El copyright amenaza con paralizar la creatividad humana: Smieres
Adriana Malvido/ II Ť ``Este tono de verde es nuestro, tenemos registrado el copyright y quien quiera reproducirlo requiere de la autorización de la empresa y el pago correspondiente''. No se trata de una novela de ciencia-ficción o de una caricatura del futuro, la cita es real y tuvo lugar en Holanda, donde una compañía alega su derecho exclusivo al verde. Y esto es para el investigador Joost Smieres, reflejo de ``la privatización del bien común'' y del absurdo al que puede llegar la globalización económica y los mercados sin barreras.
Autor de la investigación Las consecuencias de la globalización económica, el libre mercado y la introducción de las nuevas tecnologías para las culturas artísticas en diferentes partes del mundo que se realiza en el Centro de Investigación de la Escuela de las Artes de Ultrecht en Holanda, Smieres tuvo siempre una voz crítica, cuestionadora y a contracorriente durante la conferencia mundial El poder la cultura, organizada por la UNESCO en Estocolmo.
En entrevista, dice tajante: ``La mayor amenaza para la herencia cultural local y regional del pasado y del presente está en el copyright y los derechos de autor''.
No es el único que cuestiona los excesos del copyright o la lucha actual de firmas globales por apoderarse de las ``expresiones culturales'' mediante dicho instrumento.
Marie Britt, presidente de la DIK-Association (Sindicato de Profesionales de Bibliotecas, Museos y Archivos de Suecia) advierte que los excesos llegan al grado de que, incluso en las universidades, ``hoy día no puedes ni mirar una pantalla, sin tener que pagar regalías''.
El arte no es una cuestión romántica
Marianne Scott, directora de la Biblioteca Nacional de Canadá, quien se reconoce como ``voz disidente'' entre los especialistas en derechos de autor, asegura que ``sin la garantía del libre acceso a la información y el derecho a la privacía, no podremos hablar del copyright y los derechos de autor como valores democráticos''.
Las consecuencias de la globalización, el libre mercado y las nuevas tecnologías residen, según Smieres, en tres áreas principales: ``El copyright o los derechos de autor están cayendo en manos de unas cuantas empresas monopólicas de alcance global, debido principalmente a los tratados de libre comercio.
``En el mundo, un pequeño grupo de industrias culturales trasnacionales involucradas en la producción y la distribución amenazan con dominar el mercado del cine, el teatro, la música, la ópera, la danza, las telenovelas, así como las artes visuales y la literatura, en resumen, la expresión artística y el entretenimiento establecidos y los que emergen en los nuevos medios.
``Aparentemente, todo el mundo estará cubierto de arte, incluido todo el rango de entretenimiento, que disemina y propone los valores de consumo necesarios para la cultura corporativa en el poder.''
En ese sentido, explica, los derechos de autor y el copyright juegan un papel clave: ``estas firmas globales de comunicación cuentan con los medios y necesitan de contenidos, así que cada día vemos más conglomerados de empresas que compran el derecho a las imágenes, a los textos, a las ideas y ahora hasta los colores. En todo el mundo se habla de pertenencias, de propiedades, de pagos y autorizaciones sobre todo aquello que en realidad pertenece a la comunidad, como es la cultura''.
Para Smieres el origen del problema radica en un concepto ``romántico'' de la cultura: ``Parten de la idea de que los seres humanos creamos de la nada, que el escritor y el compositor son genios que producen sus obras a partir de cero. Eso es falso, al escribir utilizas el lenguaje que se ha desarrollado antes, usas la música que ya se ha compuesto, es decir, el escritor, el compositor, el pintor o el cineasta agregan con su obra un algo, un ladrillo más a la enorme construcción de ese bien común que es la cultura. Así, ¿cómo puede alguien afirmar que es el único dueño y propietario de una expresión cultural?
