De una generación que ha seguido las huellas de los movimientos sociales desde los setenta, Julio Moguel ha entrenado una mirada que interroga en los primeros indicios, los sentidos y rumbos de inquietudes colectivas. Fue de los primeros en apostar en favor de ese enigmático ejército que rompió la bruma en Los Altos de Chiapas en 1994 y que en esos ambiguos días muchos confundieron con ``profesionales de la violencia''. La compilación de sus artículos periodísticos es, además de crónica ágil y polémica, una colección de pistas sobre los diversos rumbos que abre en el país y en el mundo esta guerrilla heterodoxa y su diálogo sorprendente con las resistencias, rebeldías y utopías nacionales y mundiales de un fin de siglo conmovido por la final victoria del culto al mercado. El siglo XX soñó con la justicia social, la convirtió en pesadilla y al final despertó con el estruendo festivo de los especuladores financieros. Es en ese panorama seco e incierto que Moguel interroga el paso del EZLN.
Primer indicio: tras de la máscara, el fusil y el orden militar Moguel advierte el armamento decisivo y la naturaleza real de la silueta guerrera: ``Signo, símbolo y palabra. Con estos ingredientes mínimos los zapatistas tejen los hilos invisibles de complicidades e identidades colectivas diversas... Es la última gran revolución del siglo XX y la primera del siglo XXI''.
En el apartado ``El zapatismo y el universo de sus signos'' se enlazan los artículos escritos desde marzo del 94 y que dibujan el sentido y los alcances de esta guerrilla en su aparición insólita. En diálogo polémico con las inercias culturales disponibles, de izquierda, centro y derecha, que a pesar de la abundancia discursiva del EZLN tratan de encajarle en sus propios fantasmas, Moguel insiste en subrayar lo nuevo: en lugar de estrategia militar, una estrategia de movilización y de comunicación civil; en lugar de la centralidad de algún sujeto revolucionario, el tejido de múltiples sujetos; en vez de la ``toma del poder'', la construcción de la sociedad civil; tras de los espejismos de una renovación del poder al servicio de las élites (democracia, transición), la idea radical de un poder renovado por la participación y el control social. La naturaleza del guerrero es profundamente civil, sus armas apuntan a la reconstrucción de sujetos, de sociedad, de poder social y de estrategias de comunicación. Por cierto, la agenda no resuelta por los socialismos estatistas del siglo XX. Más cerca de Habermas que del Che.
Segundo indicio: la rebelión se coloca en el corazón del mundo, de la globalización y de la modernidad. En un artículo de ``La Geopolítica de la Guerra'', señala desde el 11 de enero de 1994: ``El EZLN dio, por ello, el mensaje preciso: inició su ofensiva el primer día del año 1 de la entrada de México a la modernidad teleciana, y no el 12 de octubre de 1993, cuando el mundo hubiera reconocido en la expresión armada del conflicto chiapaneco sólo o fundamentalmente las demandas y exigencias seculares de los indios''. El guerrero no se engaña, incursiona en un escenario que rehace el huracán de los mercados financieros, que reconcentra el poder y la riqueza y a la vez desintegra naciones, Estados, territorios y sujetos. Sobre ese espectáculo del presente y del futuro habla uno de los artículos más ambiciosos en su aliento: ``El garabato''. Por ello el desafío del EZLN no se encuentra en la periferia sino en el centro, no en la rebelión de los resabios sino en las perversiones de las vanguardias del dinero y de la tecnología.
