Jalil Saab H.
Los científicos y la política
``La energía nuclear está aquí. La guerra es inevitable. Compete al presidente decidir lo que los científicos deben hacer al respecto'', fueron las palabras de Leo Szilard en 1939. En respuesta, el proyecto científico más grande y trascendente de la historia se dio para producir un artefacto que haría obsoleta a la dinamita.
Ha sido un hecho que desde la antigüedad reyes y teocracias utilizaron científicos y técnicos con fines políticos. Leonardo ofreció sus servicios a Ludovico El Moro y a César Borgia para perfeccionar armamento y técnicas artilleras. La Revolución Industrial permitió que Inglaterra impusiera sus condiciones al mundo. La competencia entre Pasteur y Koch no fue sólo de índole científica; el francés aseguraba: ``La ciencia no tiene nacionalidad; pero los científicos, sí''.
Lo que marca la diferencia con el pasado es que, como dijo Herbert Marcusse, ``nos encontramos ante uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad de crear y difundir sus comodidades, de convertir lo superfluo en necesidad y la destrucción en construcción. La tecnología sirve para instituir formas de control social... extendiéndose a las zonas del mundo menos desarrolladas... Ante las características totalitarias de esta sociedad, la noción tradicional de la neutralidad de la tecnología no puede ya sostenerse... La razón tecnológica se ha hecho razón política... la sociedad avanzada que convierte el progreso científico y técnico en un instrumento de dominación''. James Lovelock (Gaia: la Tierra concebida como un ser viviente) lo reafirma diciendo: ``En las pasadas décadas he sido testigo del gran disturbio en las ciencias de la vida, particularmente en las áreas donde la ciencia ha sido arrastrada dentro de los procesos del poder político''.
El poder económico genera poder político; la ciencia y la tecnología están al servicio de la política; los conocimientos y los medios son detentados por grupos de poder, que a su vez ejercen formas de dominación y actúan como mediatizadores de la libertad. En The demond-haunted world, Carl Sagan nos presenta esta analogía: ``La ciencia y la democracia son concordantes... ambas demandan razonamientos adecuados, rigurosas normas de evidencia y honestidad, libre intercambio de ideas, su valor es antagónico con el secreto... Pero la democracia puede ser completamente subvertida a través de los productos de la ciencia, mucho más de lo que pudo soñar cualquier demagogia preindustrial''.
A. Toffler alerta: ``No podemos ocultar lo que conocemos. Sólo podemos luchar por controlar su aplicación, impedir la explotación apresurada, trasnacionalizarla y reducir al mínimo, antes de que sea demasiado tarde, la rivalidad corporativa, nacional e intercientífica en todo terreno. Debemos elegir aquellas tecnologías que sirvan a objetivos sociales y ecológicos de largo alcance, en vez de dejar que la tecnología sea lo que moldee nuestros objetivos''. En ese sentido, Sagan aseguró que ``el más abierto y vigoroso debate es a menudo la única protección contra lo más pernicioso del mal uso de la tecnología''.
J. K. Galbraith considera que: ``...el sistema planificador, al ponerlo todo a merced de la tecnología, la planificación y la organización, se ha puesto en profunda dependencia de la fuerza de trabajo necesaria para promover esos factores''. O sea, el paso del poder desde el capital a la inteligencia organizada. ``...el futuro de la sociedad moderna depende de lo voluntaria y eficazmente que el estamento pedagógico y científico asuman la responsabilidad de la acción y la dirección políticas''. En contraparte, Roald Hoffmann (Nobel de Química) propone: ``...lo mejor que pueden hacer los científicos es mantenerse fuera del poder, aunque participando en el proceso político. Entonces se ven motivados a hablar como la voz de la razón, a dar consejos valiosos, a hacer frente a la creciente irracionalidad''.
Tenemos los medios para reorientar a la sociedad, pero, ¿qué deseamos transmitir como valor social, ético y estético, y qué conocimientos deben difundirse? Ahí está donde la voluntad política de los detentadores del poder mundial y la responsabilidad de los intelectuales determinarán lo que vendrá.