La Jornada 19 de mayo de 1998

Ira y desorden en la tribuna; mutuas acusaciones de ser los causantes del conflicto

Elena Gallegos, enviada, y Francisco Guerrero Garro, corresponsal, Cuernavaca, Mor., 18 de mayo Ť Antes de que el nuevo gobernador pudiera hacer públicos sus compromisos, legisladores priístas, perredistas y panistas se sacaron en la tribuna sus ``trapitos al sol'', se acusaron de todo y cada uno responsabilizó al otro de ser el causante del conflicto y de no cumplir la palabra empeñada, en una sesión que nada tuvo que ver con la solemnidad y la mesura que exigía el momento, marcada por la ira, el desorden y los agravios.

PRI y PAN culparon juntos al PRD de pactar una cosa y hacer otra, ``deshonrando todos los acuerdos''. El PAN fue más allá, al asegurar que Jesús Ortega -en nombre de su partido- fue el que se comprometió a que el perredismo aceptaría a Juan Salgado Brito, siempre y cuando renunciara Jorge Carrillo Olea; el PRD respondió que los panistas -``como en los mejores tiempos de su alianza con el salinismo''- ya habían ``transado'' con el priísmo exonerar al general y dar carpetezo al juicio político. Todo eso antes de ceder la palabra al gobernador que acababan de elegir. El trago fue amargo para todos.

Desde las galerías, en el alboroto -a eso los llevaron- los militantes del PRI no bajaban a los del PRD de ``¡buuurros!'' ni a los del PAN de ``¡traidores!'' Aunque tampoco los priístas se salvaron, pues enardecidos simpatizantes de los opositores les endilgaron repetidos, burlescos, gritos de ``¡porros!'', en un salón lleno a reventar y en el que a la menor provocación estallaban, grotescas, las risotadas para descalificar al orador en turno.

Las bravuconerías seguidas de amenazas nunca cumplidas de desalojar a los causantes del caos generaron el clima en el que el Congreso local otorgó licencia a Jorge Carrillo Olea por los dos años que le restan a su gestión (la votación de que se marchara fue unánime), y la elección -con urna transparente- de su sustituto, Jorge Morales Barud.

Receso y negociación

Convocada para las 12 horas, la sesión apenas pudo comenzar una hora después. Sin embargo, más tardó en empezar que en decretarse un receso. Esto pasó luego de que el perredista Ignacio Suárez Huape pidió que se incluyera en el orden del día la segunda lectura y aprobación del dictamen que considera procedente el juicio por responsabilidad administrativa en contra de Carrillo Olea, y que desde el jueves había quedado en suspenso.

Furiosos, priístas y panistas se quejaban de que, ``otra vez'', el PRD violaba los acuerdos. La petición del PRD se llevó la rechifla del respetable -las huestes priístas apostaron a sus gritones a lo largo y ancho del salón-, pero no pudo evitar que se votara el punto. Los 12 perredistas y el diputado del PCM, Alejandro Mojica Toledo, lo hicieron a favor; los 12 del PRI en contra, y los cinco del PAN se abstuvieron. ``Ya ven, se los decíamos -señaló Fernando García Gómez-: el PAN nomás nada de muertito y seguramente ya pactó echar para atrás el juicio''.

Fue en ese momento que se abrió el receso, el cual se prolongó más de una hora. De manera apresurada se metieron a negociar los miembros de la Comisión de Régimen Interno y Concertación Política (CRICP) y dirigentes de partidos para desfacer el entuerto. Luego de un áspero encuentro en privado, el PRD aceptó que la segunda lectura del dictamen y su aprobación se hicieran en una sesión posterior

Para entonces pasaban de las dos de la tarde. En el salón, legisladores federales como el senador Rodolfo Becerril Straffon, empresarios, intelectuales, representantes de organizaciones ciudadanas y, por supuesto, las huestes del PRI, aguardaban la resolución de los diputados. La espera sólo sirvió para caldear aún más los ánimos. Cuando reinstalaron la sesión, el panista Fernando Martínez Cué solicitó que se asentara en actas que la propuesta perredista no formaba parte de la agenda pactada con anterioridad por las cuatro fuerzas representadas.

