Carlos Bonfil
Kundun

Un grupo de monjes budistas conduce el cadáver del padre del decimocuarto Dalai Lama, también llamado Kundun (océano de sabiduría), hasta un lugar desierto invadido por los buitres. Allí lo destazan y en una ceremonia fúnebre arrojan al suelo los trozos de carne y las vísceras. Esta imagen violenta de reintegración a la tierra de los restos humanos es ilustración muy breve y efectiva de la creencia budista en la reencarnación y resume el misterio de más de 10 figuras del mismo líder espiritual tibetano perpetuado a lo largo de la historia (``Nacerás una y otra vez"). Kundun, la cinta más reciente de Martin Scorsese (Taxi driver, La última tentación de Cristo, Buenos muchachos), ofrece la biografía del actual Dalai Lama, desde los dos años de edad (en 1937) hasta su lucha espiritual contra los invasores maoístas y su decisión final de exiliarse en la India.

Desde las primeras escenas de Kundun, Scorsese invita al espectador a adoptar el punto de vista del niño y descubrir con él los ritos de la iniciación religiosa, los interiores de la ciudad de Lhasa, el carácter sagrado de toda vida animal o humana (el respeto incluso por una rata trepada en los altares), todo en escenas breves, ceremoniosas, con imágenes de simbolismo acentuado, como la de un largo tapiz de arena, finamente elaborado, con figuras geométricas y juegos cromáticos, que representa la tradición tibetana y los valores religiosos, y que luego será desdibujado y barrido por la fatalidad histórica. La producción de Kundun es deslumbrante, sin embargo jamás zozobra en la banalidad ornamental, tan obsesiva en Siete años en el Tibet, la película de Jean-Jacques Annaud estelarizada por Brad Pitt, ni en la grandilocuencia plástica de El último empe- rador, de Bernardo Bertolucci. En Kundun no hay actores célebres y el estilo del director es de una depuración magistral. La fotografía de Roger Deakins alterna imágenes suntuosas con las de un Tibet austero, por momentos frío, como cuando la cámara recorre un largo muro de adobe y desemboca en calles ocres, polvorientas y vacías, como si de nuevo visitáramos los territorios de Judea en La última tentación de Cristo. La música de Philip Glass contribuye a acentuar la impresión de recorrer un paisaje más espiritual que físico al incorporar sonidos de ceremonias religiosas budistas, creando con su letanía un efecto hipnótico similar al que produjo en la cinta Koyaanisquatsi (Godfrey Reggio, 1983). De igual manera, Scorsese, gran admirador del cine de Akira Kurosawa, ofrece una soberbia entrada de los guardias rojos en territorio tibetano, levantando nubes de arena, con los ojos protegidos con lentes negros y los rostros emblanquecidos a la manera de máscaras de teatro japonés: una lenta coreografía militar que anuncia las devastaciones inminentes. A esta teatralización sucede, en los sueños agitados del Kundun adolescente, la visión impresionante de un vasto panorama de monjes asesinados que yacen a los pies de su guía espiritual, y que remite a las imágenes sanguinolentas de las primeras cintas de Scorsese. Las obsesiones religiosas del director, su manejo de los temas de la culpa y la expiación, se manifiestan de nuevo aquí, muy lejos de los territorios de Calles peligrosas (Mean streets, 1973), más lejos aún de la tradición judeo-cristiana, pero de alguna manera resumidos en la exploración del personaje del propio Dalai Lama, liberado ya de la mirada respetuosa y distante, desnudo al fin, como Cristo en la cinta anterior del director neoyorkino.

Es dificil no establecer comparaciones y contrastes entre Kundun y La última tentación de Cristo, desde el manejo de la figura del líder espiritual hasta la recreación novedosa de lugares históricos a partir de una apuesta estilística vigorosa. Es también frustrante que a 10 años exactos de haber sido filmada esta última cinta, no haya todavía en México iniciativa alguna para derribar el veto absurdo que pesa sobre su exhibición comercial. Hasta hoy ha triunfado la estrechez mental de los grupos conservadores que boicotean aquí a La última tentación..., privando así al público de una pieza clave para comprender la filmografía de Scorsese y poder apreciar mejor una película como Kundun.

Martin Scorsese ha tomado como pretexto la vida del Dalai Lama, a partir de un guión de Melissa Mathison, para emprender una relaboración audaz de algunos de sus temas favoritos en sus películas de gangsters, de Buenos muchachos a Casino: las disputas territoriales, los códigos de honor entre adversarios, la traición, el crimen organizado, la impunidad y el exilio que es a la vez resistencia y capitulación espiritual. El encuentro del Dalai Lama y Mao Tse Tung en Pekín es ilustración de estos temas y también de estas confrontaciones. Kundun cree percibir una posible correspondencia entre religiosidad e ideal socialista, entre las enseñanzas de Buda y la doctrina social de Mao, y ve en ello la oportunidad de modernizar un poco el sistema autocrático tibetano, sólo para escuchar después en boca del líder chino que la religión es un veneno y la señal indiscutible de la inferioridad de un pueblo. Lo que para los monjes budistas es una batalla entre los espíritus del bien y los del mal, para Scorsese es el motivo para una reflexión más sobre el colapso de la inocencia en el mundo contemporáneo.