Antonio Gershenson
Banca, finanzas y economía nacional

Una de las vertientes de la polémica en torno a la propuesta gubernamental de que el Fobaproa se convierta en deuda pública y al proceso y detención de funcionarios, no sólo empleados de algunos bancos mexicanos, en Estados Unidos, es el peso que han tenido estos problemas en la economía de nuestro país. Los bancos y otras entidades financieras son ahora nuevamente privadas, pero antes y ahora su destino y sus problemas repercuten en perjuicio de toda la economía mexicana.

En 1982, luego de una salida masiva de dólares del país, en la cual el gobierno de entonces señaló una responsabilidad a los bancos, vino una serie devaluaciones del peso. Se nacionalizó la banca y se decretó el control de cambios de divisas. Quienes asumieron el gobierno en diciembre de ese año, reprivatizaron parte de las acciones de los bancos y el sector financiero no bancario, del cual adquirieron singular importancia las casas de bolsa. Parte de esa trascendencia derivaba de que el gobierno basó su estrategia de financiamiento de la economía nacional precisamente en la Bolsa de Valores. Esto permitía reducir la presión sobre las tasas de interés bancarias, las que pudieron ir en algunos periodos a la baja. Sin embargo, la inestabilidad propia de los mercados de compraventa de acciones no hacía nada seguro este camino.

El hecho fue que, luego de meses de ascenso de las acciones en la Bolsa, vino un desplome tremendo, el llamado ``crac'' de octubre de 1987. Nuevamente, los problemas de sector financiero repercutieron en la economía del país. Como de eso dependía el financiamiento de buena parte de la economía, el peso se devaluó aún más y se abrió el camino, por un lado, a una nueva modalidad en la política económica (los ``pactos'', como forma de controlar variables económicas decisivas) y, por otro, al proceso electoral de 1988, el más desfavorable para el partido gobernante, por lo menos hasta ese momento.

Luego, los bancos se vendieron a algunos particulares, y ahora vemos una nueva acumulación de problemas en relación con ellos. Por lo menos tres banqueros del primer nivel jerárquico de sus respectivas instituciones fueron sujetos a proceso penal: Carlos Cabal Peniche, Angel Rodríguez y Jorge Lankenau. La cartera vencida creció y pese al rescate, del cual forma parte decisiva el Fobaproa, se aligeró por un tiempo el problema pero no lo resolvió. Ahora, para culminar el escenario, tenemos los arrestos múltiples, por parte de cuerpos de seguridad estadunidenses, de funcionarios y empleados bancarios en relación con el lavado de dinero del narcotráfico. Tres bancos mexicanos están señalados, como instituciones, por las autoridades del vecino país.

La economía mexicana se estaba recuperando. Todavía no llegaban los efectos de esa mejora a muchas de las empresas ni a muchos de los mexicanos, y se volvió a meter freno a la economía con los recortes presupuestales. Ahora estará por verse el grado en que los recientes sucesos puedan afectarla.

Lo que nos están diciendo estos hechos, y ésa es la vertiente a la que nos referimos al principio de este artículo, es que se requieren controles efectivos sobre el sistema bancario y, en general, financiero, de nuestro país, debido a las repercusiones de los problemas de ese sistema. Es claro que las medidas contra el lavado de dinero anunciadas hace unos meses no fueron suficientes, sino es que ni siquiera efectivas. Los adoradores de Mercurio, Dios del mercado, quisieron hacernos creer que el propio mercado sería el mejor regulador de la economía, y aquí están los resultados. El mercado puede regular, con eficacia, el intercambio de mercancías en determinada escala y en determinados ámbitos. A medida que las unidades económicas son mayores y los plazos de recuperación de una inversión se hacen más largos, aumentan los problemas de una regulación basada sólo en el mercado. A medida que aparecen elementos de monopolio, no se diga. Y todo esto se da, concentrado, en el sector bancario y financiero de nuestro país. Controlarlo públicamente es, entonces, un imperativo nacional, antes que tengamos que vivir nuevas catástrofes económicas.