Guillermo Almeyra
Fin de la soberanía territorial

En primer lugar, una disculpa a mis (escasos o eventuales) lectores, con los que interrumpí la comunicación durante dos semanas. No estaba muerto ni andaba de parranda. Por el contrario, asistía a una demostración indirecta y deformada de la necesidad de pensar globalmente pero sobre base local: me refiero a la reunión de 800 estudiosos y militantes políticosindicales de 60 países que, pese a sus diferencias, discutieron civilizadamente en el llamado Espace Marx, en París con motivo (pero no sólo) del 150 aniversario del Manifiesto Comunista. Creo, a este respecto, que más que nunca es necesario pensar más allá de los lindes nacionales.

En efecto, la cadena Estado-riqueza-territorio, nos dice Marco Revelli, se ha roto y con ella la base de lo ``político'' en el mundo moderno. Por supuesto, la soberanía se basaba sobre la coincidencia entre una autoridad claramente definida y un espacio claramente delimitado.

Hoy, la mundialización, ¬borra¬ las fronteras entre los países y quita a la autoridad estatal muchas de sus funciones, sin que por ello desaparezcan los Estados. El resultado lo tenemos a la vista: el todopoderoso dictador Suharto, que gobernaba desde lo alto de una pirámide de medio millón de muertos para combatir al comunismo en nombre de los intereses de Estados Unidos, ha sido derribado por Washington mediante la negativa del FMI a tirarle a tiempo un salvavidas de 40 mil millones de dólares y gracias al non placet de la señora Madeleine Albright, que convenció al ejército pretoriano. O, más cerca de casa, en la decisión puramente interna de Estados Unidos de descabezar la banca mexicana y colgar un espadón (de Washington, no de Damocles) sobre la cabeza de la misma.

Todo hoy es internacional y todo, a la vez, es interno del gran capital financiero y de su Vicario en la Tierra, la única potencia que detenta, a la vez, el primato económico y el monopolio de las armas y que juega duro -en el tablero de los Balcanes, en el afrinado, en el asiático o donde sea- ante la tendencia a perder el primero en la disputa con sus socios y rivales de la Tríada. Por consiguiente, si todo es interno para EEUU, todo lo interno de éste es también interno para sus súbditos que, por lo tanto, deben jugar, ellos también, en el tablero ajeno, buscando alianzas, en primer lugar entre los enemigos sociales locales del enemigo.

Si el territorio, el lugar, no es ya base exclusiva y fundamental de la vida política y de la democracia, y si los flujos (de información, fionancieros, organizativos) que, por definición, son extraterritoriales, determinan los procesos fundamentales, es evidente que la lucha por la democracia debe plantearse en un ámbito más vasto, aunque la lucha política y la realización del capital sigan efectúandose, por supuesto, a nivel local, estatal. Mientras no haya -y no la habrá durante muchísimo tiempo, si es que algún día la hay- una real autoridad supranacional con funciones semejantes a la de los Estados modernos (control de la economía, de la justicia, de la violencia legal militar o policial) a la democracia se le plantea el problema del desafío del pensamiento único, de la construcción de una hegemonía políticocultural que borra las identidades, sin las cuales no hay nación ni mucho menos soberanía y el desafío originado por la contradicción entre la existencia formal de Constituciones, leyes, parlamentos, elecciones y la expropiación de todas las decisiones fundamentales por los agentes o las agencias del capital financiero internacional. En una palabra, a la necesidad de crear un pensamiento nacional, pero con capacidad de difusión universal que rete al pensamiento único, se une el reto de la construcción de lazos horizontales mundiales, por debajo y por sobre las fronteras, borrando los chovinismos y las xenofobias anacrónicos y criminales, para así desafiar al capital mundializado con la mundialización de la democracia. Sobre el problema cultural retornaré en otro artículo.

Sobre el de la democracia mundializada, en cambio, será necesario un debate que supera con mucho las posibilidades de una sola persona y que debe partir de un balance del siglo, en su lucha por la democracia, y de un análisis de las luchas y experiencias que se oponen a la política del capítal financiero internacional. Esta es una tarea urgente pues el tiempo es la materia prima más escasa en esta transición incontrolada hacia lo desconocido.

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