La Jornada Semanal, 17 de mayo de 1998
En este ensayo sobre el libro de Rigoberta Menchú, el historiador y maestro de historiadores, Enrique Florescano, celebra la forma en que la autora, como lo hicieron sus antepasados, conserva y transmite la memoria de los pueblos mayas, así como su talante conciliador cuando propone a los extremismos una salida basada en ``una perspectiva de convivencia cultural''.
El libro de Rigoberta Menchú, Rigoberta: la nieta de los mayas (Aguilar, 1998), es un intenso testimonio acerca de la tragedia colectiva que vivió el pueblo de Guatemala entre 1966 y 1996. En este último año la guerrilla y el gobierno firmaron los acuerdos de paz que frenaron la masacre que por más de tres décadas hizo de Guatemala un campo de muerte, impunidad y terror. El libro de Rigoberta Menchú nos conduce a los macabros escenarios de esa tragedia al través del testimonio más conmovedor: la experiencia personal.
La familia de Rigoberta Menchú fue destruida y rota por ese drama siniestro. En esos años casi no hubo familia en Guatemala que escapara a los flagelos que propagó la cruenta represión dirigida por el ejército y los grupos paramilitares. Pero nadie vivió esos días con más dolor y orfandad que los pueblos indígenas.
El libro de Rigoberta Menchú es doblemente valioso porque es un testimonio de uno de los sobrevivientes indígenas. En la larga historia de persecuciones y masacres vividas por los pueblos nativos de América, pocos de los sobrevivientes pudieron narrar esa experiencia amarga. Casi siempre sus perseguidores acallaronÊsus voces, se esforzaron en desaparecer sus testimonios, o los sustituyeron por la versión de los verdugos. El libro de Rigoberta Menchú es ejemplar porque registra la voluntad de los sobrevivientes para transmitir su propia relación de los hechos, y la determinación de hacer llegar esa voz a los foros más significativos. En este sentido es un libro revelador: muestra cómo los herederos de los antiguos mayas incursionaron en los foros reservados a otros protagonistas, y se apoderaron de los medios de comunicación modernos para difundir su propio mensaje.
Este libro es más que un testimonio personal sobre la aflicción padecida por el pueblo de Guatemala. Es una relación de los agravios sufridos por los pueblos indios, una crónica de la resistencia indígena, y un registro de las nuevas formas imaginadas por estos pueblos para combatir la injusticia y la impunidad. Carezco de la información necesaria para comentar muchas de las partes que integran este libro. Me limitaré entonces a destacar los aspectos que se refieren a la identidad, la autonomía y la memoria indígenas, temas que me resultan más cercanos.
El libro de Rigoberta Menchú contiene antiguas y nuevas interpretaciones sobre el concepto de identidad indígena y sobre las relaciones entre los grupos étnicos y la nación. Se trata, como se puede advertir, de temas de gran actualidad en nuestro país y en el mundo. En una parte de su libro dice que ella se identifica como ``nieta de los mayas''. Dice que ``ser nieta de los mayas significa tener abuelos, tener historia, tener pasado; al mismo tiempo que representa poseer sangre joven, pertenecer a una generación joven, asomarse al futuro''.
En contraste con los antropólogos que idealizan a los grupos indígenas y usurpan su representación, y a quienes critica con dureza, Rigoberta Menchú sostiene una concepción avanzada de la identidad étnica y de sus vinculaciones con la nación. Como ella dice sin reservas, ``la identidad no es sólo la nostalgia de comer tamales''. Contra las concepciones simplistas sostiene que la identidad étnica está determinada por los lazos de sangre, la lengua, las tradiciones ancestrales y la idea de compartir un territorio y un futuro colectivo.
Pero, en lugar de advertir una fractura irreparable entre los grupos étnicos que asumen esta identidad y los grupos modernos con quienes éstos conviven, proponeÊfundir ``nuestras culturas milenarias... con las culturas jóvenes''. Se opone a quienes postulan erradicar a una u otra de estas presencias, o a quienes valoran a una y denigran a la otra. Rechaza las posiciones de los indigenistas a ultranza, quienes suelen hacer del pasado colonial y de la historia moderna y contemporánea un lamento continuo sin perspectiva de futuro. Se pronuncia asimismo contra el sectarismo, la intolerancia y el radicalismo de los redentores de la causa indígena. En lugar de un horizonte conflictivo, postula una ``perspectiva de convivencia cultural''.
