Uno de los mayores éxitos de los gobiernos hegemónicos, sordos y totti potenciales radica en la inexistencia o debilidad de la sociedad civil. La contraparte es igualmente cierta: si la opinión pública es débil y desorganizada, las posibilidades ``de hacer'' son escasas. Para los fines de estas volátiles y apoptósicas reflexiones definiré sociedad civil como al conjunto de individuos que cuenten, acorde con ``pasados y presentes'', con la capacidad de tener voz. La gran miseria, económica e intelectual en México y en el Tercer Mundo, ha hecho de la sociedad civil una masa amorfa.
La obligación primordial de la comunidad debería ser juzgar cada día al poder y otorgarle el derecho de hacer sólo lo que sea benéfico para la población. Aquello que por consenso sirva para mejorar la calidad de vida promedio de las mayorías y cuyos movimientos dependan de la ética. Para que la sociedad funcione y cuente con fuerzas ``modificadoras'', es imprescindible que tenga continuidad, presencia y capacidad de decir ``no'' al gobierno así como formular respuestas prontas. El caso Chiapas ilustra éxitos y fracasos.
Si bien es cierto que el movimiento zapatista ha contado con el apoyo de la comunidad, también lo es que la desorganización ha sido inmensa y como consecuencia, los esfuerzos mueren y no llegan a buen puerto. Mudo tamiz es El Correo Ilustrado de La Jornada. En sus páginas han nacido para pronto fenecer, cientos, quizá miles, de iniciativas a favor de los zapatistas. A saber: cuentas de banco, reuniones, grupos, centros de acopio, festivales, mítines, desplegados breves, bailongos, marchas, adherencias del extranjero y, por supuesto, suficientes denostaciones cuya principal utilidad radica en reforzar y vigorizar la lucha.
Lo presagiable y común de la mayoría de las iniciativas anteriores --excluyo los bailes-- es su finitud: al nacer uno, fenece otro. ¿Por qué se desperdician tantos esfuerzos? ¿Por qué tanta desorganización? ¿Cuál ha sido la utilidad de estos intentos? En la mayoría de los casos, el provecho ha sido escaso.
Aun cuando el gobierno es el principal beneficiario de la entropía civil --parece que bregamos por construirla-- no son los responsables de la inutilidad de tanto movimiento. Al desorden de la comunidad contraponen su fuerza y poder permanentes --televisión, radio, periódicos--, con lo que el círculo perfecto casi siempre acaba por cerrarse. A eso sí apuesta el poder: a la inutilidad de la mayoría de los esfuerzos de la comunidad. Hace poco, a vuelapluma, comentaba con Rodolfo Stavenhagen algunas de las razones que caracterizan la enjuta vinculación y continuidad de la sociedad civil.
Es evidente que el horror de Acteal y Aguas Blancas ya no puede superarse. La imaginación de los asesinos llegó al acmé. Nadie quiere ser testigo de nuevas matanzas ni rememorar el Mozote. Entonces, ¿por qué no es más vigorosa, más tenaz, más ``llena de vida'' la comunidad? Si asumimos que la sociedad civil somos todos y que su salud, por extensión, es también la de todos, la conclusión es que la mayoría debería estar en la brega. La verdad es otra: somos una colectividad discontinua, fragmentada, desunida. Sin cabeza y domesticable. Ardemos con Acteal y nos asqueamos con Aguas Blancas. Pero hasta ahí. ¿Dónde están los responsables ``no fabricados'' de esas matanzas?
Sugiero que la comunidad se encuentra desmembrada por: a) la lucha continua no es parte de nuestra historia, b) la incredulidad --``poder hacer''-- es enorme, c) la situación económica es tan mala que para muchos es difícil ver por otros, d) la propaganda gubernamental es inteligente, e) se requieren estímulos muy dolorosos para que la comunidad se movilice, f) la sociedad no sabe a quién dirigirse, y g) la desorganización de los grupos civiles es enorme.
La preocupación fundamental de este escrito radica en el último punto. Regreso a Chiapas. Dije que por cada grupo que nace otro muere y que sus herencias son magras. En el camino quedan enormes esfuerzos, desesperanza y frustración. Considero que la solución es contar --obviando a la Cocopa y la Conai-- con una cúpula rectora, fuerte, y presente que sea la encargada de distribuir el trabajo y coordinar esfuerzos. Con Luis Villoro comenté --él muestra una preocupación similar-- que la obligación de las comunidades es construir esa comisión. De no ser así, el destino será el de hoy: la evanescencia y cuestionable utilidad de la sociedad civil.