``En ese sentido está el origen, pero por otra parte está el futuro. Para las creaciones por venir, los artistas deberán contar con el derecho a utilizar todo aquello que ha sido ya creado. Pero si para usar una pieza de música tienes que pedir permiso, si para utilizar una frase debes pagar porque el titular de los derechos aparece con la amenaza de llevarte a la corte, ese proceso vital de la cultura se paraliza. De seguir así, esto tendrá enorme trascendencia en todo el mundo, donde la herencia cultural se recrea, se reinventa, se usa para seguir creando y pertenece al dominio público, a las comunidades y su historia. No es una cuestión romántica, es la vida del arte.
``El tema tiene que ver con la democracia, con el derecho de los artistas a crear con libertad, a expresar emociones, el placer, la tristeza, la angustia o la esperanza con libertad y no con una gran empresa en su puerta diciendo: `nosotros organizamos el placer, determinamos qué puedes usar y qué no, a menos que pagues o pidas permiso'. No quisiera vivir en una sociedad así.''
Y cada día, advierte Smieres, hay más conglomerados de empresas que van por los copyrights, ya no son los artistas los beneficiados. De seguir así, ``el uso del bien común será concebido de pronto como piratería y veremos cazadores de piratas por todo el mundo, algo parecido a la cacería de drogas. Internet no se salva, cada día hay más bibliotecas en la Red, pero también la exigencia del pago para abrir un documento, es decir, Internet y el mundo digital están cada vez más controlados por los titulares que quieren cobrar. La mayoría de los servidores estarán en manos de industrias culturales que quieren controlar la Red para cobrar regalías de todo aquello que son titulares''.
Enfatizar lo global favorece lo local
--¿Se puede detener ese proceso?
--El tema es parte de un gran debate en Europa. No sé si podamos hacer mucho, pero hay que pelear, porque ahí está el Acuerdo Multinacional de Inversiones (MAI) y todos estos tratados multilaterales están por la titularidad de los derechos, así las industrias locales tienden a desaparecer porque no pueden competir. El problema para un cineasta no es tanto el hacer una película sino distribuirla. En Europa, y seguramente en otras regiones también, hay maravillosas películas que no cruzan las fronteras porque los canales están en un par de manos que deciden qué se distribuye y qué no, y esto tiene que ver con el tema de la diversidad creativa que en el cine ha sido suprimida.
``Titanic está en todos los países, no importa si la película me gustó o no, pero organismos como UNESCO podrían decirle a Hollywood: `no tienes derecho a acaparar la atención de toda la gente'. Esto va a contracorriente, pero va con la vida humana y el derecho de la gente a contar con expresiones modernas diversas''.
--¿Cómo balancear el derecho del artista a vivir de su trabajo y el derecho al acceso a la cultura y el dominio público?
--Se habla de 70 años después de la creación de una obra para pasar al dominio público. Yo diría que debía reducirse a 10 años y que las sociedades del mundo reconozcan el derecho del artista a ser bien remunerado, para eso habrá que recurrir a la creatividad.
--¿Qué tanto funciona la excepción cultural en los tratados?
--No lo suficiente. Hay que redefinir los conceptos de ``interés público'' y ``sociedad civil'' en relación con las artes. La idea no es sólo conservar la herencia cultural sino que florezca, de no ``horrorizarnos'' con la globalización sino de identificar los movimientos independientes y expresiones contraculturales, y ver cuáles son potencialmente más efectivos. Hay que abrir los ojos a todas las prácticas artísticas marginales que siguen desarrollándose y pensar: ¿qué valores alimentan estos movimientos y qué estructuras sociales les permiten existir?
Las preguntas de Smieres tienen que ver con una frase de la conferencia de Estocolmo: ``El énfasis en lo global enfatiza lo local'' y una preocupación compartida en torno del riesgo de la trivialización de la cultura reducida a mercancía y copyrights.
Como dice Deborah Thompson, directora del Museo de Arte de Uppsala:
``Se hizo un Museo Guggenheim en Bilbao, otro se hará en Alemania, ¿se trata de abrir tantos museos como Mc Donalds por el mundo?''.