Por supuesto que no será el último congreso del siglo XX. Ni siquiera en materia laboral. Este mismo año, en Santiago de Chile, se celebrará el cuarto Congreso Regional Americano que promueve la Sociedad Internacional de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, entre el 11 y el 13 de noviembre; y un poco antes, a partir del 12 de octubre, en nuestra capital se realizará el décimoprimer Encuentro Iberoamericano de Derecho del Trabajo. Antes, si funcionan los planes, se desarrollarán conferencias con profesores extranjeros en Oaxaca, Guanajuato y Culiacán.
Pero no habrá otro Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social antes del año 2001. Al principio se celebraban cada dos años, después cada tres. Ya los salvadoreños han comprometido el siguiente. Y Chile tres años después.
El décimotercer Congreso se llevó a cabo bajo la dirección exigente de Rolando Murgas Torraza, con un éxito notable y recursos no muy abundantes. Rolando, antiguo ministro del Trabajo y después de Educación, es ahora vicerrector de la Universidad Nacional de Panamá y uno de los más relevantes laboralistas iberoamericanos. Miembro de ``La Patota'', por supuesto, que en el Congreso presentamos nuestro último libro sobre los Trabajadores del Estado en Iberoamérica, publicado en Argentina.
Los temas, apasionantes: las relaciones de trabajo en el sector público; la reforma laboral en Iberoamérica; la huelga; el principio protector en el derecho laboral y, como fin de fiesta, la reforma de la seguridad social.
Cada tema fue introducido por una conferencia magistral a cargo, respectivamente, de Américo Plá (Uruguay); Antonio Vázquez Vialard (Argentina); Néstor de Buen (México); Mozart Víctor Russomano (Brasil) y Manuel Alonso Olea (España), sin duda los viejitos de estos tiempos. Además, dos ilustres laboralistas por tema presentaron ponencias adicionales. Entre ellos Mario Grandi, de Bolonia, Italia; Jean Claude Javillier, de la Sorbona; Rafael Alburquerque de República Dominicana (ministro del Trabajo), y Mario Pasco del Perú.
Las sesiones fueron a casa llena; calculo alrededor de 500 personas con intensa participación del público, del que formaban parte alrededor de 120 o más visitantes no panameños. De México asistieron Patricia Kurtzcyn, Carlos Reynoso Castillo, Baltasar Cavazos y Hugo Italo Morales. Baltasar, con un problema familiar, regresó enseguida pero le dio tiempo de proclamar su conocida tesis en contra de la huelga, ya no sólo contra las universidades, sino también las burocráticas y en los servicios esenciales. Por poco deja sin huelgas al mundo.
El tema de la reforma laboral despertó pesimismos que ya se habían evidenciado en los discursos iniciales. Pero una conferencia espléndida de Jean Claude Javillier, dicha en perfecto español, levantó el ánimo y se borraron las turbulencias de la desaparición anunciada del derecho laboral.
Como era de esperarse, el duelo entre Alfredo Valdés, de Chile y Francisco Javier Romero del Perú, a propósito de las reformas cada vez más abundantes a las leyes de seguridad social, fue notable. Pero terció Alejandro Bonilla García, joven actuario mexicano que ocupa un alto puesto en la OIT, quien puso en evidencia los problemas infinitos de las nuevas reglas, particularmente en Chile, apoyando las tesis de Romero, y la balanza se inclinó en favor de los críticos. Eché a mi vez algo de mi ronco pecho acerca de los verdaderos propósitos de la reforma. Menos mal que Alfredo y yo tenemos una profunda amistad. Había, además, antecedentes. El año pasado se encontraron también en Buenos Aires y un año antes en Tlaxcala, en el noveno Encuentro Iberoamericano, que con absoluta generosidad impulsó José Antonio Alvarez Lima.
Los datos proporcionados por Alejandro Bonilla fueron notablemente importantes. Era evidente la preocupación de Alfredo al escucharlo. No faltó la noticia de un pequeño, y espero que ineficaz, golpe de estado organizado desde México para integrar la nueva directiva del Instituto Latinoamericano de D. del trabajo y de la S.S., que causó una pésima impresión entre todos los asistentes al Congreso. Panamá, país para mí entrañable, debe estar orgulloso de su Congreso. Como lo estamos los laboralistas de quienes lo hicieron posible.