Después hubo insultos para la perredista Adela Bocanegra, quien se atrevió a pedir que se prohibiera fumar en el salón en el que, apiñados lo mismo en las curules que en los pasillos y hasta en el estrado, cientos de curiosos no sólo presenciaban sino que participaban en la asamblea.

La elección del sustituto

A las 14:25 se leyó el dictamen en el que la CRICP consideraba ``pertinente'' la aprobación de la licencia de Carrillo, y en el que se abría paso a la elección del sustituto. No hubo terna. El único candidato era Morales Barud, tal como se había acordado entre sábado y domingo. Cuando la diputada del PRI Marisela Sánchez concluía la lectura y señalaba la fecha -``a los dieciocho días de mayo de mil novecientos ochenta y ocho''-, una nueva carcajada recorrió las galerías.

De inmediato, Saucedo Perdomo exigió que se anotara en actas que el error no era de su correligionaria sino de la Oficialía Mayor, a cargo del perredista Antolín Salazar. Todos se ponían en evidencia, cobrándose viejas facturas...

El respetable estaba feliz con el espectáculo y le metía más leña a la caldera. La CRICP había convenido también -juraron PRI y PAN- que antes de votar al sustituto nadie haría uso de la palabra. Por eso, muchos legisladores se quedaron con los discursos que prepararon para razonar su postura. Nuevamente, Suárez Huape hizo caso omiso del pacto y se subió a la tribuna. Más tardó en llegar que en lloverle los insultos. Como bienvenida le lanzaron que mejor debía regresarse a su natal Michoacán: ``¡Vete a tu tierra!'', coreaban las huestes del PRI.

Sin embargo, el perredista comenzó su intervención leyendo las primeras líneas de El general en su laberinto, para señalar que la democracia en México vivía momentos inéditos ``en estas tierras zapatistas'' en las que se había abortado ``el pacto palaciego'' que quería imponerles a Juan Salgado Brito, presente en la sesión y quien más tarde encaró a la prensa para explicar el retiro de su candidatura.

``El PRD dio una lección al pueblo de México, que sabrá valorar esta conducta'', remachó Suárez Huape; nadie lo escuchaba, los asistentes estaban en la chacota. ``¡Arriba Michoacán!'', le corearon.

Vino entonces la elección: 27 votos para Morales Barud, uno para Angel Ventura Valle, uno anulado y otro más en contra. ``¡Ahora renuncia, Suárez Huape!'' En las galerías exigían que cumpliera su dicho, ya que según recordó en tribuna el priísta Javier Malpica, el perredista había asegurado que si su fracción se manifestaba por uno del PRI, él se retiraría del cargo. ``¡Cumple, no seas rajón!'', lo presionaban.

Se convino un nuevo receso para que una comisión formada por los líderes de las bancadas recibiera el recién electo. Entre gritos de ``¡ya llegó, ya está aquí, es Morales y es del PRI!'', el nuevo mandatario fue recibido. Una nube de fotógrafos se trepó a curules, escritorios y hasta a la mesa que ocupaba la secretaría. Nada pudo controlarlos. ``¡Que se bajen, no sean burros!'', les lanzaba el respetable.

Fue cuando los dirigentes de las fracciones subieron a definir sus posturas frente a lo que acababa de ocurrir. Lo hizo primero Alejandro Mojica, luego el panista José Raúl Hernández Avila. El presidente de la mesa directiva, el perredista Juan Reynoso Abundes, otorgó después la palabra a Saucedo Perdomo, pero éste dijo que como caballero le quería ceder su lugar a Cristina Balderas, la coordinadora del PRD, ``porque además es una dama''. La gente la emprendió contra él: ``¡No seas chueco! ¡No nos chupamos el dedo!''

Hasta el último momento, PRI y PRD peleaban por todo. Perdió Saucedo y el último turno le tocó a Balderas. El discurso del priísta produjo destemplados ``¡ya cállate Cantinflas!'', mientras que el de la perredista desató la pelea, por las acusaciones que hizo contra el PAN. Aquí Reynoso Abundes se equivocó y cedió la palabra a Hernández Avila, quien la pidió para responder las ``alusiones'' y aprovechó para hacer duras imputaciones al PRD.

Morales Barud veía azorado el espectáculo. Enredados en el pleito, parecía que los legisladores nunca le iban a dar la palabra.

Así fue el final de la crisis en Morelos, en el que los discursos nada tuvieron que ver con las actitudes.