Sergio Zermeño
No tiene palabra

La verdad es que nuestro Presidente aparece como una figura impresionante. Con muy raras excepciones alguien ha logrado ser tan increíble: dice exactamente lo contrario de lo que está haciendo o de lo que va a hacer inmediatamente después. Pero eso no sería alarmante, porque personajes de esa categoría todos llegamos a conocer, al menos un puñado, a lo largo de nuestras vidas. No, lo verdaderamente impresionante es que una vez que tenemos la certeza de esa distancia entre sus palabras y los hechos, algo nos dice que esa grosera evidencia es irrefutable porque hay fuerzas como los medios de comunicación masiva, el Ejército, la policía, los grupos paramilitares y los militantes regionales del PRI, que están a su servicio y ante los cuales poco tenemos que hacer los ciudadanos, la opinión pública, la propia sociedad civil y, claro, los articulistas de La Jornada.

Tendremos que preguntarnos qué sucede en esta época y con particular severidad en las sociedades dependientes, altamente desiguales e históricamente autoritarias (comenzamos a ser el gran ejemplo); por qué en estos casos se vuelve groseramente nítido el maridaje entre la técnica comunicativa, los sistemas de gobierno y sus clientelas consentidas, los aparatos de coerción policiacos, militares y paramilitares, los grandes capitales nacionales y trasnacionales y los Estados más desarrollados y poderosos del orbe (que en momentos álgidos se disfrazan con el ropaje de Naciones Unidas). ¿Qué sucede que a partir de ahí, de esa concentración de poder, se ha establecido un control sobre los destinos de las comunidades, de los municipios, de lo local y de lo regional de manera que estos últimos niveles son prácticamente despojados de cualquier fuerza, de cualquier autonomía para regir y orientar su vida colectiva? ¿Por qué ante esa evidencia nuestra posición crítica se inhibe y el cinismo y la prepotencia pasan a reinar? ¿Quién nos puede creer cuando decimos que existe ese maridaje entre las fuerzas mencionadas?: simplismo determinista, decían nuestros textos de la Facultad de Ciencias Políticas de hace 15 años.

Sea como sea, una cosa es cierta: la tensión más importante de nuestra época parece estar dándose entre ese núcleo duro del poder nacional y trasnacional, por un lado, y todos aquellos territorios, regiones, comunidades, etnias, poblados, etcétera, que han decidido refugiarse de la intemperie globalizadora y que para ello han escogido el último de los derechos: el recogimiento local, alguna forma de autonomía, alguna reconstrucción de la identidad circunscrita a la comunidad, cuando eso todavía es posible: Tepoztlán y tantos otros despojos territoriales, disfrazados de clubes de golf y de proyectos turísticos; el proyecto trans-ístmico confrontado con la poderosa identidad de zapotecos y juchitecos que se oponen a convertirse en masa de estibadores; infinidad de municipios de Oaxaca y Guerrero cuyo objetivo consiste fundamentalmente en reencontrar su espacio interior, lo que pueden hacer, lo que pueden ofrecer, aunque sea muy poco frente a la oferta mundial; municipios autónomos de Chiapas que no gravitan en los circuitos económicos mundiales pero que hay que extirpar porque ponen el mal ejemplo; enormes regiones de Veracruz y Tabasco que no quieren convertirse en páramos sembrados de eucaliptos sólo para favorecer a las grandes empresas papeleras; espacios de participación vecinal en el DF que exigen la descentralización y el recogimiento en áreas subdelegacionales desde las que sea más fácil buscar soluciones a la seguridad, al agua, a la educación: la colonia , el barrio, el poblado o la unidad habitacional, en contra de los centralizados y manipulables consejos delegacionales, tan afines a la ideología priísta...

Hermann Bellinghausen nos impactó con sus crónicas del desmantelamiento de los municipios autónomos zapatistas de Chenalhó y Tierra y Libertad: todos nuestros impuestos para que el Ejército, las policías y los grupos paramilitares masacren a una población mayoritariamente zapatista y autonomista, a menos de 24 horas de que en aquella entidad Ernesto Zedillo afirmara que ``entre mexicanos no puede haber vencidos ni vencedores'', que ``no usaría la fuerza para resolver el conflicto'', y que ``el gobierno no apuesta a erosionar las bases sociales de nadie''.