La Jornada domingo 24 de mayo de 1998

IRLANDA: UN IMPORTANTE PRIMER PASO
Un flujo de electores sin precedentesmarcó la primera votación general en toda Irlanda desde 1918 y el sí al proceso de paz obtuvo el apoyo tanto de los católicos como de más de la mitad de los protestantes de Irlanda del Norte, que desoyeron a los extremistas que se oponen a la pacificación porque temen la unidad política de toda la isla.

La perseverancia de Gerry Adams, líder del Sinn Fein, el partido independentista irlandés que durante décadas desafió la ocupación inglesa del norte de la isla y el realismo político del primer ministro británico Tony Blair, obtuvo una contundente respuesta positiva del electorado que, en la República de Irlanda, aprobó con 94.4 por ciento el cambio de la Constitución (y por lo tanto la posibilidad de un régimen especial para el norte), mientras en el Ulster 71.12 por ciento de los votantes (los católicos no llegan a 50 por ciento) optó por una solución pacífica y electoral a una guerra que ha causado indecibles sufrimientos y permanente inseguridad.

Este primer paso, posible también por la mediación (y la presión) del Partido Demócrata de Estados Unidos -desde siempre muy sensible a todo lo que se refiere a Irlanda, de la que provienen muchos de sus dirigentes tradicionales- abre ahora algunas incógnitas y diversas hipótesis.

No se puede excluir, en efecto, que el terrorismo de los extremistas protestantes se mantenga, a pesar del voto y de su impopularidad, con el objeto de hacer imposibles los acuerdos de paz y de desgastar, en el sector católico, a los independentistas realistas y gradualistas para llevar, en cambio, agua al molino de quienes, entre los republicanos católicos, son partidarios del mantenimiento de la lucha armada y, por lo tanto, consideran inadmisibles las concesiones realizadas por Gerry Adams y su partido.

También es posible considerar que, cuando se deba votar para aprobar o rechazar un estatuto especial para el Ulster en sus relaciones con Dublín y por las instituciones parlamentarias locales establecidas por el acuerdo de paz, se registre una respuesta menor de los sectores católicos que son los más pobres en el norte de la isla- en el caso de que la retirada de las tropas británicas no sea lo suficientemente veloz y de que no llegue a esa región una ayuda económica consistente (de Londres y de Washington) que contribuya a la reconstrucción de su economía, a reducir el desempleo y a paliar la disminución del consumo resultante de la retirada del ejército ocupante. La alianza, de hecho, contra los extremistas entre una buena parte de los protestantes y los católicos, es un dato sumamente positivo, porque los primeros podrían encarar con serenidad un futuro en el que los segundos -que tienen mayor crecimiento demográfico- llegasen a ser mayoría y unificasen la isla, mientras que los independentistas podrían tener paciencia ante la eventualidad, en las próximas elecciones, de una salida de transición que no corresponda a sus expectativas.

Hasta ahora parece que han dado resultados tanto la apuesta de Adams de cambiar concesiones por tiempo, como la de Blair de pagar con ellas una mayor estabilidad en la misma Gran Bretaña y la conquista de un consenso democrático para acercarse a Europa sin el fardo de una guerra colonial. Esto es algo que hay que saludar, pues irlandeses y británicos han sentado también un precedente que el gobierno español no podrá seguir ignorando: la posibilidad de lograr que las urnas sustituyan a la violencia, estatal o revolucionaria, haciendo votar a todos los directamente interesados, a condición de que respeten el veredicto electoral, independientemente de que mantengan la propaganda de sus ideas.