La Jornada miércoles 20 de mayo de 1998

Arnaldo Córdova
El sentido de los relevos

El símbolo de nuestro atraso en materia política todavía lo representa a plenitud la Presidencia de la República. Se trata de un poder profunda y ampliamente autoritario, y no sólo porque es una potencia de facto o que se funda en las llamadas ``reglas no escritas'' o, peor aún, ``metaconstitucionales'', como algunos suelen decir, sino y sobre todo porque ese poder tan amplio y arbitrario lo instituye la misma Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Nuestra Superpresidencia no sólo es legal, aunque arbitraria, es también constitucional y ése es nuestro mayor problema en todos los órdenes.

Un poder incontrolable dentro de un Estado, es un poder autoritario por naturaleza. Y eso es lo que tenemos en México. A pesar de nuestros indudables avances democratizadores, la Presidencia sigue intacta, como en el más remoto pasado de la era de la Revolución Mexicana. La reforma no ha pasado por ella, si bien el avance de las oposiciones le ha quitado terrenos en los que antes dominaba, sobre todo en los órganos colegiados de representación popular; pero sus poderes no han disminuido en lo mínimo.

Siempre que he leído u oído que Zedillo es un presidente débil me preocupo, porque su poder no deriva de sus virtudes personales o menos, sino del puesto mismo, de la institución presidencial. El no puede ser un presidente débil, aunque deje de ejercer las ilimitadas facultades de que está investido. Ya nos ha dado muchas muestras de que puede hacer valer su enorme poder, cuando las circunstancias se lo exigen. Y no ha dejado de hacerlo. Siempre ha tratado de engañarnos, por ejemplo, cuando trazó su mentirosa ``sana distancia'' respecto del PRI y le pidió a Palacios Alcocer que su ``línea'' era que le cortara el dedo índice. Los últimos acontecimientos en el país y la decisiva intervención del presidente en los asuntos políticos nos muestran que el Presidente retiene su poder.

Los cambios en el llamado gabinete presidencial del 13 de mayo han sumido al país en toda clase de especulaciones y no podía ser de otra manera. Un hecho demasiado vistoso como para tratarlo como si fuera meramente accidental fue el virtual desmantelamiento de los viejos mandos de la Secretaría de Desarrollo Social. Cuando renunció a su cargo Enrique del Val, apenas unos días antes, yo pensé que se trataba de un hecho casual y sólo personal. Tal vez ahora las revelaciones de Del Val sobre su salida de la Sedeso adquieran mayor dimensión. Zedillo tenía otra piedra en el zapato y no atinaba a sacársela.

Ahora hasta me parece lógico que Del Val no haya renunciado por su propia voluntad, sino que lo hayan hecho renunciar. Habría sido el primer paso para sacar a toda la gente que venía manejando esa secretaría y que a Zedillo le incomodaba por sus cada vez más crecientes exigencias, sobre todo con respecto a la descomunal tarea de combatir la pobreza, que requiere todo el tiempo de más y más recursos que el Presidente no está dispuesto a dar, empeñado como está en salvar a sus banqueros y cargarnos la cuenta a los contribuyentes.

Esa me parece que es la razón por la que Carlos Rojas y sus subsecretarios fueron sacados de la Sedeso y no porque fueran ``salinistas'' como algunos han pregonado. A Zedillo nunca lo ha gobernado el ``salinismo'', por si hiciera falta anotarlo. Salinas está muerto y enterrado y todo mundo debería tomarlo en cuenta. No sirve de nada seguir masturbándose con esas extrañas teorías del ``poder detrás del trono''.

Todo lo que se ha hecho desde la Presidencia, no lo dude nadie, lo ha decidido Zedillo. Y lo ha decidido porque tiene el poder en las manos; bien o mal usado, eso ya es harina de otro costal. Seguir viendo en él a un presidente débil o dependiente de otros poderes es, precisamente, lo que Zedillo ha venido queriendo hacernos creer. Los cambios en el gabinete han sido interpretados como una estrategia para el 2000. Creo que también es eso lo que Zedillo quiere que todos creamos. ¡Moctezuma, su ``delfín''! ¡Fantástico!, pero viendo los hechos con toda tranquilidad, más bien parece que Zedillo quiere cerrar filas en su gabinete y no tener más dolores de cabeza dentro del mismo.

A Zedillo, desde mi punto de vista, no parece importarle mucho la sucesión del 2000. A diferencia de sus correligionarios de todos los niveles, cada vez lo observo más cuidadoso de lo que puede suceder con su régimen. A él no parece importarle lo que venga después. Le importa lo que pueda hacer durante su gobierno y casi todo tiene que ver con su proyecto económico. Esa puede ser la razón de los cambios en la Sedeso y en la Secretaría del Trabajo, en particular. Desea cada vez más unidad en su equipo de gobierno y el resto, creo, piensa que puede sobrellevarlo por una ruta que no ponga en peligro el buen logro de su régimen.