Víctor M. Godínez
Una preocupación compartida

``El Banco de México ha percibido cierta tendencia en la evolución de una variable económica que, de prolongarse, podría constituirse en un factor de preocupación en el largo plazo''. Este párrafo del Informe Anual de Banxico se refiere a la cuenta corriente de las balanzas de pagos. Casi a renglón seguido --aunque sin mencionar cifras-- se añade en el mismo documento: ``De persistir una tendencia semejante del saldo de la cuenta corriente, deberían aplicarse acciones coordinadas de política fiscal y monetaria''.

Son varias las razones que justifican esa preocupación. En sus Criterios de Política Económica el gobierno previó un déficit en la cuenta corriente por 10 mil 800 millones de dólares para 1998. Los acontecimientos de los primeros meses del año hicieron que esa meta sea irrealizable. Aunque las autoridades han revisado a la baja el crecimiento esperado del PIB, no han dado a conocer oficialmente una nueva estimación oficial para la cuenta corriente. No obstante, en la mayoría de los modelos prospectivos del sector privado ahora se estima que esa variable registrará un déficit por alrededor de 14 mil 500 millones de dólares. Es decir, se calcula que su monto absoluto se incrementará, en relación con la proyección original del gobierno, en una tercera parte.

Un déficit en la cuenta corriente de tales dimensiones, en un contexto de menor crecimiento económico, elevará la proporción del producto representada por este desequilibrio: en lugar del 2.5 por ciento calculado por el gobierno, el año cerrará con un déficit externo equivalente, cuando menos, a 3.4 por ciento del PIB. Aunque se alegue que esta brecha financiera seguirá siendo cubierta totalmente en 1998 con flujos voluntarios de capital (inversión extranjera directa), su dimensión relativa indica que la preocupación que se señala en el informe del Banco de México podría materializarse en un horizonte temporal mucho más corto que el supuesto en la expresión ``en el largo plazo''.

Esta posibilidad está dada, en primer lugar, en la postura que las propias autoridades financieras anuncian frente a la probable persistencia de la tendencia. Las ``acciones coordinadas de política fiscal y monetaria'' que se mencionan, significan nuevos ajustes del gasto interno y, por consiguiente, una mayor contención del crecimiento del producto y el empleo. En la medida de su dureza, el ajuste del gasto permitirá controlar más o menos el desequilibrio externo.

No deja de ser desalentador comprobar, después de 15 años de reformas estructurales, que la economía mexicana sigue padeciendo una gran fragilidad y que la llamada restricción externa al crecimiento se manifiesta cada vez con mayor fuerza. En el pasado, déficit de la cuenta corriente ligeramente superiores al que habremos de registrar al final de este año marcaban ciertamente el fin de las fases de crecimiento. Pero ahora ocurren en un vacío, pues apenas la economía está recuperándose cabalmente de la enorme recesión de 1995-96. Sin verdadero crecimiento económico de por medio (en el actual periodo de gobierno el PIB por habitante se estancó), ahora estamos obligados a volver a frenar. Antes se decía que la trayectoria de la economía describía un itinerario de ``pare y siga''; ahora se diría que es de ``pare y vuelva a parar''. Este hecho parece razón suficiente para abrir una real discusión sobre la política económica con el afán de sustentar su diseño y ejecución en una plataforma amplia de nuevos y duraderos acuerdos nacionales.