Parte uno. ``Hace 40 años, varios de quienes estudiábamos entonces queríamos convertirnos en líderes, pero con la intención de ayudar al país, de acabar con la pobreza, de tener un México más justo y desarrollado. ¿Qué pasó? Hoy en realidad tenemos un país mucho más pobre, que no es justo''. Estas palabras las pronunció el empresario Alfonso Romo el pasado 16 de abril en la Universidad Iberoamericana.
Romo reconoció que la pobreza en México ha aumentado, y señaló que la clase media es cada día más reducida. Y desde luego no tenemos un país más justo. La mayoría de los cien hombres más ricos de México eran estudiantes hace 40 años, a excepción de Emilio Azcárraga Jean, quien todavía no nacía. Es probable que algunos de ellos fueran ya amigos de Romo, pero también en conversaciones posteriores, ante un buen vino, hayan reflexionado sobre esos sueños y afanes de juventud. ¿Qué pasó?
Parte dos. El lunes 22 de abril se leía en este diario información proveniente de la revista Expansión, en la que se señalaba: ``Empresas de cien ricos valen 55 por ciento del PIB''. Ese solo dato es aterrador, si recordamos que México está en la segunda decena de los países con mejor economía en el mundo. La nota añade: ``El presupuesto de Egresos de la Federación, de 754 mil 101.8 millones de pesos ejercido durante 1997, fue solamente mayor en 132 mil 597.9 millones de pesos al total de ventas obtenido por las empresas'' de estos cien más ricos. ¿Hay otra palabra además de indignación?
Esta información, desde luego, no toma en cuenta a todos esos multimillonarios que distan mucho de la fama y el glamour pero que son ganaderos, agricultores exportadores, bodegueros, etcétera. Que son más de cien.
Parte tres. Si en México hay 40 millones de pobres, 17 millones en la extrema pobreza; si los salarios son más bajos que en 94, que eran más bajos que en 82, quiere decir que la desigualdad es brutal, que la riqueza no se reparte y cada día se concentra más, que el México desarrollado se desprende día con día del México tercermundista que en realidad no ha dejado de ser. Para colmo, los superempresarios distan mucho de ser los grandes empleadores, pues según datos dados a conocer por Julio de Quesada, director de Citibank México, 94 por ciento de los trabajadores mexicanos está en la pequeña y microempresa. Sí: 94 por ciento.
Parte cuatro. En su discurso en la Ibero, Alfonso Romo puso énfasis en la falta de compromiso. Decía que los estudiantes no tenían disciplina para ser eficientes, que los empleadores los tenían que volver a capacitar recién salidos de la universidad, y que no tenían compromisos verdaderos. Y añadía que la falta de confianza en México era total: desconfiamos del gobierno, desconfiamos de los empresarios, desconfiamos de la justicia. Y terminó diciendo que cuando no hay equidad ni oportunidades, ``surgen las revoluciones, como en el sureste mexicano, donde no hacen falta leyes sino inversiones''. Y él está invirtiendo en Chiapas, en proyectos agroindustriales.
Dice Romo que no hay que crear empleos sino empresarios. Tiene toda la razón. Los empleos asalariados en México hoy en día son irrisorios, en cuanto a sus remuneraciones, para el grueso de los trabajadores. ¿Pero quiénes van a crear esas empresas, quiénes van a ayudar a crearlas?
Efectivamente, en México la falta de conciencia y solidaridad nacional es mucha; es grande la ausencia de un compromiso real y compartido para hacer un México mejor, y ése es precisamente uno de nuestros más graves problemas. Los capitales, dicen, no tienen nacionalidad. Y la mayoría de los empresarios --aunque ahora esté un poco de moda la filantropía que tranquiliza conciencias y reduce impuestos-- no parece tener un verdadero compromiso con los pobres, con los otros. Con esas ganancias, ¿para qué?