Terminadas sus exequias, Octavio Paz merece nuestra crítica respetuosa. Paz atribuyó la pobre modernidad mexicana a nuestra incapacidad para la crítica y la autocrítica. Sus logros literarios obligan casi a la reverencia. Pero no podemos darnos ese lujo respecto de su vida pública. Gustó de la política, no como ejercicio del poder sino como influencia sobre él. Jorge Castañeda ha descrito como tarea de ``nuestros intelectuales'' el compensar las carencias de los canales de expresión democrática para dar ``voz a los que no la tienen'' y luchar por las causas nacionales. Viven relaciones muy complejas y ambiguas con el poder. A tan corta distancia es difícil medir la enorme presencia pública de Paz, ¿pudiéramos distinguir en ella dos épocas?
1. El Paz joven. Diplomático, alcanza gran prestigio como pensador y poeta. Se sitúa en una atalaya: figura alta, solitaria, digna. Denuncia en los años 50 la falsificación del socialismo soviético cuando los progresistas europeos lo veían como esperanza, y en los años 60 a la tiranía castrista en Cuba el ``destino'' para América Latina. Su renuncia a la embajada de la India por la matanza de Tlatelolco marca un apogeo. No sólo rompe con Díaz Ordaz ante un acto de terrorismo de Estado, sino que discontinúa su carrera diplomática y ejerce, desde entonces a plenitud, la crítica del poder. Funda estupendas revistas (Plural y Vuelta) que impugnan el absolutismo donde se ejerza.
Los trabajos de Paz, et. al., quizás constituyen una de las causas para la aceptación de la democracia como la única vía factible de la política mexicana. Su pasión por la libertad contamina a dos generaciones de escritores, pensadores, políticos contestatarios y profesores universitarios.
2. El Paz viejo. Al cumplir 70 años, sufre un cambio que se refleja en su alianza con Televisa. Hoy este consorcio está abriendo ciertos espacios: pero en aquella época generaba información tendenciosa a favor del gobierno e inducía el sometimiento político, como la Iglesia católica en la Colonia. Paz pensó en Televisa para la difusión masiva de sus ideas progresistas limitadas, hasta entonces, a libros y revistas. Me temo que se equivocó. Televisa y/o el gobierno manipularon la figura de Paz para legitimar sus políticas nada democráticas. Paz es el poeta más conocido de nuestra historia, pero las masas no conocen su poesía, sino su imagen; fue banalizado al hacerlo opinar de todo y al ``promoverlo'' como un icono.
Paz nunca fue un reaccionario; su defensa del liberalismo económico
suena, a veces, retrógrada, pero su crítica al capitalismo es
rotunda. Siguió augurando un renacimiento del socialismo
democrático. Al final los destellos místicos y eróticos en su poesía
son signos conmovedores de vigor. Quizás su
El asalto en 1994 de los rebeldes de Chiapas a la conciencia nacional
representó para Paz una desconcertante amenaza. Su actitud (no exenta
de dudas honestas) provocó la crítica foránea. Un escritor español lo
llamó ``el poeta oficial del régimen''. Frente al desastre de Salinas,
Paz no tuvo respuesta. No volvió a ejercer la crítica y mucho menos la
autocrítica que había exigido a sus adversarios; conforme su prestigio
como escritor se agigantaba, su vida pública se disolvía en lastimoso
silencio. Parece confirmarse en su propio consejo clásico:
``mantenerse a distancia del Príncipe''. Será necesaria la plenitud de
la vida democrática para que nuestros intelectuales renuncien a su
vocación de encaramarse cerca de los príncipes del poder y del
dinero. Para entonces veremos al Paz político en la adecuada
perspectiva.