La Jornada Semanal, 17 de mayo de 1998



Danielle Arbid

entrevista a Salah Stétié

El ambulante del sueño

Poeta, ensayista y crítico de arte entre los más conocidos de su generación, Salah Stétié recibió, en 1995, el premio de la francofonía. Nació en Líbano en 1929, tomó clases de letras en Beirut, y después hizo sus estudios universitarios en Francia. En los años cincuenta trabó amistad con varios poetas, sobre todo con Jouve, Mandiargues, Ungaretti, Bonnefoy... y creó, más tarde, el semanario cultural L'Orient Littéraire. En Francia, ha colaborado en las principales revistas de creación literaria y poética, entre ellas Lettres de France, Diogne, Mercure de France...

Diplomático durante mucho tiempo con puesto en París, delegado de Líbano en la UNESCO, luego embajador en Marruecos y en La Haya, Salah Stétié será por toda su vida, según sus propias palabras, ``un ambulante del sueño y de la acción''.

¿Qué estatus le conviene más, el de diplomático o el de escritor?

-El estatus de diplomático es interesante, pues te pone en contacto con una serie de problemas y tienes la impresión de influir un poco en la evolución de las cosas. En cambio, escribir no es un estatus; es una vocación, una especie de urgencia interior. Mi escritura es investigación, búsqueda, análisis acerca de los mitos y de los grandes textos sagrados, para tratar de comprender y de crear.

-¿Por qué escogió el francés? ¿Qué lo liga a esta lengua?

-Mi familia es arabófona, pero yo nací bajo el mandato francés e hice todos mis estudios en instituciones francesas. Hubo entre la lengua y yo una especie de choque que se transformó en historia de amor, que aún sigue.

-¿La lengua ejerce una influencia en las ideas del escritor?

-Somos hijos de una lengua como somos hijos de un país. No obstante, por nada del mundo renunciaría a mi nacionalidad libanesa, ya que pertenezco, con todo, a un pequeño país tan terriblemente desfigurado y herido. Al mismo tiempo, la lengua francesa representa para mí un territorio mental e intelectual irremplazable.

-Hay generalmente una búsqueda de identidad en la que la mayor parte de los escritores francófonos participan. ¿Es este su caso?

-La identidad árabe, a la vez ambigua y poco afortunada, está ligada a la larga petrificación de lo imaginario y de la afectividad árabes. El complejo de inferioridad cultural del lector árabe es tal, que frecuentemente, para que reconozca a un escritor de su país, es necesario que éste sea reconocido en el extranjero. Es una especie de subculturación. Por estas razones, los escritores de la francofonía, tanto los de çfrica del Norte como los del Cercano Oriente, transportan mediante la lengua francesa una búsqueda de identidad. Traducen al francés su espacio original. Georges Schéhadé, por ejemplo, lo introduce en la magia de Las mil y una noches revisada y corregida por él.

-¿Y usted qué aporta a la lengua francesa?

-Una suerte de música y de sensualidad que pertenece esencialmente a la profundidad árabe. Pero también una aridez. Mi lengua está consumida, no hay retórica. Al mismo tiempo, hay una vuelta a las realidades concretas, una forma constante de nominación de las cosas del mundo. Más que las ideas, lo que anima mi poesía es el acto de tocar las cosas con las palabras.

-¿Y si las cosas se revelan finalmente ilusorias?

-Queda el objeto primero de la formulación poética; es decir, el acto de poseer el cuerpo del mundo por medio de la lengua. El cuestionamiento de ese mundo.

-Su poesía está impregnada de fuentes diversas. ¿Cómo la define?

-Me ubico en la poesía dentro de una ambigüedad constante. Por otro lado, en uno de mis poemas evoco aquella admirable frase de Angelus Silesius, el escritor alemán del siglo XVII, ``la rosa es sin porqué''. Yo digo: ¿por qué el no porqué de la rosa? Y mi reflexión en prosa prolonga un tanto los problemas que se me plantean a través de la poesía.

-Esta división entre ensayo y poesía, entre Oriente y Occidente ¿no lo confunde?

-Mis referencias, frecuentemente, son asideros de mi doble cultura árabe y occidental. Admiro mucho a Djalal Eddin Roumi, poeta místico del siglo XIII, y a Ibn Arabi, gran filósofo andaluz. A mi manera, interpreto el papel del barquero que lleva y trae las ideas. Así, las realidades apartadas en el espacio y en el tiempo se encuentran confrontadas, y de esta confrontación nace un nuevo sentido.

-¿Cuál es, actualmente, la situación del poeta libanés?

-Pienso que el Líbano, a causa de su larga tradición de libertad, siempre ha estado en la busca de formulación. Así es como se ha encontrado entre todos los países árabes: el país de la innovación. Durante años, los movimientos innovadores de la poesía, de las formas novelescas o teatrales estuvieron ligados al Líbano.

Nuestro país desempeñó un doble papel: el de creador y el de mediador. Pero los acontecimientos de los últimos veinte años han debilitado considerablemente este dinamismo. Muchos de los intelectuales han resuelto vivir en el extranjero. Y es aquí, en el extranjero, donde encontraron una posibilidad de apertura sobre el resto del mundo que el Líbano de la guerra ya no les podía ofrecer. Esto demuestra también hasta qué punto, hoy en día, nuestro país está lastimado.

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Traducción: José Dimayuga