Horacio Labastida
El poder enajenado

Con la participación de Humberto Muñoz García, Octavio Rodríguez Araujo, Adolfo Sánchez Vázquez, Héctor Hernández Bringas, Alcira Soler Durán y Horacio Labastida, se comentó el libro póstumo del maestro Francisco López Cámara, editado por el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM), institución en la cual redactó las últimas obras que plantean problemas centrales de la vida del país. El libro se titula ¿Vive aún el joven Marx? Introducción a la sociología dialéctica, título que traduce en su esencia preocupaciones fundamentales del doctor López Cámara. ¿Acaso es posible, me preguntó muy recién llegado de Francia, vivir en México sin entender las causas que impulsan la traición al destino histórico y moral de nuestra Patria? Esta es la interrogación que lo persiguió día y noche desde que dio a la luz su ahora libro clásico La génesis de la conciencia liberal en México (1954), hasta la cuidadosa preparación del texto elaborado en torno del pensamiento humanista del joven Marx como punto de partida metodológico hacia la redacción de una sociología de México, en la cual López Cámara trataría de sintetizar saber político con la experiencia que recogió en el gobierno del Distrito Federal y durante el servicio que prestó en las embajadas de Yugoslavia y Suiza. Así fue como López Cámara unió teoría y práctica, idea y acto en un esfuerzo por escudriñar el movimiento pendular de un México que lucha por su liberación y del México que se siente arrebatado por fuerzas internas y externas que debilitan sus valores y tratan de convertirlo en una Atlántida más entre las culturas olvidadas para siempre.

En la vertiente de esos procesos de construcción y destrucción de México, la obra póstuma de López Cámara intenta hallar la conexión sustantiva que vincula la enajenación del mexicano con la enajenación de su Estado respecto de los intereses de la nación. Por Estado, López Cámara significa el poder político como la voluntad soberana de un pueblo que busca la satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales comunes, Antonio Caso intentó explicar esa situación patológica al hablar de un fenómeno de bovarización provocador de la renuncia de lo que en verdad somos a favor de lo que no somos; pero la hipótesis de Caso resulta más oratoria que cierta porque no ahonda en las causas del hecho que presenta. Lo indudable es que el pueblo siempre ha querido ser lo que es; en cambio, en sus gobiernos está la contradicción enajenante de la autenticidad, puesto que, siguiendo el pensamiento de López Cámara, el Estado no se ha constituido como un Estado de los mexicanos, sino como un Estado al servicio de fuerzas minoritarias predominantemente extranjeras. Quizá sólo hemos tenido tres Estados, tres formas de ejercicio del poder. El primer Estado fue el insurgente de 1813-14, inspirado por Morelos y hecho añicos por el ejército virreinal y las patrañas del iturbidismo. El segundo Estado, el liberal, iniciado en San Pedro y San Pablo y concluido en 1857, fue vilmente despedazado por Porfirio Díaz en su papel de personero de latifundistas y subsidiarias extranjeras. El tercer Estado fue el revolucionario, sancionado en 1917 y negado sistemáticamente desde la época de Obregón hasta nuestros días, con la excepción de la administración de Lázaro Cárdenas.

Un poco de meditación logra esclarecimientos importantes. El Estado en México connota un poder político enajenado en la medida en que la autoridad ha sustraído este poder del servicio al pueblo y lo ha puesto al servicio de intereses elitistas y foráneos, activando las enormes fuerzas alienantes del destino propio del país. El hombre mexicano enajenado ve agigantada su enajenación al apercibir la conversión de su soberanía en un poder subordinado a metrópolis económicas extrañas.

No es censurable perseguir delincuentes, pero sí la marginación de nuestras autoridades en las pesquisas y denuncias a que dio lugar la llamada Operación Casablanca. Nada se sabía en México hasta que la procuradora estadunidense entregó los resultados a la prensa, y este procedimiento sin duda reprobable, desnudó dos formas de nuestra enajenación: una cierta complacencia e indiferencia del gobierno por la manera indecorosa con que se le marginó durante las pesquisas; y la negligencia de éste en tratándose de los asuntos poco claros que manejan las élites locales, incluidas las financieras. ¿No se trata de una vergüenza más entre las muchas que en el México de hoy reflejan la tragedia de un Estado alienado?