La Jornada Semanal, 3 de mayo de 1998
Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada
Volvió la hora feliz.
sino la luz que cae
en la ciudad
antes de irse la tarde,
el silencio en la casa y,
sin pasado
ni tampoco futuro, yo.
Mi carne, que ha vivido en el
tiempo
y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún
hasta la
consunción de la propia ceniza,
y estoy en paz con todo lo que
olvido
y agradezco olvidar.
En paz también con todo lo que
amé
y que quiero olvidado.
Que arribe al menos
al puerto
iluminado de la noche.
Y, de pronto, mi madre, abanicándose,
se me aparece en Cnoso, y yo
le sirvo
el enésimo vaso de agua, y se me muere
otra vez, y otra
vez me entregan sus cenizas.
Y el capricho de Evans se
transforma
en un improvisado sanatorio
donde sólo se escuchan
los lamentos
de quienes no verán el nuevo día,
en una especie de
necrópolis cercada
por guerreros micénicos que ignoran la
piedad.
Y, de pronto, me veo con mi madre
-o lo que fue mi
madre- entre los brazos,
tratando de burlar el estricto
bloqueo
para llegar al puerto. Y lo consigo.
Y vierto el
contenido de la urna
en el azul de los frescos minoicos,
que es
el inagotable azul del mar.
Es un bosque la lluvia sobre las catedrales
Rodeando a la
plaza
Hay una luz descalza como en los hospitales, y la noche es,
[acaso,
Cruzan entre la lejanía de sus voces
cuyo incendio
de luces y sonidos devastan
su propia eternidad. Así
la luz que
ahora desciende: noche
de la que aún la última claridad del
crepúsculo no se ha ido del todo
pues deja sus cenizas, como el
polvo, en las cosas.
La madrugada -silencio mineral, río
escondido
donde está el universo- tiene la luz desnuda de los
patios nevados.
hubo siempre un convento;
-''Y habría en él cipreses y, en
los rincones de los atardeceres, rosas
con el color del aire; y
entre los surcos de las huertas agua
reflejando estos
cielos.''
Queda un antiguo resplandor en los árboles
y en los
pequeños bares, abrasados de voces,
brillan luces marinas como
puertos lejanos.
Y la cervecería alemana,
como entonces, está
llena de sábados
y de domingos por la tarde. En Villa Rosa, los
azulejos andaluces
inundan las paredes con su belleza de
agua. Allí
rompió el aire cantando
don Antonio Chacón, la noche
ardió entre flores,
vivísimas, del sur.
Altares de su cuerpo,
en el hotel Victoria, los toreros encienden
trozos de tiempo
resucitado
o muerto.
sólo un mantón de pájaros y de flores cerradas.
los niños con sus
juegos, fugazmente, la plaza; y corren
alejando sus sombras, como
si hubieran conseguido
desatarse del tiempo.
Me acosté sin cenar, y aquella noche
soñé que te comía el
corazón.
Supongo que sería por el hambre.
Mientras yo devoraba
aquella fruta,
que era dulce y amarga al mismo tiempo,
tú me
besabas con los labios fríos,
más fríos y más pálidos que
nunca.
Supongo que sería por la muerte.
Las nueve y la cocina está en penumbra:
Son naranjas de una cosecha a destiempo,
(Bandejas de promisión
La tarde se dilata en la cocina
Alimentos mudos y sin perfume:
estoy sentada ante una mesa
tan grande
como el desierto,
ante unos alimentos que no
sé
cómo mirar,
y si les preguntara, ¿qué me contestarían?
mandarinas sin
imperio,
acelgas verde luto,
lechugas verde olvido,
apios
sin cabeza,
verde nada, nada, nada.
en el condado del desamparo)
y aquí no llega el sonido del
mar.
La soledad de las naranjas se multiplica:
no hay pregunta
para tanta opulencia,
aquí, en la serenidad de esta banqueta de
tres patas,
rodeada por una muralla de mandarinas huérfanas,
una
legión de plátanos sin mácula,
un bosque de perejil más
frondoso
que la selva tropical.
os miro y sólo veo una caravana de
mercancías,
el sueño de los conductores,
una urgencia de
frigoríficos
y un rastro de agua sucia atravesando la ciudad.
