía a botarla, me enfermé de nuevo. La segunda vez fue peor. Algo así como fiebre quebrantahuesos. Hasta tuvo que venir un doctor y todo, y fue entonces cuando vi que ella realmente me amaba; quiero decir, yo tampoco me veía tan sexy enfermo, pero ella estaba ahí con la sopa y rascándome la espalda y leyéndome y con un toque festivo, con alegría, dedicación y encanto. Con devoción desinteresada y absoluta. Mientras tanto, surge algún problema con su renta y la próxima cosa que sabes es que algunas amigas traen todas sus cosas, y ya se mudó contigo. Bastante presuntuoso de su parte, ¿eh, compadre? Suficiente para sofocarte, ¿no?

Tenía cosas realmente buenas, incluyendo una copia de la famosa pintura tahitiana de Paul Gauguin ¿De dónde somos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? Lo colgó en el cuarto, donde yo yacía trastornado con mi fiebre delirante, y no podía sacar los ojos de esa pintura. Parecía decírmelo todo, y ese ``todo'' tenía insinuaciones siniestras. O yo soy un paranoico o ella me miraba mirarlo, lo estaba usando como una prueba. Tenía fiebre, y quiero decir fiebre, y entonces mirar esa pintura es como ``¡El horror! ¡El horror!''. Como que algo cambió con esta fiebre. Súbitamente era vulnerable, un sentimentalista de lo más tierno. Estaba al borde de volverme humano y tener sentimientos y todo eso.

Verdaderamente había llegado a quererla, quiero decir, como quieres a un amigo, los quieres tan sólo por lo que son y aun así no podía dejar de sentir que buscaba mi lado débil, que me tendía una emboscada de la manera más diabólica para romperme el corazón. Sabía que a lo largo de varios años había acumulado mucho karma negativo en ese terreno. Ella habría estado en su derecho. Pero todo esto era fiebre, paranoia y proyección psicológica. En realidad, ella era fiel y honesta y me amaba y yo la amaba y lo que pasaba es que estaba actuando mecánicamente. Caí por pura forma. No era realmente yo quien habló cuando me dijo que estaba embarazada y le dije que agarrara sus porquerías y se largara a la chingada de mi vida. No podía creer las crueles palabras que escupí de mi sucia y depravada boca. Prevalecía este sentimiento de irrealidad.

Salió caminando sin una palabra, sin una lágrima, sin mirar una sola vez hacia atrás. Esa es una chica zen, para que la conozcas.

Las pasé negras para detenerme y no salir corriendo tras ella para rogarle que se quedara. Las siguientes semanas fue mucho peor, regresar a casa cada noche, con el deseo de verla, pensando dónde podría haber ido, qué haría con el bebé y demás. Deseaba que todo hubiera sido un mal sueño y que despertaría con ella a mi lado. No hay nada en el mundo que no hubiera hecho para traerla de regreso, pero había desaparecido, desaparecido como en el programa de protección a testigos del FBI. Quiero decir, como secuestrada por un ovni, como perdida en el Triángulo de las Bermudas. Desvanecida sin dejar huella.

El insomnio era la plaga de mis noches. No podía comer. Bajé siete kilos en dos semanas. El mundo entero había perdido todo sentido y color para mí. Me habitaba un sentimiento generalizado de odio, desprecio, amargura, remordimiento, autocompasión y desesperanza. La vida era tan solitaria sin ella.

Pero tienes que ser honesto contigo mismo. Lo que hice salió de mis instintos más profundos. El escorpión pica, no puede ser de otra manera. No hay alternativas.

Y tampoco tiene sentido andar de chillón. Cuando se corrió la voz de lo que había pasado, me fue mejor que nunca. Un elemento de peligro las vuelve locas. Tuve más acción que nunca antes. Chicas yendo y viniendo. Sabes, verdaderamente puedes llevar el acto a la perfección.

Traducción: Gonzalo Soltero