Por la forma en que se planteó, desarrolló y culminó la llamada operación Casablanca parece evidente que las autoridades americanas comparten con la mayoría de los mexicanos la desconfianza que sentimos hacia la probidad y efectividad de nuestras autoridades policiacas. Esto no resulta extraño después de ver cómo se han manejado casos como los de Colosio, Ruiz Massieu, el cardenal Posadas, Acteal y otros.
Por otra parte, no debe llamarnos a sorpresa la unilateralidad con la que actúa el gobierno americano. Esta ha sido una constante en las relaciones con nuestros vecinos. Es claro y no debe extrañarnos que antepongan sus intereses a los de la bilateralidad. Lo que debe sorprendernos es la candidez (o algo peor) con la que algunos funcionarios mexicanos se apresuran a exculpar casi todo lo que hacen sus homólogos de allende el Bravo. Casi podría decirse que se merecen el tratamiento que ahora les han dado. Pero los demás mexicanos no nos lo merecemos.
En términos de resultados, la operación Casablanca ha sido un triunfo menor al que sin embargo se le ha dado una publicidad mayúscula. Treinta millones de dólares y el trabajo de un número indeterminado de agentes encubiertos que terminó con la captura de peces menores y la recuperación de algunas decenas de millones de dólares. Una cantidad risible si se piensa en la magnitud de lo que mueve el narcotráfico. Si en los próximos días no hay otros resultados, estaremos ante uno de los timos publicitarios habituales de nuestros vecinos.
Ante esto, es lógico suponer que hay otros fines tras la operación mencionada. Uno de ellos puede ser el de tender una cortina de humo que distraiga la atención de sus propios asuntos relacionados con el lavado de dinero. Recordemos la denuncia que hace unos días hiciera una legisladora americana contra el Citibank, en el sentido de que importantes funcionarios de esa institución estarían implicados en tal negocio ilícito, lo que demuestra que también en Estados Unidos se cuecen habas y mucho más grandes.
En los próximos días se sabrá con certeza si la acción norteamericana violó el contenido de los acuerdos bilaterales de combate al narcotráfico y si para desarrollar la operación referida agentes norteamericanos se introdujeron ilegalmente en México. Si esto sucedió, habrá que protestar. Pero inconformarse por el método utilizado por el gobierno de Estados Unidos no debe llevarnos a minimizar el hecho confirmado del lavado de dinero que se realiza en la banca mexicana.
Muchos creemos que lo grave de Casablanca no es lo que descubrió, sino lo que permite suponer hay detrás. Si funcionarios bancarios menores pueden dedicarse a lavar decenas de millones de dólares, por qué no creer que funcionarios de mayor rango pueden estar también dedicados a esta tarea. Esta suposición se alimenta de los datos que investigadores han dado a conocer, en el sentido de que en el país se lavan anualmente entre 6 y 10 mil millones de dólares a través de la banca mexicana.
Ante esto, preocupa que funcionarios y banqueros minimicen a priori el hecho, como si la posibilidad de un lavado de mayores dimensiones no existiera o como si los restantes gerentes bancarios fueran incorruptibles. En días pasados, los mexicanos fuimos testigos de cómo, al conocerse Casablanca, los encargados de varias dependencias y representantes de los bancos pasaron de la sorpresa a la timidez y luego a la negación de la gravedad de las repercusiones del hecho.
No es extraña esta actitud. La banca mexicana está llena de irregularidades y debilidades desde su mismo proceso de reprivatización. Los casos de Cabal Peniche y Lankenau mostraron que no sólo había mala administración sino una corrupción sistemática. La crisis de los bancos nos ha costado a los mexicanos alrededor de 65 mil millones de dólares vía Fobaproa. Lo que significa que a cada uno de nuestros connacionales situados en la pobreza se le podía haber dado cerca de 15 mil pesos con estos recursos. La misma operación de Fobaproa está marcada por la sospecha, la falta de controles y los magros resultados que ha dado.
Con Casablanca se refuerza la idea de un numeroso grupo de legisladores que ha preferido discutir el caso Fobaproa hasta después de conocer los resultados de exhaustivas auditorías. Hay bases para suponer que la delincuencia de cuello blanco ha sido más redituable que la que secuestra y roba.
Al final de la película Casablanca, Bogart se pierde en la bruma acompañado de un nuevo aliado. Las relaciones de los bancos con el narco y todas las demás irregularidades con las que ha operado la banca mexicana no deben tener un final similar. Por el bien de la Nación se debe hacer transparente todo este asunto.
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