Pese a las protestas y peticiones de múltiples gobiernos y organizaciones, la India realizó ayer tres ensayos nucleares subterráneos y, con ello, ha recrudecido las tensiones históricas con sus vecinos --especialmente Pakistán, con quien ha librado tres guerras en los últimos 50 años, pero también China--, se ha expuesto a recibir sanciones económicas de parte de la comunidad internacional y, sobre todo, ha reabierto la posibilidad de que se genere una peligrosa carrera armamentista en la región.
Según el gobierno de Nueva Delhi, las pruebas se llevaron a cabo con la finalidad de ampliar su dominio sobre esas armas de exterminio masivo y fortalecer la seguridad del país. Sin duda, para cualquier nación la realización de experimentos de esta naturaleza es un formidable y oprobioso instrumento de presión en contra de sus estados rivales. Pero en momentos en que la lógica del armamentismo a ultranza y la disuasión nuclear ha sido superada, la realización de estallidos atómicos se encuentra fuera de lugar. En este contexto, la actitud de la India es un golpe a los esfuerzos que diversos gobiernos, instituciones y ONG han emprendido para conseguir la erradicación definitiva de cualquier clase de ensayos de este tipo y socava los consensos logrados a partir de la firma, por más de cien naciones, del Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares.
Cualquier ejercicio que se realice con armas atómicas, así sea para fines de investigación, representa una inaceptable amenaza para toda la humanidad. Por ello, las promesas de la India --como las de Francia cuando realizó, hace algunos años, una serie de ensayos nucleares en el Pacífico sur--, en el sentido de que se sumará a la prohibición una vez que obtenga los conocimientos suficientes sobre esas tecnologías, reflejan una doble moral: por un lado, esas potencias se dicen comprometidas con la no proliferación nuclear, pero no están dispuestas a suscribir un tratado internacional antes de demostrar su superioridad militar y colocarse en ventaja ante sus rivales.
Con todo, los beneficios que obtendrá la India de sus recientes pruebas nucleares podrían resultar escasos. Antes que reforzar su seguridad nacional, esos experimentos podrían romper los equilibrios regionales, exacerbar las tensiones con Pakistán y reabrir el doloroso capítulo bélico que han protagonizado esos países. Además, las sanciones económicas que la comunidad internacional podría impo- nerle al gobierno de la India tendrían graves efectos para los 200 millones de habitantes que sobreviven en condiciones extremas de miseria y marginación. Para los hombres y mujeres desposeídos que habitan esa nación asiática, el fortalecimiento del poderío nuclear de su país carece de sentido y no les representa ninguna forma de esperanza o de bienestar. ¿No resultaría más provechoso y benéfico para la India invertir en educación, salud y alimentación las cuantiosísimas sumas destinadas a su programa nuclear?