Así, a secas, Revolución fue el nombre que se acordó poner a la que fue escuela modelo en la década de los años 30 de este siglo, edificada en el predio en donde estuvo la tristemente célebre cárcel de Belén, misma que fue destruida para erigir en su lugar ese símbolo del triunfo de la Revolución, que permitiría cristalizar el sueño de la educación socialista.
Esto sucedió en 1933, época en la que el país entraba en una época de estabilidad, tras el azaroso periodo postrevolucionario. Ello dio lugar, entre otros, a que se realizara un ambicioso proyecto de urbanización en la ciudad de México, que desgraciadamente arrasó con importantes construcciones virreinales y decimonónicas.
En el caso particular del Centro Escolar Revolución, el proyecto cobró enorme importancia porque coincidió con la reforma al artículo 3o. constitucional, por lo que el entonces presidente Abelardo Rodríguez mandó edificar una imponente construcción.
Los objetivos alcanzaron plena realización en el gobierno del general Lázaro Cárdenas, quien propició que fuera un centro educativo de avanzada, en donde los alumnos recibieran una educación integral, que contribuyera a modificar la ideología, las costumbres y el modo de vida, para crear una nueva sociedad justa e igualitaria. Para lograrlo se la dotó de las instalaciones más modernas: gimnasio, alberca, pista atlética, canchas deportivas, biblioteca y talleres.
Como complemento, se invitó a varios pintores integrantes de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) a que plasmasen las ideas revolucionarias en los muros y vidrieras. Así Raúl Anguiano, Fermín Revueltas, Aurora Reyes, Gonzalo de la Paz, Ignacio Gómez Jaramillo, Antonio Gutiérrez y Everardo Ramírez pintaron paredes y diseñaron bellos vitrales. (Para mayor información sobre estas obras de arte, la Universidad Iberoamericana publicó una Guía de murales del centro histórico de la ciudad de México).
En este marco se impartiría la mejor educación del país, complementada con talleres en los que se enseñaba a los alumnos pintura y dibujo, al igual que otros en donde se les preparaba como técnicos, propiciando su organización en sindicatos y cooperativas, inclusive llevándolos a huelgas y manifestaciones sindicales. Con todo ello, la Revolución se volvió escuela modelo del país.
Increíblemente, la enorme construcción, realizada por el arquitecto Antonio Muñoz, aún funciona. A pesar de su deterioro, destaca su impresionante vestíbulo decorado con murales, y el interior con un carácter como de escuela soviética en la era estalinista: construcciones macizas de concreto gris, espacios muy amplios y abundancia de enormes patios para que los escolapios corran, jueguen, hagan deporte y naden en la piscina, que da servicio también a la gente del barrio.
Los murales en general están en bastante mal estado y los vitrales --afortunadamente protegidos con una cerrada malla-- prácticamente intactos. Indudablemente que éstos, al igual que la masiva edificación, merecerían una buena restauración, que en primer lugar se les debe a los que allí estudian y en segundo a la memoria de una época de México que buscó la transformación profunda de nuestro país y vio en la educación el mejor camino.
La escuela Revolución se encuentra en Niños Héroes y Arcos de Belén, a unos pasos de la Ciudadela y unos más del restaurante El Callejón de Moya, en Luis Moya 82. Ocupa una hermosa casona del siglo XIX, restaurada con dignidad, como digna es la cocina mexicana que se esmeran en servir. Con muy buen gusto utilizan el sabroso y medicinal nopal en muchos platillos, como el ``Malitzin'', que lo sirven relleno de brocheta de pollo con su tocino, cebolla y pimienta ¡sabrosísimo! Entre los postres destaca una gelatina de elote, y como pilón acompaña la comida la bella voz de la cantante Lorena con su guitarra.