Hace veinte años, Pedro Almodóvar declaraba que su venganza contra Franco consistía en negar su existencia, en no reconocer su memoria, en hacer sus películas como si jamás hubiera existido. En Carne trémula, adaptación muy libre de la novela inglesa Live flesh, de Ruth Rendell, el cineasta manchego rompe al fin el silencio y en un prólogo estupendo evoca los años tristes de la dictadura. La acción comienza una noche de 1970, en un Madrid desolado, donde la voz mortecina de Manuel Fraga acaba de decretar el estado de excepción. Esa noche, un niño nace a bordo de un autobús.
Con un guión de exactitud geométrica, donde el principio y el final se marcan con un mismo evento, el nacimiento de un niño, y donde se oponen dos épocas, la noche franquista y la gestación de la democracia, la cinta más reciente de Almodóvar cambia totalmente de tono en relación con sus obras anteriores y acomete de lleno la explotación psicológica de sus personajes. Se mantiene el espíritu gozoso de la comedia, pero desaparecen en buena medida los personajes secundarios, episódicos, de la típica familia almodovariana -estilo Mujeres al borde de un ataque de nervios o Laberinto de pasiones-, para concentrar la acción en cinco personajes vigorosos y muy bien delineados. Se mantienen también los temas, en particular el de la frustración amorosa como primer trámite para el colapso existencial, pero desaparecen los arrebatos y el delirio de los protagonistas, de una Carmen Maura arrojando por la ventana el teléfono contra el auto del esposo infiel, en Mujeres..., o de Antonio Banderas prendiendo fuego al departamento del hombre amado, en La ley del deseo. En su lugar, una espléndida Angela Molina interpreta en Carne trémula a Clara, la mujer madura que padece la violencia de su esposo y descubre el entusiasmo sexual con un hombre más jóven, Víctor (Liberto Rabal), conservando sin embargo por el primero una ternura infinita, como nostalgia y como deseo frustrado, apenas mencionable. Almodóvar es aquí, aún más que en otras cintas, maestro en la dirección de actores. Basta ver la metamorfosis de Javier Bardem, petulante macho cantábrico en cintas de Bigas Luna, quien se convierte en ex policía paralítico que sublima su impotencia sexual en destreza deportiva al convertirse en estrella de baloncesto en competencias de minusválidos, y que es capaz de satisfacer a su mujer (Francesca Neri) en la tina del baño con una excelencia en la práctica del sexo oral.
Carne trémula se desarrolla a principios de los años noventa, justo cuando Víctor, aquel niño nacido en un autobús, cumple veinticuatro años y acaba de salir de la cárcel. A partir de una sencilla trama policiaca, con adulterio, drogas, frustración amorosa y revancha pasional como ingredientes principales, Almodóvar entrecruza cinco destinos en un relato sobre la transgresión sexual y la culpa. A lo largo de la cinta, los personajes se afanan por alcanzar una expresión erótica plena -desde Víctor, quien desea ser el follador más grande del mundo, hasta el David paraplégico, explorador de esquisiteces sexuales- desechando remordimientos y viejas culpas. En una entrevista, Pedro Almodóvar señala la importancia de este tema en su cinta y precisa su posición al respecto: ``Estoy consciente de mis culpas y no me arrepiento. El arrepentimiento y la culpa son invenciones judeocristianas que no me agradan''. Sin embargo, el director no deja un instante de hurgar en las transgresiones sexuales, en la crueldad y en la culpa, de manera directa o atisbando en un televisor la perversidad buñueliana en imágenes de Ensayo de un crímen.
El cambio en el tono con el que Almodóvar maneja hoy la comedia tiene que ver no sólo con su propia evolución hacia un cine más controlado, con mayor solidez narrativa, despojado en buena parte de los artificios de los grandes repartos, la producción ostentosa y la promoción publicitaria, sino también con la emergencia en el cine español de personalidades fuertes, con propuestas tan notables como la de Julio Medem (Tierra), por ejemplo. Hace veinte años, Almodóvar encarnaba él solo la modernidad fílmica hispana, y su proyección internacional era mayor que la de Bigas Luna o la del propio Trueba. Su estilo se volvió poco a poco patente fácilmente identificable y rutina. Hoy, su propuesta coincide con el ánimo y el talento de otros cineastas españoles y su renovación estilística lo coloca de nuevo en primera línea. Exploración de los placeres, rechazo de la culpa y la vergüenza, descripción inimitable del cuerpo femenino, del cuerpo masculino, y de su unidad andrógina, metáfora taurina del asedio amoroso, y subversiva plenitud de la ternura. Carne trémula resume los mejores rasgos de la trayectoria almodovariana. Este cine exige una mirada y una consideración crítica nuevas, para que la evolución del artista tenga como correspondencia necesaria la evolución del propio espectador.