En relación con el debate actual sobre la autonomía de los pueblos étnicos y su integración con el estado nacional, Rigoberta Menchú sostiene posiciones contrarias a los voceros de los gobiernos que califican estas reivindicaciones como atentados contra la unidad nacional. Su conocimiento de las tradiciones y la cultura maya le proporcionan argumentos para sostener que los pueblos indios nunca intentaron fragmentar la sociedad nacional ni propusieron separase de ella. Contra los radicalismos que hoy compiten por imponer una u otra alternativa, su propuesta reiterada en este libro es ``la unidad dentro de la diversidad''. Afirma que la fuerza futura del continente americano radica en el privilegio de albergar una cultura milenaria y tener al mismo tiempo una cultura joven.
En la literatura reciente sobre estos temas se habla de dos proyectos de nación, uno fundado en las identidades étnicas y otro en la adhesión individual de los ciudadanos a un proyecto nacional compartido. El proyecto de nación basado en la identidad étnica se caracteriza por su adhesión a lazos primordiales y a legados heredados. Estos lazos son las raíces étnicas, lingüísticas y culturales. Como se advierte, estos lazos profundos son heredados, no producto de la elección de los individuos.
La propuesta que convoca a un proyecto nacional sustentado en la adhesión libre de los ciudadanos, en lugar de asentarse en un pasado heredado, propone el consenso en valores compartidos. Este proyecto incluye a todos los ciudadanos que integran la nación, con independencia de la etnia, el color, la religión o el género. Se ha llamado cívico a este nacionalismo porque considera a la nación como una comunidad de ciudadanos que tienen derechos iguales y comparten prácticas y valores políticos semejantes.(1)
Rigoberta Menchú dice que no es teórica ni experta en estos asuntos. Pero su propuesta es una alternativa viable a esa dicotomía. Como heredera de la cultura maya, acepta los lazos étnicos, históricos y tradicionales que le vienen de su pasado maya. Pero como líder de las reivindicaciones de su pueblo y mujer maya moderna, usa los foros, las instancias democráticas y los derechos ciudadanos como instrumentos indispensables para construir una sociedad plural, más justa y abierta hacia el futuro.
Su libro es también un reconocimiento y un homenaje a los organismos internacionales que permitieron defender los derechos de los pueblos indígenas. La lucha en la que está empeñada hoy en día Rigoberta Menchú, junto con otras organizaciones, busca nada menos que equiparar los derechos indígenas a los derechos ciudadanos. Su propuesta es semejante a la demanda de Luis Villoro y otros filósofos, juristas y antropólogos.
Dice Luis Villoro que la historia de México independiente ``podría verse como la controversia entre dos ideas opuestas de nación. Por un lado la nación imaginada, unitaria que responde al proyecto de modernización del país; por el otro, las fidelidades vividas de pueblos diversos, que constituirían un estado plural''. Al reconocer los sucesivos fracasos del Estado homogéneo, y las demandas cada vez más exigentes de la sociedad plural, Villoro piensa que quizás hemos llegado a un momento en que estas dos ideas de nación podrían fundirse en una síntesis. Villoro propone, cito sus palabras, ``Un nuevo tipo de Estado que respete nuestra realidad y termine con el intento alocado de imponer por la violencia un esquema pretendidamente racional. Tendría que ser un Estado plural, respetuoso de todas las diferencias''.(2) Esta tesis de Villoro es la misma que asume Rigoberta Menchú cuando propone unificar a la nación aceptando su diversidad étnica y pluricultural.
Hace unos meses, cuando Rigoberta Menchú escribía este libro, pensaba que una solución semejante podría ser la respuesta mexicana al conflicto de Chiapas. En su libro se abstiene de tratar este conflicto, pero, fundada en las declaraciones oficiales que afirmaban el carácter pluricultural y multiétnico de la sociedad mexicana, pensó que México estaba a un paso de encontrar una solución imaginativa a la confrontación armada. Expresó así su optimismo: ``Si México... encuentra una verdadera y profunda solución política a ese conflicto..., sería un gran ejemplo para el continente.''
