La Jornada 4 de mayo de 1998

Sobrexplotación en fábricas textiles; jornadas de más de 12 horas

Jim Cason y David Brooks, corresponsales, Washington, 3 de mayo Ť Más de cien años después de que sindicalistas lanzaron en Chicago la campaña por la jornada de trabajo de ocho horas -movimiento que estableció el primero de mayo como el Día Internacional del Trabajo-, autoridades estadunidenses señalaron que aún prevalecen en el país turnos de 12 horas, condiciones de trabajo inseguras y bajos salarios.

``Los talleres del sudor existen en Estados Unidos de 1998'', dijo la secretaria de Trabajo, Alexis Herman, la semana pasada, al inaugurar una exhibición nacional sobre los llamados sweatshops o ``talleres de sudor'' que se refieren en general a un tipo de maquiladora de la industria de la confección, en donde las condiciones de trabajo son de sobreexplotación y violando leyes laborales que han existido en este país durante más de 150 años.

El Departamento de Trabajo calcula que de los 22 mil talleres de confección que existían en el país en 1996, por lo menos la mitad operaba con violaciones a las leyes salariales y de seguridad.

La exhibición en el Museo Smithsonian de los talleres de sudor en Estados Unidos casi no se inauguró a causa de las protestas de los empresarios de ese sector. La Asociación Americana de Manufactureros de Vestido la llamó ``una calumnia financiada por los contribuyentes de impuestos contra la industria de la confección de Estados Unidos'', y varios legisladores expresaron su oposición.

Pero la muy cuidadosamente documentada exhibición se abrió al público después de que el Sindicato Nacional de Costura y Textil (UNITE) presionó a algunos empresarios y legisladores a apoyarla. El termino sweatshop fue utilizado por vez primera, a fines del siglo XIX para describir a los pequeños talleres de costura frecuentemente ilegales, que se instalaban en alguna casa, departamento o edificio abandonado.

Fueran fabricantes de corbatas en un edificio de departamentos pobre en la década de 1880, o mujeres a las que se les pagaba no por la hora sino por la pieza al producir pantalones en un taller de sudor en 1910, todos tenían algo en común: sus trabajadores, en su mayoría eran inmigrantes recientes, frecuentemente ``ilegales'' que no hablaban el idioma, y casi siempre eran mujeres; esposas, hermanas, madres, de obreros.

Gran parte de los primeros empleados en estos talleres eran inmigrantes europeos, irlandeses, alemanes y judíos europeos. A principios de este siglo estos obreros lograron construir sindicatos. Pero el constante flujo de mano de obra de inmigrantes, desesperados por conseguir cualquier trabajo a salarios miserables, continuó dificultando las posibilidades de sindicalización del sector. El famoso incendio de la Triangle Shirtwaist Company en la ciudad de Nueva York, en donde 146 trabajadoras murieron porque la empresa había puesto candados en las puertas para asegurar que sus empleados no tomaran descansos, provocó la ira pública por las condiciones de trabajo.

Pero pasaron más de diez años antes de que se formara un sindicato para este sector. En los años treinta se intensificaron las campañas para sindicalizar la industria de la confección a nivel nacional y una serie de protestas masivas, incluso una huelga general en Los Angeles en la que participaron mexicanos, lograron obtener los primeros contratos colectivos y el reconocimiento del sindicato, y con ello mejores salarios y condiciones laborales en las siguientes dos décadas.

Sin embargo, estos logros empezaron a revertirse en los ochenta con la competencia internacional de maquiladoras en países del Tercer Mundo y la agresión anti-sindical durante la presidencia de Ronald Reagan, periodo en el que también se redujo la protección de las condiciones de trabajo en los talleres estadunidenses. Por cierto, la línea de negociación de los empresarios desde entonces ha sido: la competencia internacional obliga a una decisión entre dos opciones: o se traslada el trabajo al Tercer Mundo o se imponen las condiciones del Tercer Mundo a Estados Unidos.

``Los talleres de sudor han regresado con una venganza'', afirmó el secretario general del sindicato nacional UNITE, Jay Mazur: ``en la economía global los trabajadores son obligados a competir en una espiral hacia abajo globalmente''. Como prueba de esta tendencia, Mazur señala el caso del descubrimiento, en 1995, de las condiciones de trabajo de esclavos en el taller de El Monte, en Los Angeles. Detrás de bardas de dos metros y medio de altura con alambre de púas, 72 trabajadores indocumentados, casi todos de Tailandia, fueron obligados a trabajar jornadas de entre 14 y 16 horas en un edificio. Dos mujeres lograron escapar de la fábrica y describir sus condiciones a otro inmigrante tailandés, quien informó a las autoridades.

Los dueños de la fábrica finalmente se confesaron culpables por cargos de conspiración y servidumbre involuntaria. Pero como lo señaló la secretaria Herman al inaugurar la exhibición, la operación El Monte no era una aberración.

El Departamento de Trabajo ha logrado obtener más de 14 millones de dólares en salarios caídos de dueños de estos talleres en los últimos años. La propia controversia en torno a esta exhibición es que no sólo es una vista histórica del fenómeno, sino incluye descripciones y productos de talleres de sudor que operan hoy día en este país y otras partes del mundo.

La gran concentración de esta industria continua en sus sitios históricos: Nueva York, Chicago, Los Angeles, entre otros. Los irlandeses, alemanes, judíos y demás inmigrantes que fueron explotados en estos talleres a fines del siglo pasado e inicios de este, han sido sustituidos hoy por mexicanos, chinos, dominicanos y otros nuevos inmigrantes de Asia y América Latina.