revisitada
Recibimos carta de Darie Novaceanu, el poeta de Oltenia, traductor de Góngora al rumano y de Blaga y Arghezi al español. Darie fungió como embajador de su país en España durante los difíciles años de la transición a la Democracia encabezada por el prudente y tenaz presidente Iliescu. Ahora, nuevamente instalado en la Universidad de Bucarest, traduce cuidadosamente al rumano y al español Los fastos de Ovidio, el más sabio de los poetas latinos en cuestiones mitológicas, el triste desterrado en la ``Dacia'' de los grandes bosques y las interminables soledades. Nos cuenta en su carta que el Teatro Nacional repondrá a fines de esta primavera la obra de Ion Luca Caragiale, La carta perdida. Hace muchos años, durante la ``dictablanda'' de Maurer, vimos una puesta en escena de esa ingeniosa sátira sobre la corrupción, la demagogia y las intrigas de la clase política, en el viejo escenario del Teatro Nacional. Unos años más tarde la repuso Radu Beligan, el más versátil de los actores rumanos y, a lo largo de la paranoia del ``conducator'' Ceausescu, desapareció de los escenarios y de las bibliotecas, junto con la mayor parte de la literatura rumana tan perseguida por el feroz dictador y sus paniaguados académicos encargados de las alabanzas y las supercherías. Nos enviará Novaceanu sus traducciones al español de las obras de Caragiale y un ensayo sobre el teatro rumano moderno y contemporáneo. Así, nos hará recordar a Camil y a César Petrescu y a Mijail Sebastián, y nos dará un informe del actual teatro rumano escrito por muchachos que, apenas hace un lustro, lograron acercarse a la obra de los grandes exiliados y prohibidos: Cioran, Ionesco y Eliade.
y Borinquen
Son muchos los artistas puertorriqueños que estudiaron en nuestra Academia de San Carlos y en el Taller de la Gráfica Popular. Lorenzo Homar, Tufiño y Maldonado llevaron a la nación puertorriqueña las técnicas del grabado aprendidas en México que, en sus manos, adquirieron la sensualidad y la gracia del mar Caribe. Así, la diosa de las planicies africanas, ``Tembandumba de la Quimbamba'', muestra su balanceo cósmico en un grabado que Tufiño hizo en México pensando en la luz y la sombra de la calle antillana.
y escritores
Releyendo los Diarios de Miguel Torga, médico otorrinolaringólogo de Coimbra y patriarca de las letras portuguesas, recordamos a otros miembros de la profesión médica que supieron combinar el ejercicio de su compasivo arte con las tareas literarias. Vinieron a nuestra memoria los nombres de Georges Duhamel, el creador de Salavin, uno de los personajes más complejos de la novelística francesa; William Carlos Williams, pediatra y poeta magistral en el uso del sustantivo; Enrique González Martínez, médico general en los caminos de Sinaloa y uno de los más sabios y profundos poetas de su tiempo; el médico del ejército villista, Mariano Azuela, implacable y genial iniciador de la saga y la crítica de nuestras revoluciones; el generoso y hábil médico Elías Nandino, cercano a los contemporáneos; nuestro amigo Desiderio Macías Silva, médico en Aguascalientes, robando tiempo para su buen quehacer literario... Tal vez la hermosa y terrible cercanía al dolor, abrió a estos médicos las fuentes de su humanismo y del arte.
H.G.V.
