La Jornada miércoles 20 de mayo de 1998

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Veinticuatro horas después de la embestida estadunidense contra el sistema político y económico mexicano, el Presidente de la República pronunció un enérgico discurso dirigido no a los extranjeros constructores de operaciones Casablanca, ni a los nacionales delincuentes lavadólares, sino... a los zapatistas chiapanecos.

Las palabras presidenciales mostraron, así, un notable desfasamiento respecto a las prioridades que impone la crisis nacional, pues los mexicanos hubiesen deseado escuchar declaraciones fuertes, y esperanzadoras, en relación con el escándalo internacional de la banca mexicana lavadólares.

En cambio, las referencias presidenciales de ayer parecieron subrayar la obstinación gubernamental de ver el problema del zapatismo como causa de los peores males nacionales cuando, vista la dimensión del caso de las lavanderías bancarias, queda claro que es en este ámbito (el de la corrupción institucionalizada, el de la gravísima corrosión de las estructuras del Estado mexicano) donde residen los verdaderos peligros para nuestra nación.

El crimen organizado es el peligro real

Hoy, para desgracia de los propulsores de la estrategia del endurecimiento oficial respecto a Chiapas, el problema fundamental de la nación no es la insurrección simbólicamente armada, ni la movilidad política y social, sino el crimen organizado.

Ese crimen organizado que hoy ha robado a los mexicanos el disfrute de su convivencia y su seguridad, expropiando a los ciudadanos el fruto legítimo de su esfuerzo e inoculando a todos el temor y la desconfianza.

Un crimen organizado que mediante sus vertientes mutuamente complementarias de la inseguridad pública y del imperio del narcotráfico ha llevado al gobierno mexicano a los peores niveles de desconfianza e incredulidad ciudadanas.

El poder de la delincuencia.

Hoy, los mexicanos saben que el Estado es incapaz de garantizarles seguridad y legalidad: los criminales actúan impunemente, en colusión con las propias autoridades; los órganos de administración de justicia son corruptibles y manipulables; no hay leyes ni justas ni correctas, no hay jueces ni limpios ni rectos; no hay readaptación social para criminales ni corregida reinserción a la vida social.

Lo que hay es una delincuencia convertida en poder sin límite: amenazante, castigadora de disidencias y traiciones, dueña cada vez más de las estructuras formales de control de la política y el dinero.

Por ello son más frecuentes los linchamientos de delincuentes, los castigos por propia mano, las medidas de seguridad privada que van desde las escoltas motorizadas hasta los simples enrejados de calles. El mexicano va caminando, casi sin darse cuenta, por los imprevisibles senderos trazados por la catástrofe de las instituciones.

Pero, mientras el país se estremece al ver que los siempre favorecidos hombres del capital son acusados de lavar dólares del narcotráfico en diversas instituciones bancarias; mientras la gente presencia el espectáculo de los barones del dinero echando a los leones a los ``gerentillos'', y queriendo salvar apellidos, alcurnias y fortunas de la legítima crítica popular; mientras todo eso sucede, los dardos presidenciales vuelven a retumbar en el sureste, apenas acompañados de algunas invocaciones retóricas al diálogo y al oficio político.

En Chanal, el presidente Zedillo exhortó ``a quienes se inconformaron por una causa justa, pero por el camino equivocado de la amenaza de la violencia, a que reflexionen en que la solución al conflicto sólo puede estar en el diálogo directo con quienes representan las instituciones''.

También exhortó a esos mismos inombrados a dejar atrás rencores y reparos, a actuar con confianza, buscando la concordia y la unidad, a que ``no nos veamos como enemigos porque entre mexicanos no puede, no debe haber enemigos''. De asumir actitudes en ese contexto ideal, el presidente Zedillo dijo estar seguro de que ``nadie se arrepentirá''.

Con todo y el tono meramente retórico de las exhortaciones presidenciales, quienes deseasen esperanzarse con el dicho del doctor Zedillo en Chanal se toparían con los párrafos en que exhorta a los chiapanecos a que, a la luz de los años de duración del conflicto, entiendan que su solución no se puede dar ``en una alianza con quienes buscan capitalizar políticamente el mantenimiento del problema, ni con quienes habiendo estado en la gestación del conflicto hoy quieren aparentar que están por encima de él''.

El país incendiándose física, política, económica y socialmente, pero en Chanal las palabras presidenciales continuaban en la exhortación a no aliarse ``con quienes, amparándose en su jerarquía, en realidad promueven la división, el odio y la discordia para alentar sus proyectos mesiánicos, y que son ellos los mismos que se sirven de organizaciones humanitarias y defensoras de los derechos humanos para alentar que extranjeros se involucren en asuntos que sólo competen a los mexicanos''.

¿Chanal?

Anótese, por último el escenario escogido por el Presidente para sus alocuciones indudablemente dirigidas contra el obispo Samuel Ruiz: Chanal.

Pero, ¿qué hay en Chanal para que hasta allá hayan ido el Presidente y su comitiva a pronunciar un discurso? ¿Hay algo especial que haya movido al presidente Zedillo a rendir un informe de los avances del programa Chiapas-Salud 2000, luego de inaugurar ``un centro de salud con hospitalización''?

El pasado viernes 13 escribió Juan Balboa, el valiente y conocedor periodista chiapaneco que es corresponsal de La Jornada, al reportar la visita del obispo Ruiz y el coadjutor Raúl Vera a Chanal, para oficiar por segunda ocasión en los tres meses recientes una misa en el parque central, frente a la iglesia cerrada por los priístas:

``En Chanal se encuentra uno de los 36 templos cerrados desde hace tres años en la diócesis de San Cristóbal. Desde 1995 se ha reportado a la Secretaría de Gobernación una larga lista de agresiones en la que aparecen en forma detallada las iglesias quemadas, cerradas, ocupadas, profanadas, destruidas y prohibidas para oficiar misa; algunas de ellas están ocupadas por el Ejército Mexicano y Seguridad Pública del estado, en comunidades indígenas ubicadas en ocho municipios de las regiones selva Lacandona, Altos y norte de Chiapas.

``El templo del municipio de Chanal -agregó Balboa- se encuentra cerrado desde 1994, cuando se le prohibió la entrada al sacerdote; y la comunidad católica se reúne en casas particulares. La población, de mayoría priísta, intenta construir un nuevo templo, independiente a la diócesis''.

Tal es el escenario escogido por la Presidencia de México para pronunciar el discurso del cual aquí se reprodujeron algunos párrafos.

¿Y los lavadólares? ¿El acoso estadunidense, las amenazas a la soberanía nacional?, ¿el castigo a los ``gerentillos'' o gerentotes culpables?

Nada. La atención (la mira) sigue puesta en el sureste. En los verdaderos delincuentes, los que se levantaron en armas cansados de injusticias, de fraudes, de corrupción, de saqueo de la riqueza nacional para beneficiar a políticos, a banqueros y a empresarios.

Así que la consigna es: A ellos, que harta culpa tienen.

Astillas: Hoy sesionará el Consejo Político Nacional del PRI para representar el libreto que desde la semana pasada fue escrito y anunciado en Los Pinos. Restituido el índice presidencial, luego de un efímero juego de magia declarativa con el que se aparentó un espectacular cercenamiento, los priístas se aprestan a seguir con el juego de la simulación. Todo mundo sabe que Carlos Rojas es ya el secretario general del PRI nacional, pero hoy se montará la farsa de proponerlo, adularlo y elegirlo. También se formalizará la designación de Oscar López Velarde como presidente de la Fundación Colosio. ¿Alguien dijo alguna vez que el dedazo había muerto...?

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