Guillermo Almeyra
50 años de ilegalidad

El 14 de mayo, hace 50 años, fue dividida Palestina --hasta entonces bajo mandato británico-- entre el naciente Estado de Israel y una zona que siguió siendo árabe, pero que quedó englobada en Jordania y en Egipto. La resolución 181/2 de las Naciones Unidas, sin embargo, planteaba la creación de dos Estados, uno de ellos palestino, cosa que hasta ahora, a medio siglo de distancia, no se ha realizado.

Por el contrario, la creación de Israel desposeyó por la violencia de sus tierras y bienes a centenares de miles de árabes, que debieron refugiarse en los países vecinos o diseminarse por el mundo y, lejos de crear un ``Estado de paz'', como decía dicha resolución, creó una máquina de guerra y de opresión para los habitantes de la zona que, además, fue un bunker de Estados Unidos en el Cercano Oriente. El resultado fue una expansión constante del Estado judío original y es todavía una ocupación feroz, contra todas las resoluciones de la ONU, de los territorios palestinos, que están siendo paulatinamente colonizados con fascistas hebreos para cambiar su composición demográfica y cultural y justificar su anexión. Israel, por su parte, dejó de ser el sueño de muchos idealistas demócratas o socialistas judíos y la tierra del esfuerzo de los kibbutzin, para convertirse --ya que la función hace el órgano-- en un Estado reaccionario, con un gobierno fascista con apoyo de masas.

Hoy, acabada la guerra fría y ante una inexistente unidad árabe, Israel ha perdido importancia relativa para Estados Unidos, aunque sigue siendo su aliado más fiel en la zona y una importante pieza de chantaje diplomático-militar. Por eso, el Departamento de Estado y la Casa Blanca pueden presionar a los fascistas que gobiernan en Tel Aviv para que moderen su ocupación y represión en Palestina, pero sin que la sangre llegue al río, ya que por cabeza de habitante Israel sigue siendo el país que recibe mayor ayuda civil y militar de Estados Unidos. Washington se apoya más en Turquía, por sus aspiraciones petroleras (el oleoducto de Kazajstán pasaría por ese país) en la ex URSS y por el papel de Ankara en Europa, para contrarrestar la unidad del Viejo Continente, pero el islamismo hace que los turcos sean menos seguros, a largo plazo, que los israelíes, de modo que Estados Unidos busca (y ha conseguido) una alianza entre Turquía e Israel, que amenaza a todos los países árabes de la zona.

A 50 años de una resolución violada desde el primer momento de modo inicuo, es fundamental no sólo el retorno de los refugiados palestinos a sus hogares de donde fueron expulsados por el terror y la violencia (y la correspondiente indemnización a esos refugiados o a sus herederos), sino también la creación del Estado Palestino que estableció la resolución 181/2 de 1947 de las Naciones Unidas.

El gobierno de Benjamin Netanyahu, sin embargo, multiplica sus provocaciones; la última ha consistido en incorporar al gobierno, ya lleno de racistas manchados de crímenes atroces como Ariel Sharon, nada menos que a los representantes de los colonos fascistas que se aferran a las tierras palestinas que deberían desalojar. Ese mismo gobierno califica de ``provocación'' que acabaría con toda negociación entre las partes nada menos que la promesa de Yasser Arafat de crear, en 1999, el Estado palestino que la ONU planteaba debía nacer junto con el Estado israelí. Corresponde a la opinión pública internacional y a todos los gobiernos que defiendan la legalidad internacional acabar con el calvario de los palestinos e imponer, por todos los medios, a los fascistas en Israel el fin de su política de guerra. Estados Unidos, en particular, debería condicionar sus relaciones económicas y de todo tipo con Netanyahu al cumplimiento de los acuerdos de Oslo, que aquél viola desde el momento mismo en que llegó al gobierno.