Elba Esther Gordillo
Emergencia ambiental

Existen varias formas para hacer una lectura de las crisis. En el ámbito económico, su recurrencia a veces no nos permite ver si estamos en una prolongada, de la que nos acabamos de salir, o si su carácter cíclico ha adquirido más velocidad y frecuencia. Otra manera de leer la crisis podemos hacerla cuando ésta provoca las condiciones de potencialidades dormidas, cuando se interrumpen inercias y tendencias y entonces es posible modificar el rumbo, retomar el camino o acelerar el paso.

La crisis ambiental que no acabamos de comprender, pero cuyos indicadores observamos, percibimos, sentimos y vivimos, forma parte de situaciones inéditas que los mexicanos estamos enfrentando y que nos obligan a reflexionar hacia dónde nos dirigimos y, más, si es ahí a donde queremos ir.

Como resultado de una serie de desequilibrios ecológicos largamente acumulados, estamos presenciando un cambio climático que habrá de impactar de múltiples formas el espacio humano: la presencia de sequías que afectarán la producción agropecuaria y la generación de alimentos; el desplazamiento de la población del campo hacia las ciudades en busca de los medios para sobrevivir; la escasez de agua para el consumo cotidiano en las ciudades, que traerá especulación y el surgimiento de movilizaciones políticas a ello asociadas; la presencia de más incendios forestales, que agudizan los desequilibrios ecológicos y golpean el patrimonio natural del país, sólo por enumerar algunos de los fenómenos visibles.

Es prácticamente imposible que alguien sea ajeno al problema de los incendios o haya dejado de percibir la densa bruma que producen, generando una sensación de asombro y de tristeza difícil de explicar y, ante la tragedia de Puebla, donde murieron muchos de quienes trataban de apagar el fuego, gracias a los medios de comunicación cobramos conciencia del alto costo que estamos pagando como consecuencia de nuestra incapacidad para respetar las reglas más simples de la ecología.

La respuesta de la mujer que describió la tragedia de Puebla: ``...tenían mucha convicción, pero carecían de capacitación'', muestra perfectamente lo que sucedió y plantea la solución para hacerle frente.

No se trata de quedarnos en la discusión, sin duda válida, de si estamos preparados para combatir los incendios forestales con la tecnología adecuada, ni si los presupuestos son los correctos. La dimensión del problema no puede ser abordada desde la reducida visión de atacar los efectos, sino de ir a las causas.

La percepción que todos tenemos del problema debe ser la oportunidad, sin duda no deseada ni buscada, para hacer de la tragedia un gran motivo para que la sociedad cobre conciencia de que es ella, de múltiples formas, la responsable de lo que está ocurriendo; para dar cuenta de que es la dinámica social y sus grandes contradicciones lo que está detrás de este desastre, el cual tendrá más graves consecuencias mientras no nos hagamos plenamente conscientes de que con nuestras acciones, grandes y pequeñas, individuales y colectivas, impactamos -para bien o para mal- el frágil equilibrio ecológico.

No sólo es un asunto de convicción, la cual sin duda empezamos a tener, lo es de preparación, de capacitación y, más todavía, de educación y cultura. De hacernos responsables de nuestras conductas desde el seno de la familia, de la vida en comunidad, que es donde se origina y se pagan las consecuencias del problema.

La emergencia ambiental que hoy vivimos deber ser la crisis que genere condiciones de oportunidad, el punto de partida de un impulso sin precedente tanto de las autoridades respectivas como de las organizaciones sociales, pero también de los individuos, para educar y educarnos en el aparentemente simple y realmente difícil arte de hacer del respeto a la naturaleza, de la protección al medio ambiente y del mantenimiento de los equilibrios ecológicos, la obligación más elemental y redituable que como especie humana tenemos.

Correo electrónico: [email protected]