En Chenalhó, la prepotencia de paramilitares daña aun a sus familias
Hermann Bellinghausen, enviado, San Pedro Chenalhó, Chis., 2 de mayo Ť La paramilitarización de las comunidades priístas de Chenalhó ha deteriorado aceleradamente el tejido comunitario -además de producir actos como la matanza de Acteal y la expulsión violenta de la tercera parte de la población total de este importante municipio tzotzil.
Dos cosas determinan este auge de los paramilitares de orientación pro gubernamental: su impunidad y el respaldo económico y logístico que siguen recibiendo. Su poder es tal, que mantienen bajo el terror a sus propias familias y vecinos, los cuales al menos, al mantenerse ``priístas'' reciben despensas, ayuda de salud primaria, y una suerte de ``protección'' vicaria por parte de las bandas armadas.
En uno de sus primeros movimientos como gobernador, Roberto Albores Guillén recorrió Chenalhó, y en Polhó recibió ``en su mano'', como dicen los lugareños, una lista con 252 nombres de paramilitares involucrados en los ataques escalonados que culminaron con Acteal. La lista precisaba el arma y la comunidad de origen. Actualmente hay cerca de 90 detenidos, muchos de ellos campesinos que no aparecen en dicha lista.
Actualmente, las personas que entregaron la lista al gobernador -miembros del concejo municipal autónomo- están amenazados, por un lado de muerte por los paramilitares, y por el otro de cárcel, por parte del gobierno de Tuxtla Gutiérrez.
Pero como quiera, ser indio en Chiapas no paga. Como expresa la madre de uno de los paramilitares detenidos, originaria de Yashemel, y cuyo nombre obviamente se omite; ``se los llevaron presos pero de promesa les dijeron que los iban a sacar pronto, nomás pasaba el problema''. La mujer teme hoy que no se cumpla la ``promesa''.
Esas cosas no pasaban
Una preocupante ``novedad'' del fenómeno paramilitar es su capacidad corrosiva sobre las fuertes tradiciones seculares del insigne pueblo de Chenalhó. Cuando uno de los viejos más respetados de Pechequil, un principal de los más principales, fue abofeteado por su yerno, paramilitar priísta, al recibir un extrañamiento por su conducta atrabiliaria, hizo sentir a la comunidad que algo se había roto. Esas cosas no pasaban. Ahora, los propios familiares viven bajo el susto de sus hijos paramilitares.
El origen de estas bandas armadas es muy claro, y ya fue documentado por los historiadores de Chenalhó. Se trata de jóvenes desalojados de los únicos ejidos del municipio: Puebla, Yashemel y Los Chorros, asentamientos posteriores a la tradición pedrana; sus vínculos son con el aparato de Estado, y no con el tejido comunitario (que funciona por encima de la identidad priísta, zapatista, ``abejas'' o lo que sea). Estos ejidos representan lo más ``priísta'' de Chenalhó, y tienen la estructura tradicional más débil.
Para todos resulta claro que la fuerza de los paramilitares viene ``de fuera'', y se sostiene merced al abierto respaldo que recibe de las fuerzas de ocupación en Los Altos: la Seguridad Pública del estado, la PGR y el Ejército Mexicano. Los propios funcionarios de la Secretaría de Gobierno en tiempos de Julio César Ruiz Ferro reconocían, además, que los agentes del Cisen (Seguridad Nacional, dependiente de la Secretaría de Gobernación) conocían la identidad y la estructura de los paramilitares desde antes de diciembre de 1997.
Ahora, lugares como Los Chorros han visto proliferar la prostitución y el tráfico de drogas, antes desconocidas allí. Se sabe, con detalle, de las armas enterradas en Los Chorros, que son algunas de las empleadas en Acteal, pero sólo una ha sido ``descubierta''.
Las presiones de la contra paramilitar bloquean a todos los priístas que intentan un arreglo pacífico con las organizaciones opositoras, y mayoritarias, del municipio. El anterior edil, Jacinto Arias, hoy preso, ya había sido desplazado de la conducción de los paramilitares desde antes de la masacre. Y cuando lo sustituyó un primer concejo, el nuevo presidente fue expulsado por presiones (``de usos y costumbres'', festinó la propaganda oficial) a los pocos días de su designación.
Hoy se asegura en Chenalhó que esto fue debido a que aquel fugaz concejo municipal quería hacer pláticas con los autónomos. Rápidamente lo sustituyeron con otro concejo, dócil a la contrainsurgencia, encabezado por Pedro Mariano Arias Pérez. Con la condición de ``no meterse'' hace como que gobierna, y como que administra el presupuesto gubernamental, de cuyos beneficios ni siquiera se llega a enterar la mitad de la población pedrana.
Las pérdidas materiales por la paramilitarización son inmensas. Un dato: la Unión Majomut, notable experiencia organizativa de los cafetaleros de Chenalhó, el año pasado comercializó 12 lotes de grano (cada lote es de 17 toneladas y media). Este año sólo comercializará dos. Buena parte de la cosecha fue robada o quemada por los paramilitares. Otra parte cayó en las redes del coyotaje, debido a la desesperación económica de los campesinos productores. Para 1999, si no se recuperan los predios de más de mil familias hoy desplazadas, la comercialización sumará prácticamente cero.
Al genocidio de Acteal se suman otros dos: la lenta muerte por insalubridad, enfermedad y desnutrición aguda, producto de las expulsiones acaudilladas por el ``nuevo'' PRI, y el genocidio social que destruye comunidades, costumbres y una tradición espiritual y de convivencia que antes de Acteal maravillaba a los estudiosos.
No hace falta ser antropólogo para ver que la destrucción de Chenalhó podría ser una de las mayores tragedias culturales de este fin de siglo.