En estos días se cumple un año de la visita a México del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. Entre los pocos frutos de su reunión con las máximas autoridades de nuestro país, recordamos el compromiso de tratar a nuestros trabajadores migratorios en una forma menos inhumana.
En particular, aquél se comprometió a suspender lo que cualquiera, con un mínimo de humanismo, calificaría como una práctica de crueldad extrema: la deportación por separado, en distintos cruces fronterizos, de padres e hijos que se internaron sin documentos a EU en busca de trabajo (ilegales o, mejor, simplemente indocumentados).
¿Podemos imaginar la angustia, por ejemplo, de una madre violentamente expulsada del dizque paraíso-para-todos en el cruce de los Nogales al tiempo que su hija también es expulsada pero por el cruce San Diego-Tijuana? ¿Cuándo y cómo se reencontrarán? Son deportaciones sin madre, pues, literal y encanijadamente.
De un viaje reciente a Tijuana, precisamente para hablar sobre derechos humanos, pudimos constatar que el presidente Clinton no tiene palabra, o no la hace efectiva dada la tibieza del gobierno mexicano. Platicamos con gente de diversas instituciones, tales como la Procuraduría de los Derechos Humanos del Estado de Baja California, el Colegio de la Frontera Norte, el Centro de Apoyo al Migrante (creado por el PRD), la Universidad Autónoma de Baja California, el semanario La voz del Pacífico e inclusive el Grupo Beta, justamente creado para proteger a los repatriados contra tropelías en este lado de la frontera.
Una conclusión recurrente fue la de que nuestros vecinos --ahora socios/amigos/aliados gracias al TLC-- continúan ejecutando las deportaciones sin madre. En el mismo viaje visitamos un albergue para niños deportados, varios de los cuales esperaban el reencuentro con sus padres aquí o en EU, si se animaban a emprender otra vez la búsqueda del paraíso. No hay palabras para describir la tragedia. Crueldad extrema es un decir más bien diplomático. Cualquiera de esos niños podría ser el nuestro, porque el éxodo migratorio ya casi no hace distingos sociales. Sólo que aquellos niños vegetan en albergues con el peor de los vacíos espirituales: rumiando no sólo la pérdida de una patria que ya no tiene espacio para ellos, sino también la pérdida de sus padres.
¿Y qué hace el gobierno de México, cuya responsabilidad supermínima es garantizar a todos los mexicanos un pedazo de patria? Nuestro gobierno no fue capaz de incluir en el TLC el asunto de los trabajadores migratorios (aunque sí avaló, en el mismo tratado, la libertad de tránsito para la ``gente de negocios''). No fue capaz de exigir un mínimo de reciprocidad por el ``trato nacional'' (parejo) que sí se obliga a brindar a todo empresario estadunidense. Tampoco fue capaz de impedir la promulgación en EU del Acta de 1996, partera de la peor embestida antinmigrante en mucho tiempo. Aún no es capaz de exigir a su vecino una política migratoria consecuente ya no digamos con la normatividad mundial de los derechos humanos, sino con el evidente carácter global y estructural de la migración. Todavía no es capaz de hacer valer el hecho de que, más allá de las trampas propagandísticas del Tío Sam, nuestros trabajadores le representan a éste muchos más beneficios que daños. ¿Será por lo menos capaz de exigir con eficacia (es decir, con dignidad y firmeza) el fin inmediato a esa crueldad extrema que transpira cada deportación sin madre?
Ahí están a la mano los argumentos más elementales para armarse de valor. El propio Clinton se comprometió, aquí en México, a suspender esas deportaciones del todo inhumanas. Y ya antes se había comprometido con el propio electorado estadunidense, en su librito Putting People First, a desplegar una política migratoria más humana, que alentara la reunificación familiar de los migrantes. ¿A qué nivel de autocensura y sumisión hemos (sic) llegado, pues?
La pobreza extrema es un mal de las naciones atrasadas. Pero ya hasta instituciones como el Banco Mundial empujan programas para combatirla. ¿Sería muy osado exigir un programa similar contra la crueldad extrema que ejerce la gran potencia en cada una de sus deportaciones?