Horadan el sur de la noche
Van derrotados y altaneros
Brotan solos de las tabernas
Varias señas de la miseria
Su cólera cariada, sus
Su patria es la calle vacía
Ríen con pelos entre los dientes
Su impar desgracia ya ululaba
Hijos y nietos de la ira
(Y en la pancarta se leía
vengativos y solitarios
como ternísimos malvados
y bajan a los urinarios
y escriben
su odio en las paredes
como grandiosos literatos
se obstinan en acompañarlos:
la ropa
astrosa, la hosca noche
el más maloliente tabaco
las lavacías de
vinos pobres
unos gruñidos enigmáticos
una furia
deslavazada
y muchos sueños desollados
turbios semblantes de borrachos
y ese no
sé qué de navío
dando miedo y dando bandazos
recuerdan al hollín
al limo
al engrudo, a la escarcha, al trapo
la soledad su sindicato
su club la
esquina en que vomitan
la acera su confesionario
y su destino un
hospital
que ya les muerde los zapatos
lloran vidrios a
manotazos
cantan cosas desatinadas
callan geológicos y
hartos
entre la leche que mamaron:
hace
ya muchos siglos que
garabatean en el espacio
escribiendo el
horrendo libro
de la injusticia y del espanto
una costra de antepasados
iracundos y
miserables
les macera y cubre las manos
con las que se tapan los
ojos
al echarse a morir. Los amo
el furioso nombre de Dámaso)
Nuestros burgueses... sienten una grandísima fruición en seducirse
unos a otros sus mujeres.
-Villamediana-
-Manifiesto Comunista, II-
Recorrer los senderos alfombrados
Recorrer los senderos alfombrados
de húmedas y esponjadas hojas
muertas,
no por la arista gris de grava fría
como la hoja de un
cuchillo.
Mueven
su ramaje los plátanos como sábanas
lentas
empapadas de noche, de grávida humedad
y reluciente.
También en la espesura
late la oscuridad de las cavernas
y el
sol sobre las hojas evapora
las gotas de rocío-
el aura de
calor
que envuelve e ilumina los cuerpos agotados
cuando
duermen: si acercas la mejilla
ves las formas bailar y
retorcerse,
un espejismo fácil y sin riesgo:
dos bueyes que
remontan la colina,
el mago que construye laberintos,
el
calafate, el leproso, el halconero
parten seguros al
amanecer,
no como yo, por los senderos
cubiertos de hojas
muertas, esponjadas y húmedas.
A veces entre los árboles
clarean
los lugares amenos que conozco:
el pintado vaporcillo
con su blanca cabeza
de ganso, acribillada de remaches y
cintas;
las olas estrellándose bajo el suelo de tablas
del gran
salón de baile abandonado,
las lágrimas de hielo que lloran los
tritones
emergiendo en la nieve de las fuentes heladas;
el
cuartito en reposo con la cama deshecha
junto al enorme anuncio de
neón
que lanza sobre el cuerpo reflejos verdes, rojos,
como en
las pesadillas de los viejos opiómanos
del siglo diecinueve.
Un
cervatillo salta
impasible: lo sigo.
En un claro del
bosque
está sentada al borde de la fuente,
con blanquísima
túnica que no ofrece materia
que desgarrar a la rama del
espino.
Corro tras ella sin saber su rostro,
pero no escapa sino
que conduce
hasta lo más espeso de la fronda,
donde juntos
rodamos entre las hojas muertas.
Cuando la estrecho su rostro se ha
borrado,
la carne hierve y se diluye; el hueso
se convierte en
un reguero de ceniza
y en medio de la forma que levemente
humea
brilla nítida y pura una piedra preciosa.
La recojo y me
arreglo la corbata;
de vuelta, silencioso en el vagón del
tren,
temo que me delate su fulgor
que resplandece y quema aún
bajo el abrigo.
Tengo una colección considerable
y en el
silencio de mi biblioteca
las acaricio, las pulo, las ordeno
y a
veces las imprimo.
En el dolor se engendra la conciencia.
de húmedas y esponjadas hojas
muertas,
inseguro paisaje poblado de demonios
que adoptan
apariencia de formas deseables
para perder al viajero.
Mas no
perecerá
quien sabe que no hay más que la palabra
al final del
viaje.
Por ella los lugares,
las camas, los crepúsculos y los
amaneceres
en cálidos hoteles sitiados
forman una perfecta
arquitectura
vacía y descarnada como duelas y ejes
de los
modelos astronómicos.
Vacío perseguido cuya extensión no
acaba
como es inagotable la conciencia,
la anchura de su
río
y su profundidad.
Desde el balcón
veo romper las olas
una a una,
con mansedumbre, sin pavor.
Sin violencia ni gloria
se acercan a morir
las líneas sucesivas que forman el
poema.
Brillante arquitectura que es fácil levantar
igual que
las volutas, los pináculos,
las columnatas y las logias
en las
que se sepulta una clase acabada
ostentando sus nobles
materiales
tras un viaje en el vacío.
Producir un
discurso
ya no es signo de vida, es la prueba mejor
de su
terminación.
En el vacío
no se engendra discurso,
pero sí en
la conciencia del vacío.