Al cumplir nueve años de existencia, el Partido de la Revolución Democrática ocupa un lugar importante en la política nacional: consiguió sobrevivir a la implacable ofensiva del salinismo, registra avances electorales importantes en varios estados, es la segunda fuerza en la Cámara de Diputados y gobierna la capital del país tras una victoria aplastante sobre el PRI y el PAN en las elecciones del 6 de julio de 1997. Está creándose condiciones para dar una fuerte batalla política en los próximos meses y aspirar razonablemente a la victoria en las elecciones federales del año 2000. La dirección de este partido tiene, pues, razones bastantes para haber celebrado jubilosa el noveno aniversario de su fundación. Sin embargo, esta formación política cometería un grave error si se engolosinara con sus éxitos; podría incurrir en el triunfalismo desmovilizador y suicida.
En realidad el PRD ha entrado a una etapa sumamente complicada y difícil. Para sobrevivir al áspero acoso que sufrió en los primeros años de su existencia, sólo necesitó firmeza y determinación para resistir sin doblegarse. Tenía condiciones para hacerlo. Nació de la fusión del democratismo radical, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, que mostró firmeza al romper con el oficialismo y la izquierda socialista, esta última con una larga trayectoria de varios decenios de lucha en condiciones de extrema dificultad y aspereza. Al nacer el PRD contó, además, con un enorme capital político, el acumulado en la campaña electoral y las elecciones de 1988, que pusieron en jaque el dominio priísta y una posición clara de rechazo al rumbo impuesto al país por el gobierno de Carlos Salinas.
La implantación del PRD y sus éxitos electorales de los años recientes tienen su explicación principal no en la fuerza organizada de ese partido (que está distorsionada pues predominan los grupos de interés y variedades del clientelismo), tampoco en sus técnicas de campaña o su habilidad pragmática para seleccionar candidatos. Si el PRD ha recabado un apoyo electoral creciente y masivo es porque, junto con Cárdenas, sigue encarnando la resistencia al neoliberalismo y al presidencialismo autoritario, así como la esperanza del cambio político y social de cara a los intereses y aspiraciones de millones de mexicanos y mexicanas. Asimismo, y más allá de lo electoral, este partido ha ampliado su influencia gracias a su compromiso cuando menos con causas justas como las del movimiento indígena y el EZLN.
Avanzar en las nuevas circunstancias seguramente será más difícil que fue sobrevivir en el pasado. Hoy, convertido en un partido con posibilidades verdaderas de disputar el poder dentro de dos años, el PRD se ha convertido en adversario peligroso no sólo para el PRI y el PAN sino para el sistema de dominación. Por ello es un enemigo a vencer o a doblegar y asimilar para hacerlo funcional al sistema.
Al cumplir nueve años, el partido del sol azteca tiene ante sí el reto y la responsabilidad de seguir siendo no sólo un partido que busca éxitos electorales, sino que aspira seriamente a cambiar el régimen político, a romper con la lógica del sistema de dominación y a modificar el rumbo económico del país para alcanzar la democracia y la justicia social. Necesita demostrar en los próximos meses que se puede confiar en él como motor de la transición democrático y eje de un sistema de alianzas que la hagan posible. Deberá probar en el DF y en los numerosos municipios gobernados por el PRD que con honestidad y eficacia sí se puede gobernar y, lo más importante, que es necesario y se pueden construir nuevas formas de relación entre el gobierno y la sociedad, en donde ésta juegue un papel activo y decisivo.
Sólo así el PRD podrá satisfacer las esperanzas de millones de electores y sentar las bases para aspirar legítimamente al poder en el 2000.