El reportaje de Gustavo Castillo García, que fue la nota más importante de la primera página de La Jornada de ayer sobre los secuestros y sus fabulosas ganancias, nos pone ante otro botón de muestra del deterioro social y la falta de autoridades honorables y eficientes en casi todo el país.
Una reflexión inicial al respecto puede referirse al mimetismo entre las acciones policiacas y de los secuestradores: sus actos son a tal grado parecidos que fácilmente se confunden y nadie se asombraría si se supiera que, como en el caso de Morelos, en otras entidades los secuestradores no son sino policías en sus ratos de ocio.
Ambas categorías de personas, secuestradoras y policías, tienen herramientas y métodos de trabajo similares. Los dos grupos requieren de armas de fuego en abundancia y de alto poder, ambos necesitan vehículos modernos, de preferencia camionetas tipo Suburban o parecidas, y los dos requieren de cárceles más o menos clandestinas.
Los métodos para detener o secuestrar a un ciudadano son parecidos: cerrón en carretera o en plena calle, sorpresa en la acción, insultos, amedren- tamiento, violencia extrema si se requiere; después, los policías con su presa se dirigen a una cárcel que puede ser legal o clandestina y los secuestradores, asimismo, llevan a su presa a una cárcel seguramente clandestina, pero que eventualmente puede ser legal.
En ambos casos, los familiares del apresado tienen que conseguir dinero; según el sapo es la pedrada. En ambos casos también deben aguardar las instrucciones de quienes tienen en su poder a la víctima o preso; en ambos casos tienen que abstenerse de dar parte o avisar, por temor al maltrato, a la tortura o peor aún, por salvar la vida de quien fue privado de su libertad.
El trasfondo de esta plaga social es sin duda la corrupción en que hemos ido hundiéndonos como sociedad, en la que hasta los secretarios privados de los altos funcionarios acumulan fortunas insultantes: la corrupción, a su vez, es causada por la falta de democracia y la complicidad de los gobernantes, que se facilita cuando todos militan en las filas de un mismo grupo político.
La impunidad de quienes, amparados o no por una placa, secuestran a sus víctimas, las mutilan, las someten a vejaciones y toman el destino de sus vidas como una mercancía por la que hay que pagar, indica lo bajo en que andamos en el orden de la moralidad y la falta que está haciendo en esta sociedad un rescate de valores y de virtudes que, hasta hace unas décadas, se transmi- tían mediante la educación familiar y se reforzaba en las instituciones educativas. La crisis económica, la ambición desmedida y la corrupción abrieron la Caja de Pandora, lo que nos pone en la tesitura de resistir y luchar más que nunca por un cambio de fondo.