Bárbara Jacobs
Plumeros

Si el polvo fuera ``sólo pasajero'', como señala Marianne Moore en un reconocido poema suyo que ella acepta, pero que no considera poema, porque ``es nada más una protesta desarticulada, exclamatoria'', en que ``la emoción (la) venció'', yo no me habría puesto a buscar un plumero. Como no encontré ninguno y llovía, o era medianoche, me resigné y abrí un libro de Gómez de la Serna en el índice. Por increíble que parezca, me tope con un ensayo titulado ``Los plumeros'', lo que me dio que pensar.

``Nadie se acuerda de que los plumeros fueron pájaros'', empieza, para desarticulada y bellamente seguir con otras reflexiones irrefutables. ``El plumero no canta''; o: ``Gusta de esconderse para descansar y para hacerse la ilusión de que tiene nido''. Irrefutables, y que sacuden. ¿Qué es mejor que el ideal?, creo que preguntaron a Marianne Moore; ``La ilusión'', creo que Marianne Moore contestó. Gómez de la Serna por juego atribuye a los plumeros un origen africano, ``donde servían para espantar fantasmas''; y califica sus costumbres de ``pacíficas, amables, morigeradas'', aunque no descarta que las brujas quisieran exclusividad en su uso para la magia negra y los enredos del misterio.

Como me acercaba temerosa a Marianne Moore, ver que al principio de su carrera colaboró en una revista llamada Escoba me pareció sorprendente, en especial porque sabía que a partir de la muerte de su madre había empezado a llevar un tricornio, y porque yo acababa de leer en ``Los plumeros'' de Gómez de la Serna que ``Napoleón fue el que dignificó más a los plumeros, y quizá el que más vale de todos es el que llevó en su tricornio''. ¿Verdad que no puede ser?

Marianne Moore se enseñó las cosas de la poesía al traducir las Fábulas de La Fontaine, y muchos de los protagonistas de sus poemas son animales, cotidianos y mitológicos. El elefante de Moore, por ejemplo, ``ideó la ecuanimidad'', de ahí que ``quedarse dormido sobre un elefante'' sí sea descansar. ¿En dónde apareció Gómez de la Serna montado en un elefante? ¿Y qué designio me hizo leer ``Los plumeros'' de Gómez de la Serna en un ejemplar que había permanecido al escritor español, exiliado en México, Otaola, al que traté sólo una vez, la única que usé un vestido africano?

Yo no buscaba un plumero para espantar fantasmas, pero insistiré, o diré por primera vez, que sí he relacionado los plumeros con la piedad. Sin querer, cuando coloqué uno de mango largo al lado de mi prima en la Iglesia para que, apenas abriera los ojos al terminar de rezar, se encontrara con su compañía, de plumas negras. Crispada, soplé para sacudir la mesa sobre la que puse el libro de Gómez de la Serna y dos o tres de Marianne Moore. Mientras soplaba, el polvo se había suspendido a manera de nube encima de los libros apilados y, al irme a dormir, alcancé a ver cómo descendía contra ellos para cubrirlos, hecho sábana o nido.

Para ser excéntrico hay que atreverse. O algo que te suceda te orilla a convertirte en excéntrico. ¿La muerte de la madre, a Marianne Moore? La poeta vivía con ella, y tomaba en cuenta sus juicios de apenas aficionada. Muere la madre y Marianne Moore se cubre la cabeza con un tricornio y el cuerpo con una capa. Aun así, se conducía con discreción. Pero, cuatro años antes de que muriera, llena de premios y honores, inaguró la temporada de beisbol tirando la primera bola en el estadio de los Yanquis de Nueva York. Ignoro si a esta excentricidad, envidiable, por cierto, se debiera que, dos años después, los mismos que antes de morir, quedara medio inválida. Murió a los 85 años de edad.

Aunque el polvo del que habla Rober Frost sea de nieve, se armoniza con el de Marianne Moore por pasajero. Marianne Moore contrapone el suyo a la belleza, que supone eterna, y Robert Frost agradece a un cuervo que sacudiera sobre él polvo de nieve, lo que dio a su corazón un vuelco, un cambio de espíritu, sin lo cual su día habría sido perdido. El polvo trastorna, modifica, baila con el plumero y llueve de las alas del cuervo.

Pero quien no identifique estas cosas con la magia está más perdido que el día sin polvo de nieve de Robert Frost. La magia, es decir, contenida en los años, en el tiempo, en la edad. ``¿Qué son los años?'', se pregunta Marianne Moore en un poema, que tengo a mano en su Poesía reunida, traducida por Lidia Taillefer de Haya y en la antología de poesía norteamericana, de Eva Cruz, bilingües ambas. ¿Qué son los años? Encontrar la libertad en el cautiverio; el pájaro que canta a medida que asciende, que sabe que contentarse no sería tan vigorizante como la alegría pura de cantar. Pero los plumeros no cantan. Las plumas están contenidas. ¿Por eso al pasar el plumero sobre el polvo uno canta, aun sin darse cuenta?

El nido del plumero cautivo por lo general estaba hecho de fundas de almohada viejas, en casa de mi abuela materna, que sacudía, polvo y penas, con manos enguantadas y pelo de nieve. En una angosta pero alta covacha dormían escobas y plumeros, con la puerta cerrada para mayor retraimiento, otra forma de eternidad.