Desafortunadamente esas esperanzas se frustraron en los meses siguientes. Los representantes del gobierno, en lugar de repetir el gesto inicial de concordia y mantener abiertos los foros de negociación y mediación, abandonaron la paciencia (la virtud mayor de la negociación), personalizaron el conflicto en uno de sus voceros, descalificaron a las instancias mediadoras, redoblaron la presencia del ejército y presentaron una propuesta unilateral que ha tenido el efecto funesto de dividir otra vez a las fuerzas políticas y a la sociedad. El resultado es el ambiente de incertidumbre, desconfianza y pesimismo que hoy priva en torno a ese conflicto.
Para concluir, me voy a referir a uno de los aspectos de la memoria indígena que tiene una vinculación directa con el libro que comentamos. Desde hace algunos años comencé a estudiar la memoria indígena y casi sin percibirlo caí atrapado por la fuerza y la continuidad de sus mensajes. Advertí así la asombrosa capacidad de esa memoria para transmitir de modo uniforme y a través de muchos siglos los mensajes que aseguraron la sobrevivencia del grupo étnico y fortalecieron sus identidades colectivas. Esas indagaciones me llevaron a descubrir que los antiguos estados mesoamericanos transmitieron un mismo mensaje acerca de la creación del cosmos y el principio de los reinos valiéndose de cuatro conductores extraordinarios: el mito de creación del cosmos, el calendario ritual, las imágenes plásticas y el códice. Durante unos tres mil años, desde los primeros reinos olmecas hasta los aztecas, esos instrumentos almacenaron, transmitieron y difundieron la memoria históricaÊy los valores sociales que unificaron a esos pueblos.
Cuando sobrevino la conquista española esos transmisores de la memoria estatal fueron suprimidos. Sin embargo, lo sorprendente es que la memoria indígena continuó reproduciendo el mismo mensaje sin perder su eficacia. La pregunta que se me vino entonces a la cabeza fue esta: ¿Qué individuos o grupos asumieron el papel antes desempeñado por las instituciones del Estado en la transmisión de los mensajes colectivos?
Una primera pista para resolver esa incógnita me la dio el copista y traductor del Popol Vuh, fray Francisco Ximénez. En su Historia de la provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala, dice Ximénez que además del ejemplar del Popol Vuh que le proporcionaron los pobladores de Chichicastinango, éstos le confesaron que conocían las historias relatadas en el libro sagrado desde niños. Narra Ximénez que la gente de este lugar le dijo que esos relatos eran ``la doctrina que primero mamaban con la leche, y que todos ellos casi lo tienen de memoria''. De modo que este texto de Ximénez sugiere que las mujeres, y particularmente las madres y las abuelas, fueron las principales transmisoras de la memoria colectiva a las siguientes generaciones.
Este libro de Rigoberta Menchú continúa esa antigua tradición mesoamericana. Lo paradójico de esta antigua tradición es que la mayoría de los especialistas la ignoran. En cierta ocasión en que estaban reunidos una docena de expertos en la memoria colectiva procedentes de diversas regiones del mundo, les pregunté si había un libro que diera cuenta del papel que habían desempeñado las mujeres en la transmisión de la memoria familiar y colectiva de los pueblos. Los expertos se manifestaron sorprendidos por esta pregunta y confesaron que no recordaban la existencia de un libro acerca de ese tema. Quizá Rigoberta Menchú, quien en este libro se ha revelado una fiel continuadora de la tradición que forjaron sus antepasados, podrá relatarnos en un libro futuro cómo se conserva y transmite la memoria en el seno de las familias y comunidades mayas.
(1) Véase la obra de David A. Hollinger, Postethnic America,
Basic Books, Nueva York, 1995.
(2) Véanse los artículos de Luis Villoro publicados en La Jornada del
30 y 31 de enero, y del 1¼ y 2 de abril de 1998.