La exclusividad del uso de los colores patrios por el PRI es una atribución --a la que se le dio carácter legal-- de partido de Estado, hegemónico hasta los últimos años. Consecuente con su dominio político, casi único en el sistema mexicano, el partido oficial se ha permitido ostentar los colores que nos identifican como mexicanos, asentando así la relación subjetiva entre la nación, el Estado o gobierno, y su partido; por tanto, ``el partido de los mexicanos''.
El Revolucionario Institucional no solamente se concibió como el partido oficial, sino representativo de la nación. Este es el extremo a donde llegó la domi- nación del régimen posrevolucionario, que hoy está terminando con el surgimiento de un sistema de partidos y de competencia democrática. Por eso, los colores nacionales en el emblema priísta ejemplifican lo difícil que ha sido llegar a la transición para los partidos de oposición y para la ciudadanía. Significan que la lucha no ha sido únicamente de competencia electoral, sino de enfrentamiento a un régimen absolutista.
Entre los avances de esta larga lucha por la democracia, destaca por sus significados y alcances la nueva composición de la Cámara de Diputados, y constituyó la oportunidad de traer al escenario público, con más sustento real, la posibilidad de expropiar para los mexicanos los colores de la bandera. La aprobación por la mayoría de oposición ahí representada, de la iniciativa para prohibir el uso de los colores de la bandera en los logotipos partidistas, fue un hecho doloroso para los priístas, que demostraron con discursos ridículos y agresivos durante esa sesión de la Cámara, aunque sea del dominio público, que el Senado será una barrera de contención para hacer de la iniciativa una ley en vigencia.
Para el PRI, sin embargo, fue una señal clara y contundente de que su hegemonía ha terminado, incluso una advertencia de que parar la propuesta usando su mayoría en el Senado puede ser una más de las causas que no le permitan continuar siendo esa mayoría senatorial y lo reduzcan a partido de oposición en las elecciones del 2000.
El pueblo de México puede cobrarles así sus negativas a los reclamos sociales. Han abusado ya bastante de la ignorancia de la población que votaba por la inercia de la identificación nacional. Tendrían que considerar que si la oposición ya gobierna a más de 60 por ciento de la población, es que una buena parte de los votantes optó por un emblema distinto, y es partícipe del reclamo de expropiación de los colores patrios para todos. Debieran considerar que para esta población ahora debe ser molesto ver el reflejo de su bandera, por ende de su nacionalidad, en un partido al que han rechazado. Y otro tanto de la ciudadanía, que continúa votando por el tricolor, de zonas rurales o colonias marginadas, con más altos índices de analfa- betismo o escasa educación escolar, terminarán --por los medios de comunicación o por la realidad de gobiernos distintos a los priístas-- entendiendo la diferencia entre el PRI y su país. Hasta los burócratas ya comprendieron que votar por otra opción no significa arriesgar sus empleos.
Tan en picada va el PRI que algunos candidatos oficiales evitan destacar el logotipo priísta en su propaganda electoral, y abundan comentarios de que hasta convendría a este partido renovar su imagen con un cambio de emblema o logotipo. Pero para la oposición es necesario encabezar la recuperación de nuestra bandera como símbolo de libertad y soberanía, dejando atrás la era en que sus colores representaban a la dictadura priísta.