Tercer indicio: en tres apartados se recogen los artículos que siguen las huellas de una renovadora concepción y práctica de la política desde las conversaciones de la Catedral hasta las mesas de San Andrés: tras del guerrero emerge el tejedor. De 1994 a la fecha se abren dos torrentes en la nación, en uno se propician los encuentros y las convergencias de ciudadanos y organizaciones. Es el tejido afortunado y a veces con corta vida, pero continuo y mudable en sus formas, de una oposición social al neoliberalismo. Surgen foros, frentes y movimientos formales y a veces inciertos, pero a la vez hay un continuo informal donde las redes crecen, se expanden y crean maneras de comunicación y de acompañamiento. En el otro las ideas de muchos construyen no sólo la oposición a la modernidad globalizadora, sino la modernidad donde se incluyan muchos. El guerrero abre las coyunturas y propicia los espacios, ahí acuden ciudadanos, intelectuales, dirigentes de organizaciones y de pueblos, para tejer las ideas de muchos. Así nace la pinza programática de una nueva modernidad no impuesta ni imitada que se asomó en las mesas de San Andrés.
Cuarto indicio: en la parte última del libro se ordenan los artículos que otean un cambio brusco, el ciclo donde aún vivimos, el tiempo de la tensión y de la amenaza de guerra. El 4 de enero de este año recuerda las varias fases que han recorrido los tratos entre gobierno y EZLN, la persistente política de militarización y de guerra sucia forjada desde 1994, acentuada en 1995 y única ``oferta'' real desde fines de 1996 y a lo largo del año de la democracia electoral de 1997. ``De agosto de 1996 a diciembre de 1997 lo que sigue es el rudo camino de la guerra. El rechazo gubernamental a aceptar lo que había firmado en San Andrés se vuelve ley de hierro en todos los órdenes y niveles de gobierno. Chiapas se convierte en el laboratorio macabro de lo que a finales del periodo se llevará a cabo a ciencia y a conciencia en Chenalhó''. También desde enero, con la certidumbre con la que apostó a la figura ambigua en la bruma de San Cristóbal en 1994, ahora desnuda el rumbo central de la naciente política del Ejecutivo federal: ``El camino escogido por el gobierno de Zedillo hacia el conflicto chiapaneco es el de la destrucción -aquí y ahora- de la fuerza y la esperanza zapatista, en el marco de una nueva ofensiva que combina `mano suave y dialogante' para consumo de la opinión pública con una intervención directa y envolvente del Ejército y fuerzas paramilitares dispuestas a tocar el fondo de la selva. Otra cosa es que lo logren, pero van para allá en caballo de hacienda''. Como rastreadores de la coyuntura, los artículos de Moguel esbozan esos grandes ciclos que rigen el fin de siglo mexicano: el arribo de los modernizadores desde 1982, su ofensiva arrolladora y las resistencias importantes pero deshilvanadas de 1989 a 1994, el brusco freno que inicia el EZLN, la continuación de la crisis política y financiera y que aprovechan las oposiciones para retomar la ofensiva e iniciar la construcción de otra modernidad entre 1994 y 1997, y la rehabilitación de alianzas y modelos neoliberales que retoman otra vez la ofensiva a fines de 1997 y en el arranque de 1998, pero en una sociedad cambiada donde coagulan focos de convergencias como el zapatismo y el cardenismo, posiciones de gobierno conquistadas por la vía electoral y propuesta de otro futuro.
Dice Jünger en sus Conversaciones: ``El instante es todo (...) todo debiera estar presente en el instante''. Arriesgada empresa la de Julio Moguel: interrogar en la fugacidad del instante los indicios de sentidos mayores de nuestro tiempo. Pero todo está ahí, la incertidumbre de armar y romper cercos, y a la vez la pugna de proyectos de nación; la continuidad o interrupción del diálogo y las opciones de democracias autoritarias y democracias radicales. En estas crónicas del instante y rastreos de los futuros, Moguel parece salvarse de esa condena que por desgracia persigue al periodismo efímero de nuestro tiempo y que también recuerda Jünger: ``Los clásicos decían: lo que has desperdiciado en el instante no hay eternidad que te lo restituya''.
Chiapas: la guerra de los signos, de
Julio Moguel. Juan Pablos Editor y La Jornada Ediciones, México,
1998.