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Qué le vamos a hacer, me impresionan más los científicos que los poetas. La idea de genialidad me aparece más patente en Newton que en Shakespeare. Del científico esperas comprensión rápida de lo esencial, imaginación para ir al fondo del asunto y precisión en las explicaciones. Por ejemplo: no puede haber una estrella de diámetro mayor a x (aquí exactitud en la cifra) por tales y tales razones (aquí manejo hábil de leyes precisas y comprobables). Frente a eso Rubén Darío dice: ``De desnuda que está, brilla la estrella.'' El científico y el poeta consideran el mismo objeto, la estrella. Pero qué diferencia de apreciaciones. Sabemos qué podemos esperar de un científico, pero de la mente de un gran poeta ¿qué nos es lícito esperar? No se sabe bien. Los poetas son animales sutiles y extraños. Rilke dice en un relato ``como era poeta odiaba la imprecisión''. Está bien, pero ¿en qué consiste la precisión de poeta? ¿Y en qué la imaginación poética? La respuesta no es tan sencilla ni tan clara como en la ciencia. Una comida con Gonzalo Rojas, un día antes de su prodigioso recital en Bellas Artes del pasado 23 de abril, simplifica las cosas. Para empezar, como gran poeta que es, y animal extraño, por tanto, Rojas es criatura de palabras. En la Fonda San çngel come pulpos mientras, sonriente, recita a Homero, y él mismo nada en su tinta y es pulpo, pulpo de palabras, ha escrito 600 poemas, pulpo de colores, cefalópodo arco iris, tan apreciado por los conocedores. Y como en la acotación de Brecht en su Galileo, ``el protagonista ha de prestar la misma atención a lo que dice y a lo que come''. Criatura de palabras. ¿Cómo dices las cosas? Mundo y lenguaje están entrelazados. Lo que no se nombra, no existe. Y, como en la magia, la palabra suscita, crea la cosa. Rojas habla de Cyril Connolly, tan amado por Adolfo Castañón, en un poema y dice:
¿cómo qué? A ver, tú que eres poeta, dilo tú, ``un alcohol bellísimo comoÉ'' ¿qué?:
eso dice Rojas. Pero es un error leer poesía para dar caza a metáforas brillantes. Lo brillante cansa, y puede esconder superficialidad. Como en los cuadros, los colores puros y brillantes deben combinarse con las tierras y los grises para lucir. Deben administrarse con recato y prudencia. Observa el interminable y muy coloquial verso: ``Apuesto además que ha gastado un dineral en alcohol'', no es ciertamente piedra preciosa y epigramática, pero en cambio es más flexible y apto para la conversación con el lector. Porque de eso se trata, de conversar. Y qué bien platica Rojas, qué cosas dice, y de todo habla. Hay que dar con el tono preciso: intenso, pero no lacrimoso; sin trivialidad ni grandilocuencia; barroco, pero estricto; originalidad sin extravagancia. Fina emoción bien acordada a su estímulo, fina intelectiva conceptual, percepciones sorprendentes. Muestro esto que digo en un poema de Rojas. Lo elijo por breve. Se llama ``Orquídea en el gentío'', lástima que no lo oigas dicho por él, porque es recitador formidable, pero dice así:
``El ocio animal que anda en ella.'' La palabra suscita, crea la cosa: aquí está, esto es lo que cabe esperar de la imaginación poética.
La nueva nomenklatura
Han pasado más de tres años desde la primera aparición de La jornada virtual y un ciclo se ha cerrado en la vida de La jornada semanal. Este es un buen momento de reconsiderar cuál es nuestro objetivo aquí. A muchos podrá parecerles extraña la inclusión de una columna que aparentemente trata acerca de computadoras, Internet y nuevas tecnologías en un suplemento principalmente dedicado a la literatura y las artes. Nuestro objetivo ha sido mostrar un panorama de la tecnocultura, reconocer la aparición de nuevas formas creativas, el surgimiento de inquietantes y versátiles comunidades en línea, disertar en torno a la aparición de nuevos códigos éticos y demostrar que la cibercultura es parte integral de la cultura humana como un todo, debido al inminente impacto que comienzan a tener y tendrán en la vida cotidiana tantoÊla red de comunicaciones digitales, como la manipulación genética y la nanotecnología; son temas que nos conciernen a todos y no únicamente a quienes se interesan por la ciencia. Umberto Eco ([email protected]) comentó respecto a Internet en una entrevista (Wired, marzo de 1997): ``Existe un riesgo de que estemos avanzando hacia un 1984 en línea, en el cual las `proles' de Orwell serán representadas por las masas pasivas nutridas a base de televisión, que no tienen acceso a esta nueva herramienta y que no sabrían cómo usar aunque lo tuvieran. Por encima de ellas estará una pequeña burguesía de usuarios pasivos -empleados de oficina y trabajadores de aerolíneas. Y finalmente veremos a los amos del juego, la nomeklatura -en el sentido soviético del término. Esto no tiene nada que ver con las clases en el sentido marxista tradicional -la nomenklatura puede igualmente estar integrada tanto por piratas cibernéticos pobres como por ejecutivos ricos. Pero tendrán algo en común: el conocimiento que da el control...''
