Hace pocos días, el Banco de México dio a conocer el Informe anual 1997, en el que se evalúa el comportamiento de la economía nacional durante el año pasado, a la vez que se presentan las proyecciones para 1998. En particular, el banco sostiene que durante el primer trimestre de 1998 la economía siguió experimentando un elevado crecimiento, cuya tasa, con respecto al mismo periodo del año anterior, ascendió a 7 por ciento anual,
Uno de hechos sobre los cuales el banco llama la atención se refiere al comportamiento de las cuentas externas del país. Menciona que, en 1997, el déficit en el balance en cuenta corriente ascendió a 7.5 mil millones de dólares, esperándose que en el presente año casi se duplique, para alcanzar los 13 mil millones de dólares. Sin embargo, según el Banco, el déficit se está financiando de manera sana a través de entradas de capital, las que han sido más elevadas que el déficit externo, permitiendo aumentar las reservas de divisas.
Esta es la misma piedra con que ha tropezado el país durante los últimos 20 años, lo que ha terminado por frustrar el logro de un crecimiento rápido y sostenido. Las fases de expansión registradas por la economía en este periodo han derivado en la ampliación del déficit en cuenta corriente. En un primer momento es financiado a través de entradas de capital, ya sea por endeudamiento o inversiones extranjeras directas o en cartera. Pero la experiencia ha mostrado que estas formas de resolver el problema tienen un limite. Entre fines de la década de los setenta y comienzos de los ochenta, el desequilibrio externo se financió básicamente a través de deuda externa, pero ante el anuncio de las autoridades de aquel entonces de que el país no estaba en condiciones de hacer frente a sus compromisos de pagos con el exterior, los bancos dejaron de conceder préstamos al país. Esto obligó a equilibrar las cuentas externas en un periodo muy breve, lo que en el corto plazo se logra reduciendo drásticamente las importaciones, a través de la devaluación del peso y de la contracción de la actividad económica interna vía la reducción de la demanda. De aquí el recorte en el gasto público, la paralización de las inversiones y la contención salarial.
En esencia, esta historia volvió a repetirse en la primera mitad de los 90 pero con algunas novedades importantes: en primer término, aunque el ritmo de crecimiento económico fue considerablemente menor al registro entre 1978 y 1981, el déficit en cuenta corriente fue significativamente mayor. O sea, el crecimiento del país pasó a ser mucho más dependiente del financiamiento externo. La segunda diferencia radica en las formas de financiamiento del déficit externo, ya que en este periodo se privilegió la inversión externa en cartera.
Vemos que ahora vuelve a repetirse el ciclo anterior: el crecimiento del país requiere de más importaciones, y dado que el sector exportador no puede aportar las divisas en la magnitud requerida, el déficit en cuenta corriente se torna inevitable. Si se quiere mantener una tasa de expansión elevada, se hace ineludible recurrir a entradas de capital para financiar el déficit externo. Aunque el Banco de México afirme que actualmente este hecho no representa una amenaza grave, de continuar el aumento exponencial del desequilibrio externo, el país podría ver la repetición de las crisis recurrentes a las que se ha enfrentado durante las últimas décadas.
La solución del problema no radica en reducir el crecimiento para generar el equilibrio en las cuentas externas, sino en que el país tenga un sector exportador capaz de financiar las importaciones. Sin embargo, el planteamiento de que la mejor política industrial es la ausencia de política industrial ha conducido a la``maquilización'' del aparato productivo, agudizando su dependencia de importaciones de materias primas y bienes de capital, lo que es la causa última de la extrema sensibilidad con la que reaccionan las importaciones ante la dinámica de la producción nacional. Hasta ahora las autoridades siguen confiando en que el accionar del mercado terminará generando un sistema productivo más integrado y menos dependiente del exterior. Habrá que tener fe en que por esta vía se logre, sin que el país tenga que padecer otra catástrofe como las que ya ha conocido. Creo que los problemas reales no se resuelven a través de la fe, y me parece dudoso que se pueda evitar otro ajuste como los ya conocidos.