La tercera cultura
No pretendemos en esta columna ofrecer las claves para dominar la red ni los secretos para surfear mejor ni los trucos para penetrar a cualquier sistema (para eso ya existen muchas otras publicaciones electrónicas y en papel), sino tan sólo participar en la tarea de romper la frontera artificial entre el universo digital y el resto de la cultura. Es decir, que es una modesta aportación al fortalecimiento de lo que definió C.P. Snow, en la segunda edición de su libro The Two Cultures, como ``la tercera cultura'', que es el resultado de la comunicación y vínculo de las dos culturas tradicionales: la literaria y la tecnocientífica. Históricamente el diálogo entre estas culturas ha sido pobre y escaso. La aparición y popularización de la red y en particular del World Wide Web, han forzado una relación, que puede ser enriquecedora y fértil pero también puede conducir a un profundo desencanto y radicalización de las viejas posiciones. El problema es que en la red convive sin jerarquías la información más dispar. Nada puede ser más frustrante que buscar a Cervantes en la red y encontrarse con 178 mil kits (o páginas que contienen el nombre del Manco de Lepanto), de los cuales el 90% pueden ser empresas de bienes raíces, vinaterías, hojas personales patológicamente anodinas, burdeles en Ibiza y algunas tareas escolares. En la entrevista mencionada, Eco señala que, a diferencia de la televisión, el contenido de Internet no puede reducirse al hecho de su propia existencia. Por lo que aquí no se cumple tan bien el celebrado dogma macluhaniano: ``El medio es el mensaje.''
Hacia una nueva semiología
Al encontrar algo en la red que lleva el postfijo .edu (propio de las páginas de instituciones educativas), pensamos que se trata de un documento legítimo, pero muchas veces descubrimos que detrás de esas siglas se ocultan todo tipo de aberraciones. Las señales son muy engañosas en el ciberespacio y algo que en ciertas condiciones puede resultar divertido (como ir a dar a una página que recopila sonidos de flatulencias cuando en realidad estamos buscando información sobre Jacques Derrida), se traduce en costosas pérdidas de tiempo cuando estamos realizando un trabajo serio. Cuando entramos a una librería o biblioteca generalmente tenemos una idea de a dónde dirigirnos. Al ver un libro nos bastan algunas indicaciones (el nombre del autor, la editorial, la portada, las solapas) para imaginarnos con cierto grado de precisión el contenido. Estas habilidades no son tan útiles en el espacio virtual, donde debemos esperar para entrar a un sitio y dedicar varios minutos a estudiar si tiene algún valor para nosotros. En línea se cumple más que nunca aquello de ``ceci n'est pas une pipe''. En el ciberespacio, como apunta el autor de El nombre de la rosa, tenemos que reciclar nuestras habilidades semiológicas. La parte más importante de La jornada virtual es el diálogo que hemos establecido con los lectores. El considerable volumen de correo electrónico que recibimos semana con semana es sin duda el mejor estímulo y orientación con que contamos para seguir reflexionando en torno a la red, sus culturas y sus representaciones. Para más datos de Eco:
http://pcwww.uibk.ac.at/s06user2/csab2820
Naief Yehya
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